El gitano a quien Gabo admiraba profundamente

El gitano a quien Gabo admiraba profundamente

Retrato de Diego 'el Cigala', el encantador cantante de flamenco

Por: Marcelino Ozuna
julio 16, 2015
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El gitano a quien Gabo admiraba profundamente
Foto: tomada de jornada.unam.mx

Diego, 'el Cigala', lleva 46 años entre Madrid y la gloria. Los ojazos de miel y la piel de aceituna denuncian a leguas la presencia del ancestro egipcio. Diego no mira: escruta y pregunta con el encono de un zancudo. Y al obtener respuestas, estalla en carcajadas bíblicas, imperial y majestuoso, como si el muy canalla fuese consciente de su grandeza.

El pelo, castaño y dócil, le juega en las espaldas como solía ocurrirle al mismísimo Simón Bolivar, de El general en su laberinto, que llevara al óleo Gabriel García Márquez, un amigo íntimo y caro del madrileño. Diego lleva de faena guayaberas de lino blanco, virginal y etéreo, y camina ágil y gracioso, como si la tierra necesitara de sus pasos para seguir girando.

La nariz de águila le ayuda en demasía para el talante de Simbad. Y juro que los dientes, aunque le queden vestigios de cafeína y taninos, le dejan pasar por hombre de boca profusa. Puedo decir, y estoy en condiciones de decirlo sin pruritos, –porque me gusta el buen sexo, el que deja estirpe- que Diego es un tipo bien parecido, y lo que todavía es mas extraño: que parece el genio que es.

Emperrado en la creencia de que Héctor Lavoe fue un mártir, una bandera, Diego 'el Cigala' no para de ver películas, conciertos, entrevistas y cualquier recuerdo, cualquier motivo para evocarlo. De hecho, ha obligado al sequito a contactar a Johnny Pacheco, con las instrucciones de que le telefoneen, le hagan citas, le escriban hasta verle y saludarle. Y preguntarle, de viva voz y cara, los detalles mas ínfimos y menos publicitados del boricua.

Anda metido en saberlo todo sobre la salsa y los salseros, y con el fervor de un testigo de Jehová en las mañanas de domingo, manda a comprar libros, discos y videos sobre el género que pariera el genio pepines, Johnny Pacheco.

En la vida he visto nada comparable al amor de este hombre por su arte. Nadie creería, por ejemplo, que te hace viajar desde Punta Cana a la capital –tres horas de las buenas- oyendo el guaguanco que grabó en Madrid, horas antes de abordar el Boeing 737 que le trajo al Caribe. Y lo canta a gargantas abiertas, para que nadie dude, o bueno, para que los seguridad y el chofer (que ha terminado siendo este prójimo) no duden que ama su último parto.

Diego 'el Cigala' canta como habla, a ráfagas, a borbotones, como si el canto, las palabras y la vida, le saliesen por los poros, en un vendaval imposible de detener.
Las palmas, que le han valido reconocimiento de la tierra, acompasadas y precisas, suenan en la cabina de la Toyota 4Runner, deseosas de ser oidas en la Luna. Y Diego no puede ser interrumpido.

Porque, eso sí, como ama, el gitano aborrece. Nadie puede llamar, ni oír, ni quejarse. Abrir una menta cuando el madrileño canta en éxtasis, levitando, es una ofensa que se paga, con buena suerte, siendo echado para siempre jamás, por los tiempos de los tiempos.

No se puede escatimar esfuerzos cuando se está cerca de 'el Cigala', así que, a cualquier hora de la madrugada, se halla uno hablándole por whatsapp a gentes, colaboradores, colegas, amigos, en cualquier esquina del planeta. Como todo grande que se precie, el trato con la gente es único y grandioso, casi surrealista.

El abrazo cálido, cercano al acoso, denota la necesidad de ser querido, como si la súper estrella mundial que es sintiese la soledad de un huérfano. Tengo la impresión de que Diego vive solo para cantar y para ser feliz al hacerlo. Irse a Londres, Atenas o París, para regresar después a México, Argentina y Estados Unidos, como le toca en estos días, es parte de un magisterio que el marido de Amparo Fernández asume con alegría y fervor.

Los reportes dicen que el Auditorio Nacional , del DF, por ejemplo, camina a ser llenado, de bote en bote. Diez mil almas, entre ellos, si lo permite la salud, el mismisimo Gabriel García Márquez, esperan oír Nieblas del riachuelo , como esperan los niños pobres el día de los Reyes Magos, a ver, si por piedad, se les recuerda de una buena vez en la vida.

O los conciertos en Suramerica, en los que destacan Argentina y Chile. Quién puede creerle a este hombre, sentado a mi lado en pantalones cortos y chancletas, con el pelo recién mojado del agua de la piscina, que la mitad de la tierra se arremolina en colas infames para oírle llorar Naranjo en flor; o, más bien, quién va a creerme que el tipo que come a mi lado la pasta a la rabiata (adoquinado de calamares, cola de camarones, ostras, ostiones, que nunca ingiere, pues lo ve solo como adornos del plato) es el mismo que esperan febriles multitudes en los cuatro rincones de la tierra. ¿Podría Alejandro Sanz creerse que Diego 'el Cigala' nos obliga a oírle cantar "Regálame la silla donde te espere”... durante horas, a sabiendas de que no goza de mucha popularidad con el colega? Sería capaz de grabarlo, compadre. No se puede escribir y cantar una canción mas hermosa. No se puede, dice, probando que le sobre candidez y humanidad.

Y lo duro para quienes estamos cerca es la intensidad de Diego es la pasión con la que asume la vida y los proyectos. Entiendo que un hombre habituado al aplauso multitudinario, a las luces y los titulares visualice los planes como éxitos rotundos. Pero lo de Diego va más allá. Y puedo decir que su proyecto de la salsa contagia y emociona, de tanto oirle hablar y cantar y reverenciar a los grandes del género.
Un hombre, no importa su estatura, debe ser juzgado por su relacion con la familia. No he visto a nadie con la devoción del flaco por los hijos, la esposa, la madre y los hermanos. Vive para cantar, o para cuidar de los suyos.

Me llevaré de Diego su apuesta por el trato afable y cortés, que no pocas veces raya en lo insensato. Y me llevaré su gusto por la risa, por el arte y la alegría.

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