El gérmen de Lars Von Trier

El gérmen de Lars Von Trier

Por: Darío Monsalve Gómez
julio 07, 2014
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El gérmen de Lars Von Trier

Acudir al cine de Lars Von Trier siempre ha consistido en un ejercicio filosófico del que, si bien resultan dolores, nada termina en lesiones irreparables y sí en cambio gana forma nuestro sentido de la realidad. De allí que sea mayor de lo que se cree el número de espectadores que han hecho suya la filmografía del danés. Su visión desgarradora del mundo es necesariamente compartida pues por suerte no toda la humanidad actual es imbécil ni tiene a Titanic (1997) como su película predilecta.

Epidemia (Epidemic, 1987), segunda producción de la llamada “Trilogía Europa” que completan El elemento del crimen (The Element of Crime, 1984) y Europa (1991), la cual presenta en bloque la mano con que desde entonces el director juega sus cartas ante el arte, es quizá el más claro ejemplo del surgimiento del estilo de este realizador. También en ella están con más evidencia los errores de la juventud de los que el genio nunca logra prescindir del todo en la formación de sus iniciados.

Con un relato experimental en que se ahonda en el llamado “cine dentro del cine” (del que el Fellini de Ocho y medio –Otto e mezzo, 1963– y el Truffautt de La noche americana –La Nuit Américaine, 1973– constituyen, a mi juicio, su más alta expresión), la cinta expone episódicamente –rasgo que Von Trier mantendrá a lo largo de su obra como influencia declarada de Kubrick– el esfuerzo de dos guionistas por sacar adelante, tras la pérdida del texto original, un nuevo proyecto que gira en torno a la aparición en Europa de una letal plaga.

Curiosamente, pasando por momentos al documental ficcionado, la historia enfrenta al “autor-actor” con el dilema de la hoja en blanco, la falta de financiación y la pérdida de inspiración, desconsuelos propios de quien comete el error de enamorarse del impasible cine. El giro de tuerca, por demás plantado desde el inicio, está en que, a la par del relato acerca de la catástrofe enunciada sobre el papel, los protagonistas viven un trágico presente tan inminente como el endémico mal que buscan recrear.

Sobre esta base, y arrojando en ella algunas grotescas flores, como la escena romanticona en que escriben mientras conducen o la imitación al De Niro de Taxi Driver (1976) frente al espejo, Epidemia navega hasta llegar a buen puerto y con el impulso suficiente para dar el zarpazo final, rúbrica con que Von Trier se acostumbró a inquietar al mundo en cada rodaje.

Evitando presentar un paisaje infestado de cadáveres a raíz de la mortandad, más por vocación que por los costos reales que esto hubiera acarreado (los dramas de este director son personales e idealistas, incluso en Melancolía (Melancholia, 2011), donde el final de la Tierra se mide por la muerte de una vida), el film deposita en el sufrimiento corporal de una mujer hipnotizada todo el horror de la tragedia humana que simboliza el último acto. Allí comienza realmente la película que, como del virus de que trata, el director busca inocular en la mente del espectador, más específicamente en el europeo. Esta cachetada al viejo mundo para que admita sus excesos e hipocresía será la que años más tarde el director propinará a Estados Unidos con Dogville (2003), Manderlay (2005) y Washington (aún por estrenar).

Como estímulo adicional, la cinta ofrece una de las escasas oportunidades de ver al mismo Von Trier encarnando la pesadilla que escribe y dirige, lo primero junto a Niels Vorsel, también coprotagonista de la historia. Algo presumida, como de su parte no cabía esperar de otro modo, la interpretación dada permite no obstante acercarnos de manera excepcional al método de trabajo en que dudas, rencores, angustias y una variedad de recursos técnicos retratan física y psicológicamente los inicios de este autor a quien la experiencia ha ido apartando cada vez más del molde común.
Epidemia es su germen y a ella deben apuntar quienes buscan ya sea un análisis de su cine o un primer síntoma o reacción a su obra.

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