Desde el 24 de noviembre de 2016 el general Mora Rangel tenía un nudo en la garganta. Ese día, cuando Rodrigo Londoño, máximo comandante de las FARC, y Juan Manuel Santos se dieron la mano sellando los acuerdos que duraron cinco años cocinándose en La Habana, el general Mora tuvo claro que no se llevaría los secretos a la tumba. Había seguido con disciplina y rigor de la general, anotando en un cuaderno, los días de la negociación desde cuando en 2012 aceptó el encargo del presidente Juan Manuel Santos de formar parte del equipo de negociadores del gobierno. Sus sinsabores y críticas al manejo de la negociación tomaron varias veces forma de renuncia, pero lo que quería era contarlo todo. Y así lo hizo en su libro que acaba de salir Los pecados de la paz, publicado por Editorial Planeta.
Los dardos del general van contra Santos, a quien acusa de haber politizado en favor suyo y del entonces Alto Comisionado de Paz de ese gobierno, Sergio Jaramillo, a quien trata de manipulador y controlador en exceso, además de insinuar que él tenía agenda con las FARC:
“Uno de los mayores inconvenientes sobre la forma de trabajo del equipo de gobierno lo constituyó el grupo técnico de apoyo. Sus integrantes pertenecían a la oficina o habían sido contratados por Sergio Jaramillo y -por lógica- trabajaban para él: los cambiaba, rotaba e incrementaba según su voluntad. En muchos viajes nos encontramos con la sorpresa de ver nuevos integrantes del equipo técnico, que se reunían, elaboraban, redactaban y presentaban al resto del equipo documentos listos para entregarles a las Farc y sobre los cuales difícilmente aceptaban modificaciones.”
La historia del general Mora Rangel en el proceso de paz con las FARC comenzó el 5 de septiembre del 2012 cuando el gobierno de Juan Manuel Santos anunciaba el grupo negociador que iría a La Habana a sentarse en la mesa con las Farc para encontrarle una salida política a un conflicto de más de 50 años. Uno de los nombres que más sorprendió y le dio credibilidad al proceso de paz fue el del general Jorge Enrique Mora Rangel. Era el hombre que había combatido duramente a la guerrilla como comandante de las FFMM. Se conocieron en la guerra y ahora se daban la cara en la búsqueda de la paz.
Cucuteño nacido el 22 de noviembre de 1945, bachiller del colegio Sagrado Corazón de Jesús, graduado en 1968 de la Escuela Militar y oficial de infantería en Fort Benning Georgia, Mora Rangel era lo que se conoce en el argot militar como un tropero, un oficial al que le incomodaba tener oficina y escritorio en Bogotá y prefería salir con sus hombres a combatir al enemigo más encarnizado que tuvo en su más de medio siglo de servicio: las FARC.
Pero fue ante todo un duro crítico del proceso de paz del Caguán. Mora había mostrado su talante de tropero y de radical defensor de la institucionalidad de las Fuerzas Armadas en sus constantes enfrentamientos con el Presidente Pastrana y sus diálogos en el Caguán, como comandante del ejército. El comisionado de paz Víctor G. Ricardo fue blanco no solo de sus críticas sino de sus posturas desafiantes. Inclaudicable en sus convicciones.: impedir la ocupación del Batallón Cazadores de San Vicente por parte de la comandancia de las FARC. Mora no paró de denunciar los abusos de la guerrilla en los 42 mil kilómetros que configuraron la zona de distensión y se opuso con vehemencia a la propuesta de los insurgentes de cambiar guerrilleros presos por civiles secuestrados. En esos años tuvo que ver como ramilletes de soldados morían en enfrentamientos con las FARC.
Esas fueron las cualidades que el presidente Álvaro Uribe tuvo para nombrarlo el mismo 7 de agosto del 2002, como Comandante General de las Fuerzas Militares. Se necesitaba un general con temple y experiencia, alguien que no se arrugara ante la presión de la guerrilla. Muchos ya no lo recuerdan, pero en los noventa el ejército vivió el momento más crítico de la historia.
Antes del 7 de agosto del 2002, fecha de posesión de Álvaro Uribe en el que las Farc se hicieron sentir, más de 200 municipios del país no tenían ni alcalde ni estación de policía. Cerca de trescientos integrantes de la Fuerza Pública estaban secuestrados. El propio día que asumió la presidencia Uribe las FARC atentaron contra el capitolio. Había que tomar medidas urgentes. El nombramiento de Mora Rangel como Comandante de las Fuerzas Militares en reemplazo del general Tapias, fue uno de ellos. La señal estaba clara: arrancaba la guerra a muerte contra las Farc.
Uribe recibió en el 2002, por parte de Sergio Jaramillo, entonces un consultor del Ministerio de Defensa, a cargo de Marta Lucía Ramírez, el plan de cómo debería estructurarse la Seguridad Democrática. Mora Rangel estuvo en cada reunión.
Una de las claves de la rapidez con la que funcionó la Seguridad Democrática fue la implementación del Plan Patriota, el millonario acuerdo que contó con el auspicio del gobierno norteamericano. Primero fue crear un plan de soldados campesinos para recuperar los municipios en poder de las FARC. Cada pueblo del país recibió una dotación de 40 soldados y 20 policías, entrando a lo que se llamaría el Plan Libertad. En un solo año los 16 frentes de las Farc que rodeaban Bogotá desaparecieron.
Entre el 7 de agosto del 2002 y el 3 de noviembre del 2003, cuando Marta Lucía Ramírez renunció como ministra de Defensa, Mora Rangel, como comandante de las Fuerzas Militares, ejecutó lo que se llamarían los planes de la victoria: el Plan Consolidación, el Plan Bicentenario, y el Plan Estado de Honor que acabarían con el arrinconamiento a las FARC y los obligarían a aceptar un proceso de paz con el gobierno. Mora Rangel también renunció en 2003 y le puso fin a su carrera de más de 40 años en las fuerzas militares.
Juan Manuel Santos sabía que Mora Rangel era ficha clave en la mesa de negociación del gobierno. Conocía al enemigo como ninguno y si aceptaba sentarse a negociar con ellos, era una carta segura.
Mora permaneció cuatro años de negociaciones a pesar de que en tres momentos presentó su carta de renuncia argumentando que se le estaban dando demasiadas contemplaciones a la guerrilla. Cuatro años después de que Rodrigo Londoño y Juan Manuel Santos se dieran la mano en el Teatro Colón de Bogotá, acabando con medio siglo de guerra, Mora Rangel no ha parado de criticar lo pactado.
Firmada la paz, el general cucuteño asumió a fondo su rol como oficial retirado. Además del disfrute de su vida como civil, con constantes visitas a su familia en Cúcuta, empezó a trabajar de manera activa en la reserva. Su historial y su carácter le permitieron ascender hasta ser nombrado representante de ella.
Ahora, con su libro, la posición con Santos se endurece y luce irreconciliable. La polvareda apenas se levanta.