El 19 de junio de 2008, tenía el grado de coronel y asistía a un evento de reparación de víctimas en Montes de María; lugar: corregimiento de El Salado, donde los paramilitares destruyeron la vida de valiosos seres humanos a quienes acusaban de colaborar con las guerrillas.
Trescientas madres cabezas de familia, esposas o hermanas de quienes fueron asesinados por las autodefensas, narraban ante la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, la Fiscalía y la Procuraduría, el dolor de su tragedia: —Encontré a mi hijo asesinado por los paramilitares, cuando un perro se le estaba comiendo el corazón, —dijo llorando una de las madres— el señor fiscal me pasó el micrófono y mirándome requirió: —¡Coronel, ¿qué tiene usted que decir?!
Sin palabras preparadas, sin tiempo, solo con la firme convicción de que las tropas que comandé, enfrentaron con determinación a las autodefensas, atiné a decir lo que primero me salió del corazón: —Si en los corregimientos de Macayepos, Chengue, El Salado, se cometieron masacres, y las víctimas claman el perdón de todas las instituciones, si por algún motivo, esas masacres se cometieron por descuido o falta de atención de las instituciones del Estado, si alguno de los militares hubiera faltado a su deber por omisión o por acción..., les pido perdón, con mucho fervor y sentimiento—.
Sentí que algo me pasaba por dentro; era como un alivio...; en la noche los medios registraron mi declaración de perdón; en casa, me hicieron la observación que yo no debía haber hecho esas afirmaciones; y que podían causarme problemas; mi comandante directo me requirió inmediatamente por teléfono: —¡Usted no estaba autorizado para hacer ese tipo de declaraciones; es un acto individual, no institucional; sus declaraciones incriminan a compañeros sin ser llevados a un juicio!—. Le respondí: —Señor, un oficial ha sido juzgado y condenado por los hechos del Salado—; mi comandante me recordó: —Existen protocolos de comunicaciones que usted no puede violar.
Esa noche no pude dormir; temía ser sancionado por desobedecer los protocolos; hasta entonces, a pesar de las masacres, luego de varios años, nadie se había disculpado con las víctimas, y sin duda, mi comandante tenía razón, pero yo pensaba que debí hacer lo que hice; fue una instantánea reflexión moral, que no me permitió decir lo políticamente correcto.
En la mañana recibí una llamada del entonces viceministro de la Defensa y del señor vicepresidente de la República, apoyando mi determinación en las declaraciones frente a las madres de El Salado.
A los pocos días, el señor vicepresidente de la República, en un acto público en Trujillo, Valle, pidió perdón en nombre del Estado, por la masacre que en ese municipio perpetraron las autodefensas; sentí enorme alivio; nunca recibí un llamado de atención formal por mi impertinencia.
Refiero esta anécdota ante las reacciones que causan las recientes manifestaciones de perdón público que ha hecho el señor general Diego Luis Villegas, comandante de la Fuerza de Tarea Vulcano y responsable por la seguridad de las gentes, que habitan la convulsionada región del Catatumbo.
Estoy seguro que el señor general, hizo una instantánea reflexión moral delante de la Comisión de Paz del Congreso, de las autoridades que investigan el asesinato del excombatiente Dimar Torres, de la comunidad a la que él se debe en cuerpo y alma; hizo lo justo en fracciones de segundo: una reflexión moral como responsable de la ética de sus hombres, así luciera políticamente incorrecto; pesaron más sus sentimientos que los sensibles canales del mando.
El mismo general ha facilitado las pesquisas y puso la cara ante las evidencias; sus hombres cobijados por la disciplina y las reglas castrenses están a disposición de las autoridades y es claro que ante un hecho tan violento, existen responsabilidades individuales; NO institucionales; no son acciones de exterminio sistemáticas como podría juzgar cualquier inquisidor.
Cualquier discrepancia política que se suscite ante sus comandantes y ante el señor ministro de la defensa..., por simple sentido común, debe ser temporal y mediática.
La reflexión moral nos asalta a cualquiera, en los momentos de crisis y cuestionamientos éticos; por eso, la declaración de perdón del señor general Villegas: “lamento desde lo más profundo..., no es suficiente..., pero sí estoy aquí..., no mataron cualquier civil, mataron a un miembro de la comunidad, y por lo tanto el comandante ha venido a poner la cara...; y aquí estamos..., lo lamento en el alma; en nombre de los cuatro mil hombres que tengo el honor de comandar, les pido perdón...; esto no debió haber pasado; y esto NO obedece a una acción militar...; yo no estoy tranquilo con lo que pasó...; ni voy a arropar con la cobija de la impunidad a las personas que lo hicieron...”
El señor ministro de la defensa tiene mucha razón; hay protocolos de mando que se deben respetar; el señor general Villegas también tiene razón: su reflexión moral no le dio tiempo; hizo lo inusitado y extraordinario, porque además de encarnar la ética de su tropa, también representa el buen nombre del ejército de los colombianos.
El general en su laberinto: solo él conoce las pesadas cruces que está cargando en su laberinto; solo él puede sentirlo; solo él lo lleva en la segunda piel que le ha otorgado la patria: su uniforme militar camuflado y sus botas de combate, que todos los días, antes de que salga el sol, ya las tiene puestas.
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