Sería interesante aplicar una prueba genética al ser político colombiano. Ayudaría a entender el ciclo entre radicalismo y conciliación que impide avances, cambios y progreso social. La amenaza que plantean los radicales aburridos con el funcionamiento mediocre y paquidérmico del estado activa a los mofletudos que se nutren y aprovechan del disfuncionamiento institucional. Las dos fuerzas se trenzan en batallas, intentan devorarse, dividirse o aislarse hasta cuando el cuerpo social empieza a fallar y reconocen que ganar es igual a perder. La amenaza de una mutación terminal saca a flote el gen conciliador que busca otro gran acuerdo nacional y aplazar un gobierno que aplique nuevos programas, un yang dominante.
Argumentan los dirigentes que es un acto de grandeza dejar de lado ideas, principios y programas. Las instituciones deben seguir funcionando así sean mediocres. Creen que el ying y el yang se deben balancear, la convivencia, cuando más bien es el miedo al gobierno del otro lo que anula a los dos. Ni suman ni restan. Nuestro ADN no ha desarrollado la fórmula para administrar la dinámica de células opuestas, y en vez de esforzarse en encontrar el camino que nos libere de la modorra anti-cambio y permita avances contundentes, neutraliza las cualidades de los rebeldes institucionalizados.
El Tratado de Wisconsin (que selló el fin de la Guerra de los Mil Días), el Frente Nacional (FN), la Constituyente de 1991 (AC), el Acuerdo de La Habana (ALH), son apenas algunos ejemplos destacados del esfuerzo por no tener vencedores ni vencidos. Sin duda produjeron ajustes positivos y permitieron gobiernos funcionales, pero sin grandes transformaciones. El FN hizo que los conservadores dejaron de matar liberales y viceversa para evitar la exclusión del poder con la dictadura de Rojas. Cogobernaron pájaros y rebeldes para modernizar el estado eclesiástico y echaron a rodar reformas como la agraria que frenaron hasta que por la fuerza del inmovilismo disolvieron sus ideología en el rentable clientelismo.
La AC del 91 surgió seis años después del asalto al Palacio de Justicia, donde el M-19 confrontó su audacia e ingenuidad con la potencia de las células malignas estatales. La muerte de magistrados, funcionarios y empleados inocentes todos, como consecuencia de la orden oficial, ilegal, impasible y sanguinaria de arrasar con rehenes, guerrilleros y sospechosos, fue decisiva para la derrota del M-19 y mostrar el alcance del gen radical colombiano. Los militares que ejecutaron los deseos criminales del establecimiento quedaron impunes (salvo contadas y tardías excepciones), al igual que los mandos civiles que justificaron la masacre e impunidad desde las penumbras del Palacio. Aun así, entre tantas muertes surgió la constituyente del 91, el gen conciliador dominó al gen arrasador.
Los mejores aportes de la AC lo hicieron civiles que dedicaron su tiempo y esfuerzo a estudiar el rediseño de la estructura institucional. La lucha armada ha impedido que el mejor conocimiento beneficie el manejo estatal. Sin embargo, fue después de la nueva Constitución conciliadora cuando se puso en marcha el modelo económico más exitoso para concentrar riqueza, profundizar desigualdades y debilitar la democracia. Sin que nadie votara por él ni se discutiera entre los 100 constituyentes, una decisión del desorbitado poder presidencial trazó el verdadero camino que perfeccionó la desigualdad de la sociedad colombiana. El resultado más arrevesado de ese gen conciliador del 91, fue el auge de las Farc que en pocos años se convirtió en una amenaza a la continuidad institucional. Recogió a los desencantados del modelo impuesto por el mismo Gaviria que le quiere impedir gobernar a Petro y que obligó a sentar al estado en el Caguán a concertar.
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El ALH es el texto mejor elaborado, más completo y con mayores pretensiones de cambio de todos los que se han firmado en las reconciliaciones nacionales
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Las Farc que se habían quedado por fuera del esfuerzo reconciliador del 91, bajo el gobierno de Santos y con 50.000 muertos adicionales y seis millones de víctimas censadas, recibieron el tratamiento del gen conciliador. El avance de la filosofía política incorporó al nuevo gran acuerdo la justicia transicional como innovación. Hubo reconocimiento a las víctimas, una forma de perdón a los victimarios a cambio de verdades y al final una ligera reacomodación institucional de los actores. La sociedad aceptó que en vez de la usual impunidad se produjeran sanciones ejemplarizantes. El ALH es el texto mejor elaborado, más completo y con mayores pretensiones de cambio de todos los que se han firmado en las reconciliaciones nacionales y es sin duda el más inútil en transformaciones sociales o institucionales efectivas.
Así que es hora para que el yang domine y produzca los ajustes represados por tantos esfuerzos reconciliadores, que fueron útiles para detener el desangre nacional pero inútiles para aumentar el bienestar colectivo. Si al fin hay un gobierno de centroizquierda es el momento de aplicar reformas que posibiliten el aumento del bienestar colectivo. La negociación institucional no puede convertirse en bloqueo gubernamental. Pero al mismo tiempo el cambio obliga a plantear reformas sustentadas, validadas, que den credibilidad para ganar y sostener el apoyo público que las haga viables. La sociedad que tanto ha vivido de la reconciliación rechaza las formulaciones mesiánicas, la copia de propuestas que fracasaron y espera que un gobierno de cambio incorpore la era digital del siglo XXI y no que resucite modelos disfuncionales del pasado.