El gas no es un combustible de transición. Es importante que lo tengamos claro, especialmente ahora, en medio del terrible golpe de realidad que nos da la crisis climática: Reino Unido rompiendo récord histórico de temperatura tres veces en cuestión de horas; una “apocalipsis de calor”, en palabras de un responsable del servicio meteorológico de Francia, con registros de más de 40°C en la zona sur e incendios voraces; temperaturas en Irán que llegaron a 52,2°C, y en algunas zonas, debido además al alto porcentaje de humedad, con sensación térmica de 73,8°C. Para el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), del total de las emisiones generadas en la última década, el 86 % son causadas por la quema de combustibles fósiles, incluyendo el gas. Al ritmo actual, el grupo científico afirma que superaríamos los 1,5°C, límite del Acuerdo de París, en menos de diez años; recordemos que los efectos dramáticos que hoy presenciamos se están dando con un aumento alrededor de 1,1°C. Para Petteri Taalas, secretario general de la Organización Meteorológica Mundial, “Las olas de calor ocurrirán con más frecuencia debido al cambio climático. La conexión ha sido claramente demostrada por el IPCC”.
La única salida para evitar efectos aún más dramáticos es dejar enterradas la mayor parte de los combustibles fósiles, incluyendo el gas. El grupo de científicos Dan Welsby, James Price, Steve Pye y Paul Ekins, del University College London, publicaron a finales del año pasado en la revista Nature el cálculo de los combustibles fósiles que no se deberían extraer para no superar, con solo un 50% de probabilidades de que funcione, el límite de aumento de temperatura media global de 1,5°C. Con datos de reservas probadas globales a 2018, el 56% del gas conocido a ese año no se debería extraer. En el mismo sentido se pronunció el año pasado la Agencia Internacional de Energía (IEA) en su “World Energy Outlook”, indicando que no superar los 1,5°C solo es posible "sin nuevos campos de petróleo y gas natural (...) más allá de los que ya han sido aprobados para el desarrollo". Naciones Unidas, en su último “Informe sobre la brecha de producción”, evidencia que se planea extraer 71 % más de gas del consistente para no sobrepasar los 1,5 °C. Como se observa, es clara la necesidad de detener la asignación de nuevos proyectos de gas.
El metano, principal componente del gas natural, es responsable en alrededor de un 30 % del aumento de la temperatura desde la revolución industrial. Este tiene un efecto 86 veces más potente que el dióxido de carbono cuando se libera directamente a la atmósfera en un horizonte de 20 años, según el IPCC. La liberación de metano es un caso recurrente en la industria petrolera, cuantificado en 2021 en 180.000 millones de metros cúbicos, un valor 70% mayor a las cifras oficiales, según la IEA. Para la Universidad de Colorado el impacto climático de las fugas de metano en Estados Unidos en 2015 fue aproximadamente el mismo que el de las emisiones de dióxido de carbono de todas las centrales eléctricas de carbón que operaron en ese país en 2015. Estimaciones realizadas para la cuenca del Permian, la principal área de explotación mediante fracking en el mundo, muestran que alrededor del 9,4 % del total de gas extraído se fuga a la atmósfera debido al mal funcionamiento de equipos, entre otras razones. La magnitud de estas cifras habla de un problema que es inherente a este tipo de explotación, y socava la publicidad de la misma industria sobre los beneficios ambientales del gas.
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Para el caso colombiano con la posibilidad de explotación de gas natural a aguas ultraprofundas del Caribe, inversiones de este tipo conducirían a la generación de activos varados, y efectos de bloqueo.
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En términos globales, y muy especialmente para el caso colombiano con la posibilidad de explotación de gas natural a aguas ultraprofundas del Caribe, inversiones de este tipo conducirían a la generación de activos varados (stranded assets), y efectos de bloqueo. Estos últimos se refieren a inversiones multimillonarias en infraestructura, diseñadas para operar durante varias décadas, que sería muy difícil de cerrar antes del fin esperado de su vida económica; esta situación implicaría emisiones de gases de efecto invernadero adicionales que nos dejaría bloqueados en la ruta de las fósiles, y alejarían mucho más el objetivo de no superar los 1,5°C. Los efectos que la explotación de gas tiene en comunidades y territorios, además del impacto en el clima global, no pueden ser pasados por alto con un rótulo de “energía verde” como el avalado recientemente por el Parlamento Europeo. A pocos días de la posesión del nuevo gobierno, es clara la necesidad de llevar al nuevo plan de desarrollo la intención de disminuir de manera gestionada la dependencia de los combustibles fósiles, incluyendo el gas, con objetivos climáticos reales, más allá de las vacías promesas del gobierno Duque en sus NDC; este sería el punto de partida para hacer de Colombia una verdadera potencia de la vida.