No, no estoy hablando del pueblo raso, sino de sus élites gobernantes que también se asumen como su parte más calificada, dueña del poder. Es indudable que no entendieron, y todavía no están entendiendo, el mantra que nos traía aparejado la eventualidad del acceso a la paz.
Era y sigue siendo indispensable que hubiera habido o que surja, pues todavía es tiempo, una relectura total del Estado, que interpretara ese gran momento de nuestra historia: la revolución de la paz según hizo resonar alguien.
Ignoro si Juan Manuel Santos o Humberto de la Calle lo han analizado así, pero son de los que más cerca han podido estarlo de imaginarlo.
Pero, no. Nos cayó encima esta caterva de inútiles del CD que hasta la fecha no han servido para nada. Su visión del Estado es cavernícola. Es indudable declarar hoy día que el peor invento del señor Uribe fue fundar ese partido con esa gente. No están sirviendo ni siquiera para proteger a su líder, son un fiasco total y absoluto, y están asustadísimos porque si lo meten a la cárcel, entonces quién los volverá a acaudillar para hacerse elegir nuevamente a hacer nada. ¿Será que solo con el sambenito de la eventual liberación de su jefe será suficiente para crispar el país, meternos su sacrosanto miedo por los ojos, y salir elegidos? Bueno, ya para ese momento podría tener algo más de dos años en la cárcel y la gente se habría acostumbrado a no verlo chirriar, o chirriar demasiado.
Entonces Juan Manuel Santos se equivocó en dejarlos subir y por eso no entendió cuál era el Estado sobreviniente y, sobre todo, quién podía ser el gobernante necesario para liderar la fulguración de una paz enhiesta. Por eso cabe suponer que Santos negoció el Acuerdo de paz con Uribe. Luego del fallido referendo siempre me he olido que Santos pactó por debajo del mantel que lo dejaran hacer el acuerdo, o remendarlo lo mejor posible, condicionado a que no osaría en las elecciones. Y si eso fue lo que hizo, la embarró.
Santos desarticuló todas las fuerzas que hubieran podido ganarle a Duque y si no lo hizo, tampoco apoyó a nadie. A Santos lo aculilló el referendo, o lo aculillaron los mismos que lo habían llevado al poder. También pudo haber alguna deuda sin pagar por allí.
Por otra parte, de la Calle no tuvo el olfato, neutralizado o anestesiado por Gaviria como estaba, para realizar un astuto despliegue hacia la izquierda y ganarle tiempo y votos a Petro. Más bien se mantuvo a la derecha supuestamente para neutralizar a Uribe, dejando escapar a Petro. Era obvio que no cabían Vargas Lleras, de la Calle y Duque en la misma cama. ¡No había cama para tanta gente! Claro, teniendo al lado a Gaviria dándole pescozones qué tan a su izquierda pudo haber ido.
Y es que era obvio, y sigue siéndolo, que la opción es de la izquierda democrática. Si había que derrotar a la Farc, esa victoria debía ir más allá de la mesa de negociaciones, pero no para entregársela a la derecha, sino para construir la nueva misión del Estado. Incluso hubiera dado para un nuevo referendo, si la Constitución del 91 no daba el ancho.
Guardadas las proporciones, el error de Santos y sus congéneres es de naturaleza mundial, tan obtusa como la de Johnson con respecto al Brexit. Inglaterra necesitaba el control, dice, pero si ya lo tenía pues lo único que necesitaba era aducir siempre que necesitaba más. Con ese caucho podía girar siempre para donde quisiera.
Acá se necesitaba un gobierno que enterrara a las Farc políticamente, no militarmente pues ya estaban sin armas. Pasó lo que nunca debió haber pasado y seguirá pasando tal como vamos: que no hubiera nueva política sino más de lo mismo o, peor, más de la guerra; como si el acuerdo no se hubiera firmado; con lo cual no solo no avanzamos también nos fuimos a la caverna. Cualquier disidencia de la Farc, el pueblo colombiano mismo puede sentirse traicionado. La pregunta es obvia. ¿Entonces para qué hicimos la paz o, lo que es peor, ¿para qué tantos miles de muertos?
He allí un enorme y gigantesco orificio político que nunca podrá llenar el CD, así campee en el poder por cien años seguidos. Y es que no le pertenece el futuro pues en su gigantesca caverna de Er todavía no saben que la luz existe. No es su sombra lo que ven, es la más absoluta y oscura obnubilación. Y en ese son les da para seguir sintiéndose héroes.
Pongamos por caso el asunto de Venezuela. Habría cabido una nueva misión de Estado. Lo más obvio es que si quisiéramos alejarnos de la eventual influencia marxista-castrista-chavista-santista-madurista, absolutamente ridícula, deberíamos construir un más avanzado estado de bienestar. Eso fue lo que hizo Europa poco después de la Segunda Guerra Mundial para salvarse de la inminencia de los soviets. ¡Y lo lograron! Y, lo que es más aleccionandor, ¿cuánta inversión le metieron a la reconstrucción, reconstrucción de absolutamente cada átomo de aquella sociedad inmediatamente anterior a la guerra?
¡Pero acá estamos haciendo lo contrario! En algún momento estuvimos a punto de meternos en el agrio conflicto entre las potencia mundiales. Nos hubieran molido sin aprender ni a persignarnos siquiera. A quién se le hubiera podido ocurrir que aquella vieja consigna de los chinos de que el imperialismo es un tigre de papel, todavía no la están aplicando. A quién se la ha podido ocurrir que Rusia salió mal librada, o que ha dejado de ser leninista, luego de haberse desintegrado su bloque soviético. Acaso Putin no es hijo epónimo de la KGB.
Y, mientras tanto, resulta evidente, que la misma consigna de Trump, America First Again, acepta la interpretación de haberle ido mal en las guerras y quedó escoriado tras aquel ataque fulminante, guerra instantánea la he llamado, de Osama Bin Laden que lo mostró vulnerable en su propia entraña y, sobre todo, ha mostrado un camino. Camino que el coreano aquel parece estar explorando.
Pero acaso, no se podía avanzar en una mayor integración interamericana, precisamente aprovechando que Estados Unidos ha cerrado fronteras y está confundido en sus propias y feroces luchas intestinas, enloquecido en su propio ego.
Y es que Colombia pudo haber salido a la palestra como un país que había derrotado a la guerra. ¡Y le hubieran creído! ¡Y hubiera obtenido préstamos y ayuda del mundo para reconstruirse!
¡Todo eso hubiera resultado plausible!
¿Y qué tenemos? Un menso que, según el inefable señor Fajardo, tras un año de gobierno todavía no se sabe para dónde va.
Pero es que en semejante oscuridad política, atado de pies y manos, apurado piensa el pobre tipo.