El ganador se lo lleva todo
Opinión

El ganador se lo lleva todo

El más absurdo y antidemocrático de los sistemas electorales sobrevive hasta hoy en Estados Unidos y tal parece que cambiarlo va a ser un imposible para siempre

Por:
agosto 20, 2024
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Cuando Abraham Lincoln dijo en su discurso de Gettysburg que la democracia era el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, estaba hablando en un cementerio militar, en un país profundamente desgarrado por la guerra civil. Hábil político como era, buscaba recoger la Unión Americana bajo la bandera de la democracia de las cenizas de ese conflicto que le había costado la vida a 750.000 soldados. Hablaba de un ideal que nacía del sacrificio absurdo de tantos. El discurso, de 271 palabras, hoy grabado en mármol, casi no lo escuchó nadie. Había mucha gente, mucho ruido y los asistentes apenas se estaban acomodando para oír al presidente, cuando éste ya había terminado de hablar.

Es como si desde entonces nadie lo hubiera escuchado, pues no es fácil encontrar 161 años después un gobierno democrático que se ajuste a esa definición. Hay demasiados intereses encontrados, demasiados prejuicios en la formación de la nacionalidad, demasiados privilegios arraigados. Estados Unidos, de cuya Constitución se dice fue producto de una asamblea de semidioses que ha sido el modelo de muchas otras, no es una excepción. Las negociaciones entre los 13 estados originarios, que se suponían soberanos, fue dilatada y compleja. Al final se garantizó la autonomía federal y una presidencia sin muchos poderes que iba a surgir de cada uno de los estados en una elección de segundo grado, lo más alejada posible del régimen monárquico que acababan de derrotar en franca lid.

Para decirlo de una manera simplista, cada estado elegiría un presidente y el que reuniera más votos sería presidente de la Unión. De allí nace el más absurdo y antidemocrático de los sistemas electorales, que sobrevive hasta hoy. En las votaciones estatales para la Presidencia el candidato que saca la mayor parte de los votos se queda con todos los delegados de ese Estado al colegio electoral que es el que va a elegir al presidente. (The winner takes it all, como dice la canción de Abba). Como cada Estado tiene un número diferente de delegados, que no dependen de su población, ha venido sucediendo con frecuencia que el candidato elegido no es el que gana el voto popular y de hecho la elección la deciden un número muy limitado de estados cuyas preferencias electorales oscilan (swing states), Arizona, Georgia, Michigan, Nevada, Pensilvania y Wisconsin.


Hillary Clinton sacó siete millones de votos más que Donald Trump, pero ganó Trump, y la elección de George Bush la decidió la Corte Suprema al determinar que había ganado en Florida por poco más de 500 votos


La meta es obtener los 270 votos del colegio electoral. Como resultado de ese mecanismo tan antidemocrático Hillary Clinton sacó siete millones de votos más que Donald Trump, pero ganó Trump, y la elección de George Bush la decidió la Corte Suprema de Justicia al determinar que el candidato republicano había ganado el estado de Florida por poco más de 500 votos, decisión que Al Gore, quien había ganado el voto popular, no quiso controvertir en aras de la estabilidad institucional. No es una coincidencia que haya sido el partido demócrata la víctima de ambas circunstancias, dada la composición demográfica de los swings states que tiende a favorecer a los republicanos, aunque los nuevos cambios demográficos importan.

Muchas voces desde la academia y la política han insistido en que ese sistema hay que cambiarlo, pero es muy probable que ese acuerdo que implica una enmienda a la Constitución aprobada por todos los estados, no se realice nunca, porque implica que estados que no son tan grandes ni tan populosos tengan en sus manos la decisión de quien va a ser el presidente de la nación. Más fácil parecería determinar que en cada Estado los delegados sean reflejo de la votación estatal. Es decir que cada Estado mande al colegio electoral delegados de acuerdo con la proporción de votos de los dos partidos. Esa es una decisión que correspondería a los estados y hay al menos uno que la aplica, de modo que no parece un imposible lograrlo. De ese modo la elección tendría el verdadero sentido democrático que hoy no tiene, puesto que los delegados serían verdaderos representantes de la voluntad popular, que era seguramente en lo que estaba pensando Abraham Lincoln en Gettysburg, mientras nadie lo escuchaba.

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