Cuentan –los que saben– que la Mayora de todos los antiguos se llamaba Bachué. Que un día salió de las heladas aguas de la laguna de Iguaque con un niño en brazos y que, una vez éste llegó a la edad adulta, se unieron para dar origen a la humanidad. Es el Génesis en versión femenina.
Eran otros tiempos, era otra la mirada sobre el universo y sobre los humanos, sobre la comunidad y la familia. Era una sociedad fundada sobre los cimientos del linaje matriarcal que, por razones de orden económico, fue depuesta en favor de la gens masculina por lo que “La abolición del derecho materno significó la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo”, tal como nos lo enseñó Engels en su oportunidad.
La tradición judeo-cristiana, que fue impuesta en estas tierras por presidiarios y curas “civilizadores”, afianzó la creencia en la superioridad masculina y, con ella y el transcurso del tiempo, se fundaron pueblos y villorrios, casas consistoriales y palacios presidenciales, habitados siempre por varones. Claro está que –para consuelo de tantos– el mal es de muchos: el mal es general y de todas las tierras.
Y las lenguas europeas que se implantaron trajeron consigo el estigma de la gens: se fundan en el patrón masculino como centro del universo. La trinidad cristiana (¿quizá resonancia de la trimurti hindú Brahma-Visnú-Shiva?, 2000 a.n.e.) asume el género femenino como fantasma y lo que en otros espacios vitales es padre-madre-hijo, cede el espacio a la predominancia patriarcal. Y, con esas premisas, hemos construido nuestros imaginarios hegemónicos.
En estos días, cuando el debate se centra en el enunciado de una candidata a la vicepresidencia del país –“mayores y mayoras”– y no en sus logros como persona ni en sus ideas como política, resulta de importancia pensar en lo que se busca encubrir con ello: aquí están en juego nuevamente la preponderancia de la gens patriarcal, el discurso de quien ostenta el poder y los imaginarios de la sumisión en que nos hemos criado los colombianos.
¡Ahora resulta, pues, que en mundo que se renueva y que pone de presente la participación de la mujer, no es dable mencionarla ni darle el espacio simbólico que la representa en un sistema lingüístico anquilosado que –más temprano que tarde– habrá de reconocer el uso que los hablantes hacen de su código!
En contraposición, recordemos que las academias de la lengua “fijan” lo que circula en los intercambios comunicativos del pueblo, para lo cual resulta imprescindible que –antes– circulen esas nuevas formas significantes. Y, lamentablemente, para quienes viven en el pasado, esas nuevas formas significantes tienen una impronta femenina imposible de desconocer en estas épocas en que se reconoce que “El inventario de unidades léxicas de una lengua [palabras] es enorme y va cambiando gradualmente con el paso del tiempo y la influencia de la cultura” (Tobón de Castro, 2007: 112).
No ocurre igual con otro significante vacío: gamonal.
Su origen, aunque contingente, se encuentra en estrecha relación con el gamón, planta de raíces y flores que pueden resulta tóxicas y que –en algunas regiones se conoce como Flor de San José, ¡de nuevo el patriarcalismo!, esta vez putativo, es decir: simbólico–. Así, en la lengua impuesta, tiene unas connotaciones bastante llamativas: gamonal es el lugar en el que crecen tales plantas venenosas, de muy difícil erradicación. Igualmente, en su acepción americana, lleva información proveniente del quechua kamani: jefe, capataz.
En consecuencia, un gamonal vendría a ser algo así como un capataz (un capo) con poder económico y político que exhibe raíces y ornamentos que pueden resultar nocivos para el conglomerado social. Además, con carácter endémico, perenne.
Y, en los últimos días, ha rebrotado de nuevo un gamonal pueblerino, devenido expresidente de la república, que siempre ha logrado escabullirse por vericuetos sibilinos para llegar a la meta que se propone: hacer parte de la distribución del erario, ahora por intermedio de su núcleo familiar.
Nótese que, durante el período previo a las elecciones legislativas, simuló muy bien acercamientos con quien lideraba las encuestas y, ahora, al calor de un enunciado de la Mayora Márquez, se ha sentido y ha escurrido el bulto: no acepta que se le endilgue el calificativo de ‘neoliberal’. “Hágame el gran… dísimo favor”, diría un campesino de las tierras nativas del citado personaje.
Ahora bien, como lo ha recordado un reconocido periodista, se trata del mismo personaje que ha encajado –de la mejor manera– acusaciones como las de un político que lo señaló de ser aliado de Los Pepes y, sin embargo, se unió con el que dijo este último político y, así, obtuvo favores, incluso, familiares.
Algo va, diría un lector desprevenido, entre llamarlo delincuente y llamarlo neoliberal. Quizá desde su óptica gamonalística, sea preferible el primer epíteto y, por ello, continúa adherido al halo ideológico del patrón que detectó Weber en todo aquel que tiene como profesión la de ser burócrata.
Se deslinda un capo de las conversaciones que hubieran podido articular los discursos de dos corrientes ideológicas a partir de presupuestos convergentes. Se reafirma un gamonal, con todas las implicaciones del término, en tierras latinoamericanas.
Igualmente, se reafirma una Mayora que –al estilo de Bachué– bien puede ser la motivación de un nuevo Génesis en esta tierra que, como dijera el poeta Zalamea, hasta ahora ha tenido unos compatriotas que son “Entenados de una despótica familia de próceres; libertos de una vanidosa casta feudal; hijos putativos de las cadenas; ahijados de sus propios explotadores; pupilos de los grandes empresarios; catecúmenos de la iglesia cesárea; hombres de leva bajo las banderas de la demagogia; hombres de presa bajo los uniformes del poder…”.
Cuentan que hubo una vez en que un Gamonal y una Mayora –cada uno desde esquinas éticas opuestas– pusieron en evidencia los anquilosados estadios de una sociedad en que, de nuevo con Zalamea, “la concupiscencia del poder, primero; la codicia luego, engendraron la crueldad y abonaron el odio”. Ojalá esa puesta en evidencia sirva para leer de mejor manera el presente y escribir la página limpia del porvenir.
Cuentan… Contamos.