El gabinete magnético de Macondo

El gabinete magnético de Macondo

Magnetizar es atraer, es accionar una voluntad. Con razón, Aureliano Buendía habría de recordar a Melquiades, sentado contra la ventana en el cuarto de maravillas de su padre

Por: Javier Aldana Holguin
febrero 12, 2019
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El gabinete magnético de Macondo

“Las cosas tienen vida propia, todo es cuestión de despertarles el ánima”, pregonaba el gitano Melquíades mientras arrastraba sus lingotes metálicos por las casas inmortales de Macondo (García, 2001). Aquel magnetismo de los lingotes que hacía que otros objetos se arrastraran detrás de ellos y que atrajo la mirada y el espanto de los habitantes de la aldea, solo iba a cobrar sentido y existencia para José Arcadio Buendía en el acto mágico de magnetizar su imaginación.

No hay magnetismo en los objetos que no arrastre tras ellos una chispa de imaginación, de curiosidad y maravilla. Y tras el conjuro de magnetizar y desmagnetizar, está el artificio de un “charlatán” (Podgorny, 2015), experto en las complicadas artes magnéticas. Como charlatán, Melquíades lo sabía muy bien: sin la desaforada imaginación de José Arcadio Buendía, que trascendía incluso a la magia y el milagro, sus objetos y sus artificios carecían de la fuerza del magnetismo para atraer, carecían de valor.

Pero, cada mes de marzo, aquella familia de gitanos armaba su carpa cerca de la aldea de Macondo, al sonido de los pitos y los timbales, en cuyo interior se desarrollaban todo tipo de “actos mágicos”, seguramente puestos en escena a través de diversos montajes y espectáculos a fin de magnetizar a sus habitantes. El magnetismo cobraba así una dimensión espacial, un microcosmos en donde confluía toda una suerte de fuerzas magnéticas provenientes de los objetos y puestas a funcionar por el impulso vital y creativo de un “magnetizador”, de un Melquiades. Aquella forma espacial de la carpa sembrada en las cercanías de Macondo era un verdadero “gabinete magnético”.

El gabinete refiere al gabinete de curiosidades. El gabinete de curiosidades o cuarto de maravillas fue un espacio de práctica científica en los siglos XVI y XVIII que surge por la pasión por el coleccionismo, principalmente artístico y naturalístico en las cortes europeas del renacimiento (Pardo, 2017). El coleccionismo como práctica cultural y de prestigio era casi exclusivo de las élites europeas: aquellos pocos acaudalados que podían permitirse el lujo de guardar, conservar y exponer a sus visitantes una colección. Pero como toda práctica cultural susceptible de ser adoptada, diversos grupos sociales en ascenso comenzaron a imitar la pasión por las colecciones y el coleccionismo, y su ejercicio pronto se extendió a burgueses, comerciantes, médicos, boticarios y viajeros, que comenzaron a elaborar sus propias colecciones (Pardo, 2017). Melquiades, charlatán, comerciante y viajero incansable, de seguro heredó alguna vez, en un pasado muy lejano, la pasión por coleccionar los objetos mágicos que fue encontrando en “sus incontables viajes alrededor del mundo” para dejar un pedacito de ellos en un cuartito que José Arcadio Buendía construyó en el fondo de la casa más bella de Macondo.

Muy pocos persisten en la actualidad. Las fuerzas agregadas de la “modernidad” llegaron también hasta los museos para poder tragarse con sus poderosas embestidas culturales a los cuartos de maravillas. Las colecciones de los gabinetes de curiosidades fueron subsumidas en el siglo XIX por la conformación de las colecciones mayores en los grandes museos nacionales y las universidades (Pardo, 2017). Sin embargo, aun en los museos contemporáneos, el gabinete de curiosidades persiste con otros ropajes, a veces fragmentado y disperso, vistiéndose de diversas tramas discursivas en las galerías de exposición, en otras, retomando sus contornos originales para presentarse como portadores de múltiples significados dentro de la riqueza del lenguaje expográfico moderno. Contrario a la idea de ruptura radical en donde lo nuevo ocupa el lugar de lo viejo (Harvey, 2006), en donde el museo se inscribe sin hacer referencia a su pasado en el gabinete de curiosidades, el museo en su esencia, en su unidad básica en los objetos y colecciones, conserva aún la susceptibilidad de comunicar las ideas como verdaderas fuerzas magnéticas que revistieron en el pasado a los cuartos de maravillas.

Por otro lado, el magnetismo refiere al magnetismo animal o doctrina del mesmerismo cuyo descubridor Franz Anton Mesmer (1734-1815), propuso como método en una nueva terapéutica (Risoto de Mesa, 2012). Básicamente, Mesmer fundamentó su doctrina en la afirmación de la relación de los cuerpos celestes, la tierra y todo lo que en ella hay, con los cuerpos animados y, en consecuencia, con la salud, la enfermedad y la anatomía del cuerpo humano. Se trataba entonces de encontrar las leyes mecánicas que mediaban entre esa interacción. A su vez, Irina Podgorny (2015) describe al magnetismo animal como aquel agente invisible y desconocido que se manifiesta a través de las fuerzas físicas de los astros y los planetas, la energía de las estrellas, los seres animados, los procesos biológicos, atmosféricos, climáticos, químicos, geológicos, etc., presentes en la tierra; en otras palabras, el fluido, la emanación vital que mantiene en armonía y equilibrio al universo entero. Entonces, solo había que descubrir los cauces y las leyes que ponían en movimiento y en funcionamiento aquella emanación inexplicable que daba vida y armonía a todo lo existente, y esa tarea solo podía estar a cargo de un “magnetizador”, cuya voluntad y conocimientos acerca de los descubrimientos y los métodos del magnetismo animal, se ofrecían al servicio de las prácticas curativas como formas de restaurar el equilibrio perdido por la enfermedad.

A partir de lo anterior, interesa rescatar el magnetismo como aquella fuerza en movimiento que genera flujos y reflujos, reacciones, cambios e interacciones entre los objetos y la imaginación de quien se relaciona con ellos. El magnetismo como el vínculo fantástico que tuvo José Arcadio Buendía con el hielo, los lingotes imantados, el catalejo y la lupa gigante, los instrumentos de navegación y el laboratorio de alquimia. Magnetizar y desmagnetizar como procesos de atraer y des-atraer la imaginación hacia los componentes complejos del mundo material, de provocar intencionalmente el fluir de las ideas y los significados en un ejercicio interpretativo en relación con el valor de los objetos presentados en un determinado contexto. El magnetismo se opone a la inercia de los objetos, y el flujo vital que nutre el cuerpo de los imaginarios en relación con los objetos, es el componente humano, el sujeto “magnetizador” que, mediante un acto de puesta en valor, si se quiere, una exposición museal, logra transmitir el carácter discursivo de una trama determinada (Castell, 2019).

Magnetizar es atraer, es accionar una voluntad, una intencionalidad con el fin de activar la imaginación de un “observador” mediante un artificio mágico como la puesta en escena concreta de objetos y colecciones y a través de un lenguaje determinado, en donde los objetos son susceptibles de ser interpretados a través de múltiples significados, sin que ello anule, la trama propuesta por el magnetizador. Con razón, por el resto de su vida Aureliano Buendía habría de recordar a Melquiades, sentado contra la claridad de la ventana en el cuarto de maravillas de su padre, contando sus relatos fantásticos y alumbrando con su voz profunda los territorios más oscuros de su imaginación.

 

Referencias

Castell, E. (2019). Pensamiento y acción. La imaginación museográfica. Recuperado de https://imaginacionmuseografica.blogspot.com/2019/02/pensamiento-y-accion.html

García, M. G. (2001). Cien años de soledad. Bogotá, Colombia: Casa Editorial El Tiempo.

Harvey, D. (2006). París, capital de la modernidad. Madrid, España: Ediciones Akal.

Pardo, T. J. [D'innovació Educativa Universitat de València]. (2017, Agosto 2). 3.2. Revolución científica I. El gabinete de curiosidades [Archivo de video]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=cPJ0BYSakt4

Podgorny, I. (2015). Charlatanería y cultura científica en el siglo XIX. Madrid, España: Editorial, Los libros de la Catarata.

Risoto de Mesa, L. (2012). Una aproximación al estudio de los imaginario en la Ilustración: el caso de Franz Anton Mesmer (1734-1815). Claridades. Revista de Filosofía 4. Recuperado de https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6297605.pdf

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