No se trata de estigmatizar, por el contrario, se pretende abrir futuro a los cientos de jóvenes que habitan en los barrios El Paraíso, Carlos Pizarro, Nueva Sindagua, Orquídeas, Sindagua y el Manantial, ubicados en la comuna 12 de la ciudad de Pasto, en sectores estrato uno habitados por familias trabajadoras que miran con profunda preocupación la situación de sus jóvenes y adolescentes que, una vez terminada su primaria o su secundaria, no encuentran otra cosa que hacer que deambular por las calles en compañía de otros jóvenes y adolescentes pandilleros que consumen sus días al compás de un cacho de marihuana o de alguna sustancia psicoactiva.
Estos jóvenes se destacan por su inteligencia y laboriosidad, por su rebeldía desbordada debida, quizá, a ese panorama desolador que vislumbran para su futuro. Jóvenes y adolescentes a quienes la vida los ha tratado con rudeza y dureza; madurados a punta de golpes, hambre y abandono estatal, social y familiar. Es muy fácil verlos a su temprana edad tirados en cualquier potrero consumiendo drogas, alucinantes que quizás los transportan a otros y nuevos mundos donde la realidad no es tan cruel ni tan dramática. Su "pinta" es común y característica: gorra punkera o regatonera, pantalones caídos, chapa ancha y gruesa, caminado fresco y estirado, rostro enjuto y alargado que deja entrever la permanente traba en la que se encuentran.
Muchos de estos jóvenes y adolescentes arrastran un pasado triste y muchas veces cruel: abandono familiar, violación intrafamiliar, hambre, pobreza y miseria. A su escuela muchas veces van con un escueto desayuno constituido por un pan y un café. Es gracioso el verlos cuidar su moneda de doscientos pesos para el recreo escolar como un tesoro único y ambicionado. Mientras permanecen en su escuela están protegidos por sus maestros que se constituyen casi que en el único medio de seguridad y tranquilidad. El problema inicia cuando, una vez terminada su primaria, muchos de estos niños se ven obligados a abandonar su establecimiento e iniciar el recorrido de un camino áspero y difícil: el de su propia vida y el abandono de sus sueños y cuadernos escolares. A un lado quedan sus sueños de ser policías, celadores, médicos, veterinarios o vendedores; sus risas se truecan en incertidumbres mientras el paso de los días los lleva hacia ese otro mundo que siempre presintieron pero que lo sentían lejano y distante en sus pupitres escolares.
A sus quince o dieciséis años ya son rebuscadores, trabajadores, drogadictos y profesionales en el arte del raponeo. Víctimas inocentes convertidas en verdugos al servicio de sus vicios que los obliga a conseguir dinero de la única manera que pueden para satisfacer sus necesidades de alucinógenos. Algunos niños comienzan temprano y desde esa edad ya son jibaros y auxiliares de redes de microtrafico. Deambulan por las calles de su barrio buscando algo que hacer o que robar, desde un cilindro de gas hasta la cartera de su profesora; su inteligencia ya ha desaparecido lo mismo que sus anhelos de cambiar de estilo de vida y así romper una tradición familiar que parece un karma existencial, pues sus resistencias ceden ante los continuos embistes de sus amigos de pandilla que una y otra vez insistieron para que se una a sus noches y sus días de no futuro.
En los alrededores de estos barrios no existe una entidad que los oriente y les permita salir de sus angustias, que les facilite prevenir caer en ese mundo sin salida que se pinta en sus ojos y que araña continuamente su alma. Ahí parece no estar el Estado, ni las entidades juveniles, únicamente la policía o el ejercito que ya llega para castigar al hombre y no para prevenir la caída inevitable de las cientos de Alicias en ese túnel oscuro y eterno y que los conducirá al encuentro de un nuevo mundo donde los golpes, los ultrajes, las violaciones y las condenas serán la única realidad posible. En ese mundo donde la ira se enciende cada día como la única manera de cobrarle al mundo ese abandono y ese letargo social.
Nos preguntamos dónde está ese Estado protector, dónde entidades como COMFAMILIAR, Oficina de la Juventud, Diócesis de Pasto, Bienestar familiar, Defensoría del Pueblo, Secretaria de Desarrollo Comunitario y tantas otras entidades y oficinas que brillan por su ausencia. A estos jóvenes y adolescentes los hemos dejado solos en su caída durante mucho tiempo, creemos llegó la hora de mirarlos para ayudarlos y no para sancionarlos. Desde estas páginas hacemos un llamado a entidades y organizaciones públicas y privadas para que entre todos construyamos puentes de futuro a las nuevas generaciones de jóvenes y adolescentes de estos sectores de la ciudad de Pasto. Se requieren talleres de capacitación y proyección laboral, presencia de psicólogos y universidades, jornadas de sensibilización familiar, organización comunitaria y social. No miremos a estos conglomerados humanos con desdén, con el siempre olvido y sanción. La paz es la construcción de un futuro digno y promisorio para nuestros muchachos.
En verdad espero que la Alcaldía Municipal de Pasto, COMFAMILIAR y las respectivas secretarías hagan acto de presencia con proyectos comunitarios que involucren a esos jóvenes, que les permitan soñar, construir futuro, reparar su alma para enfrentar su existencia de una manera digna y generosa. Mientras los dejemos solos continuarán su camino extraviado y doloroso; construirán y repartirán los mismos males que recibieron y se perpetuarán en ese infierno que son para sus familias y su sociedad. Entre todos, tejiendo redes de solidaridades efectivas y promisorias lograremos sacar a Alicia de su laberinto encantado y mágico. Mientras tanto los miraremos perdidos, extraviados, repitiendo pasos y actos, alimentando su ego vacío y perdido; que la próxima vez no miremos a un agente capturando a un delincuente juvenil, que presenciamos a un funcionario instruyéndolos y proyectándolos. Quietemos las nubes de sus ojos y pongamos en sus manos la única herramienta que permitirá su futuro: la instrucción y la educación. Ese es el derrotero para los colombianos de hoy, la única certeza de derrotar ese demonio que nos habita colectivamente y que impide el surgimiento de ese hombre nuevo que llevamos dentro pero que se ahoga entre la maraña de la indiferencia social, colectiva y familiar.
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