Es denigrante y espeluznante ver cómo hemos perdido la cordura, la conciencia, la ética y hasta la sensibilidad de los hechos violentos que ocurren en nuestro país. Algunos juzgamos, gritamos, marchamos y luchamos hasta el final por ser escuchados, pero los otros aún no han comprendido lo importante de esta lucha. La covid nos mostró lo débiles que hemos podido llegar a ser; da terror ver las imágenes que circulan por redes sociales de cómo lograron transformar un espectáculo deportivo en la presentación más completa de la ignorancia, arrogancia y violencia que puede esconder un ser humano.
El fútbol es un centro de entretenimiento: 90 minutos de gracia, talento y liderazgo. La noche del 3 de agosto nos demostró que en Colombia el fútbol dejó de ser un espectáculo para convertirse en nuestro dolor más grande, y no por los resultados de un campeonato, sino por las actuaciones de quienes dicen amar a su equipo.
Hinchas violentos y desadaptados demostraron anoche que ni la pandemia logró concientizar a un país que por años ha sufrido una violencia endémica. Y que por más cosas que nos pasen o cambios se quieren implementar, sin conciencia social es imposible. Históricamente, el fútbol ha sido la herramienta para crear desinformación, cortinas de humo y direccionar la atención hacia otro lugar. Y no es culpa del deporte, es culpa de nosotros mismos por dejarnos llevar por el espectáculo y olvidar lo verdaderamente importante.
Perdimos la sensibilidad; nos acostumbramos a la violencia, tanto que continuamos un partido luego del trágico suceso. Hubo "hinchas" de Nacional atacando tribunas familiares, peleando sin razón y violentando personas inocentes. Colombia necesita educación, replantear si la inversión a la guerra realmente está valiendo la pena, mientras que muchas niñas, niños y jóvenes están en las calles entrenando a cuchillo para que en el momento que algo les moleste, puedan manifestar su descontento con sucesos como el de anoche.
El fútbol no es el culpable; los culpables somos nosotros por dejarnos llevar por el espectáculo. Es hora de concientizar, mirar más allá y ver si abrir los estadios es la mejor decisión, o quizás lo mejor sea reactivar la educación nacional, continuar con el entretenimiento virtual e invertir en las instituciones para que los niños logren volver al aula a educarse. Tal vez con educación crezcan sin intentar matarse dentro de un estadio.