No sé nada de fútbol o casi nada, lo poco que aprendí me lo enseñaron algunos amigos hombres y mi hermana que es educadora física. Ella me obligaba a ver partidos de todos los deportes, normalmente eran una tortura para mí y sólo lograba emocionarme cuando veía la vida puesta en la cancha, en su defecto, me capturaban los goles, las peleas, las lágrimas de los jugadores, las mechoneadas como la del DT del América de Cali a un jugador del River por allá en la Libertadores del 2003. Gracias a mis amigos, a mi hermana, a mi mamá que apostaba y lloraba por la Selección y a las peleas y goles del fútbol, mantuve una afición por este loco deporte que atrapa más que cualquier otro. Gracias a todo esto hoy puedo explicar lo que es fuera de lugar y algunas pocas cosas de esas técnicas. Mi ignorancia no niega mi pasión al ver a la Selección Colombia jugar y ganar y, también, perder. Así que, el viernes 4 de julio disfruté del primer tiempo del partido ante Brasil en un bar junto a mi amiga brasilera. En el bar todos los argentinos alentaban por Colombia y abucheaban a Brasil. Luego del primer tiempo volví corriendo a la universidad porque tenía clases.
Cuando entré al salón con la camiseta de Colombia puesta el profe me dijo que me fuera y que volviera cuando acabara el partido, genio total. Fui sola al buffet de la universidad y lloré al ver a la selección perder. Por solidaridad, o por algún factor deportivo e histórico que no quiero tocar para no herir susceptibilidades de los gauchos, todos los argentinos me apoyaron. Tuve que tomarme unos diez minutos para levantarme de la silla. No podía. En estos tiempos en los que se sigue creyendo que las mujeres vemos fútbol para mirar futbolistas, yo estaba sentada, llorando desconsolada porque mi Selección había sido eliminada del mundial.
Llegar a semifinal o ganar la final no nos iba a dar la Paz, la educación, la salud y esas cosas que tanto queremos algunos colombianos, pero qué bonito que se sintió mientras duró. Con razón Mandela alentó tanto por esa Copa Mundial de Rugby del 1995.