El fútbol es como la vida

El fútbol es como la vida

Una reflexión a propósito de La Champions League

Por: Andrés Colorado Vélez
mayo 14, 2015
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El fútbol es como la vida
Imagen Nota Ciudadana

Una y mil veces he oído la frase: “El fútbol es como la vida”. ¿Quién o quiénes la repiten sin cesar? Futbolistas, hinchas, directivos y periodistas deportivos tras el resultado adverso que obliga a un equipo a irse al descenso, que le impide llegar a la final o le designa la suerte de no salir a celebrar.

Repiten y repiten la frase manida –hoy hay fútbol desde el desayuno a la comida- en los periódicos, la televisión y la radio. Y sin el más mínimo reparo, para darle vitalidad y sustancia, la refuerzan con metáforas y analogías provenientes de las situaciones más simples y cotidianas de la vida: un matrimonio longevo o insípido e instantáneo, un negocio comercial, inmobiliario o que involucre el simple acto de ir a tienda de la esquina a comprar o fiar el diario; las vicisitudes de la oficina, de un día de sol en el campo sin un duro para darle de beber a la sed o la dominical asistencia a la iglesia les sirven como ejemplo para trenzar enrevesadas tácticas y estrategias y machacar la dichosa frase mientras se enaltecen los triunfos cuando es del caso o se excusan las decepciones, los goles en contra y las derrotas. Destinos que, como en la amplia oferta de días en la vida, podrán cambiar en el próximo partido del subsiguiente campeonato.

De tanto oír la frase manida y la baja poesía con que adornan al fútbol hinchas, futbolistas y empresarios, pero especialmente las absurdas quimeras de narradores y comentaristas, me he detenido a analizar y sí, he concluido que el fútbol es como la vida.

He visto, o creído ver, entonces, que allá en los estadios, en el fútbol, los narradores: repentistas chauvinistas que ladran como posesos el ir y venir del balón a lo largo y ancho del campo de juego son, como acá en las calles, en la sociedad, los medios de comunicación: antropófagos inmediatistas de bolsillos rotos que por una primicia matan y comen del muerto; que fingiendo serenidad y respeto, sensatez y ecuanimidad alimentan con su labia la hoguera donde se cocina a fuego lento le envidia de la cotidianidad.

He visto, o creído ver, que allá los comentaristas: deidades del cielo falso, pomposo, mafioso, luminoso, soso de la televisión y la radio se ufanan de ser amos y señores de la verdad y, aunque en su vida hayan tocado un balón de fútbol, cual si vieran el futuro en una bola de cristal, pronostican con espinosas tácticas lo que va a pasar en el impredecible, inagarrable y esquivo presente del ya. Siendo, en suma, como los investigadores sociales acá: diosecitos descalzos que con espurios juegos discursivos, sintácticos, gramaticales y metodológicos aseguran estudiar, analizar, interpretar y comprender la inconmensurable realidad y dan, sin titubeos, las claves para una armónica vida terrenal mientras, como perros hambrientos, se destazan entre ellos por un cargo y unos pesos mensuales de más o una efímera notoriedad que inmortalice por unos días su efigie de diosecitos en sociedad.

He visto, o creído ver, que allá los futbolistas: comodines erigidos como virtuosos, dignos de respeto y veneración por el universal designio de las iglesias de la FIFA, los medios de comunicación y el capital son como esos santos y héroes que las camarillas de la Iglesia y la Política erigen acá para paliar el desasosiego, celebrar la vida, cohesionar las diferencias, asumir como verdad la entelequia de la patria y reinar y enriquecerse por toda la eternidad.

He visto, o creído ver, que tanto allá en el estadio como acá en la sociedad los hinchas son los mismos: el pueblo, el ciudadano, la gente del común que obnubilada y enardecida por los narradores, los medios, el dinero, los comentaristas deportivos y los científicos sociales se pasa los días celebrando en la primera persona del plural los goles, los triunfos, los sueldos, las vacaciones, las ganancias, los réditos, las elecciones, alcaldías, presidencias y gobernaciones de unas singulares personas lejanas, escoltadas, siempre sonrientes y televisadas.

Ahora, se preguntará usted: ¿en este lacónico símil entre el fútbol y la vida quién es acá, el árbitro de allá? Es, ni más ni menos que el ciego, paralítico, errático y bufo del Estado.

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