Recientemente tuve la oportunidad de leer un libro de Amartya Sen titulado Identidad y Violencia el cual, para ojos de cualquiera, es un intento no tan equívoco de analizar sociológicamente la identidad y cómo ello nos lleva a cometer acciones que no creíamos capaces de hacer. A lo largo de la obra se mencionan múltiples temas. No obstante, lo que yo quiero traer a colación para usted el día de hoy querido lector, son los dos primeros capítulos.
En primer lugar se aborda el tema de la violencia correlacionada con la identidad de las personas: ¿Es verdad o mentira la idea de que la sociedad nos obliga a actuar de una u otra forma? Pues los sociólogos (independientemente de la época o escuela a la que nos refiramos) no dudarían en responder que es la sociedad la que nos arrastra a comportarnos de acuerdo a lo que ella dictamina, a lo cual, nosotros como legos no podemos refutar cuando lo vemos diariamente: las modas, las pautas sociales, las muletillas en el lenguaje de acuerdo al lugar en que nos encontremos, o incluso, las mismas tendencias en las redes sociales con retos y o noticias que, como a la mayoría cautivan, arrastran a los usuarios (casi siempre jóvenes) a seguirlas (claro, como en todas las cosas, hay excepciones).
No obstante, este tema se vuelve un poco más complicado cuando nos referimos a cuestiones de una índole mucho más elaborada, como lo pueden ser los movimientos que promueven la guerra y la desinformación.
Es triste ver cómo las personas que un día creyeron apoyar una causa justa, terminan cometiendo los hechos más atroces en la historia de la humanidad. Algunos impulsados por movimientos políticos, (como lo fueron las personas que en un principio apoyaron a Hitler creyendo que con él saldrían de la pobreza extrema que el tratado de Versalles le había sentenciado a su nación, y que en últimas, terminaron realizando un exterminio a la raza judía y demás sociedades no comparecientes con ellos), y otros por convicciones morales (y aquí quiero hacer referencia a Uribe y su deseo desenfrenado de promover la guerra, tomando como base mentiras sobre el proceso de paz, que quizá, él mismo se ha inventado, y usted querido lector, se ha creído ciegamente), tal y como se apreció en la época de la Santa Inquisición en España, con los fervorosos creyentes que asesinaban a los científicos que buscaban el progreso de la humanidad.
Todo ello se traduce en ideologías dogmáticas (que no aceptan una antítesis como tema de debate), que, o han sido impuestas (como la religión a los niños), o nos hemos sumergido en ellas (cayendo como dedo al anillo los partidos políticos). Sin perjuicio de lo anterior, tenemos la posibilidad (en algunas ocasiones) de renunciar a ellas (generando cambios sociales: la igualdad de género; respeto por la diversidad sexual; derechos de los animales, etc.), o de seguirlos, repitiendo la historia de las dos grandes guerras.
Es entonces necesario mencionar algo que nos puede ilustrar más fácilmente lo que he querido decir a lo largo de este texto: las barras bravas en el fútbol colombiano. Es vergonzoso leer el periódico y encontrar un titular que habla sobre cómo un grupo de hinchas de un equipo colombiano habían cometido las más grandes atrocidades en un país vecino, todo, por la intolerancia y el irrespeto a la diversidad.
Ahora bien, no siempre se es posible renunciar a dichas ideologías ¿Cómo pedirle a un soldado de la Alemania Nazi que contradiga lo que el FÜHRER decía en 1940? Cuando ya están instauradas y legitimadas en forma de gobierno, se es muy difícil que un solo individuo pueda refutarlas. No obstante, son posibles de detener, antes de que lleguen al poder, utilizando como arma la razón y la argumentación (nunca la violencia), no para apagarlos, pero si para restarle feligreses, siempre enfocando nuestro discurso a la tolerancia y el respeto sobre lo que el otro opina. Si ello no sucede, estaremos condenados a otra guerra, otro exterminio, o quizá, otra dictadura. Es por eso que es tan importante detener a Ordóñez antes de que llegue al poder.