Admitir el fracaso colectivo de nuestro proyecto de país es mejor que seguir diciéndonos mentiras. Es mejor admitir que todos fracasamos, desde los poderosos con sus decisiones egoístas hasta los ciudadanos de a pie con la indiferencia prolongada.
Fracasaron los partidos políticos que, con contadas excepciones, no son más que empresas electorales con débiles propuestas programáticas. Son microempresas electorales en busca del poder; da lo mismo el partido de color rojo, azul, morado, rosado, solo son acuerdos para comprar el poder y después feriar la gobernabilidad.
Fracasaron los políticos, que se han enriquecido con el erario público, que se han apegado al poder y se quieren perpetuar en él o han construido obras faraónicas e inútiles para alimentar personalidades ególatras y megalómanas.
Fracasaron las altas cortes que en gran parte se dedicaron a traficar influencias, a fallar ya no en derecho sino en plata, magistrados dedicados a enriquecerse, a reelegirse por favores como mercaderes de la ley.
Fracasaron los militares que en vez de cumplir con el deber de cuidar los bienes la vida y la soberanía de los ciudadanos de Colombia, convirtieron en regla lo excepcional, cuando les dio por matar más de cuatro mil personas y decir que eran guerrilleros y fuera de todo llamarlo con el eufemismo de Falso Positivo, que de positivo no tiene nada.
Fracasaron los guerrilleros de las Farc, que siguen recitando panfletos revolucionarios, mientras por sus atentados quedan pueblos lejanos sin agua, sin luz e inundados de petróleo. No se dieron cuenta de que los medios para buscar el sueño revolucionario pervirtieron su lucha, mientras sus líderes envejecen con diabetes y lesmaniasís, con el peso de la selva en sus cuerpos, mientras las grandes decisiones del país se toman en las ciudades.
Fracasó la llamada sociedad civil, indolente e indiferente ante un conflicto que deja más de doscientos mil muertos, que pide mano dura y corazón grande desde la comodidad de la vida de las ciudades, la misma que no vota en las elecciones, la que inunda las redes sociales con frivolidades
Fracasaron los intelectuales, que con pocas excepciones brillan por su ausencia en los debates del país y de los territorios, encerrados en sus libros y artículos académicos, enalteciendo sus egos racionales y publicando libros que leen solo los que aspiran a ser como ellos.
Fracasaron los medios de comunicación, centralistas como casi todo en Colombia, en el juego de la oferta y la demanda, atados a los intereses los grupos económicos, comunicando un país lejano e irreal.
Es mejor no decirnos más mentiras fracasamos. Admitámoslo para ver si de pronto con esa certeza podemos empezar de nuevo y construir un país en el que valga la pena vivir.