Al mejor estilo de una republiquita de bananas en donde los condenados a muerte eran sacados de sus celdas para fusilarlos y cuando ya estaban en el paredón se les disparaban balas de salva y luego se les sometía indefinidamente al mismo perverso tratamiento sin que nunca supieran cuando les llegaría la hora de verdad, la Secretaría de Movilidad, Transmilenio y la Alcaldía Mayor someten a pequeños propietarios, conductores, usuarios, terceros afectados y a la ciudad en general a un matoneo constante que data desde la génesis misma del supuesto ordenamiento del transporte público en la ciudad con el surgimiento del Decreto 309 en 2009. Efectivamente, han sido innumerables los plazos y ultimátum que se han establecido como fechas límite para su extinción total. Recordemos los tuits del alcalde afirmando que el primero de junio de este año no circularía un bus cebollero más, luego dijeron que el 25 de junio y ahora que el 16 de julio y así nos van llevando de tranco en tranco como buey al matadero.
Alguien tiene que decirles a las autoridades del transporte en Bogotá que no pueden seguir lanzando amenazas irresponsables e irreflexivas desde lo alto de su mediocridad e improvisación porque si hay algo peor que lo amenacen a uno es que no le cumplan la amenaza. Todos los actores de la movilidad y los ciudadanos en general tenemos derecho a planificar nuestras vidas, a elaborar un plan B y las autoridades están ahí para eso, para darnos certezas y no para mantenernos eternamente en esa especie de limbo en donde los plazos incumplidos sólo favorecen un clima de caos y zozobra en el que ganan unos pocos y se perjudica a millones de personas ya que por un lado el usuario ante la supuesta inminencia del fin de la oscura noche del TPC (Transporte Público Colectivo) se apresura de mala gana a aprender a usar un SITP (Sistema Integrado de Transporte Público) que dista mucho de ser la maravilla que dicen que es y por otro lado los aterrorizados antiguos propietarios, especialmente los que postularon sus vehículos a las hoy quebradas operadoras EGOBUS Y COOBUS, malbaratan el negocio que los sostuvo a ellos y a sus familias dignamente durante décadas ante este terrorismo financiero que los acosa diariamente.
Y es que si hacemos un análisis a “vuelo de pájaro”, el SITP prometió ser el bálsamo que venía a curar la famosa “guerra del centavo”. Pero ¿por qué la cambió?: por otra guerra igual o tal vez más peligrosa que es la guerra contra el reloj en la que a diario se sumergen miles de conductores del masivo y del zonal para cumplir los tiempos pre-establecidos por el ente gestor Transmilenio y donde el usuario es el que menos importa. Prometió también eliminar los “racimos humanos”, mentira que no merece mayor ilustración (sin comentarios).
Dijo que ahora las empresas estarían obligadas a tener sus propios parqueaderos donde resguardar su flota en condiciones de seguridad y confort, nada más alejado de la realidad ya que se les puede ver a éstos vehículos por toda la ciudad invadiendo el espacio público y teniendo a sus conductores en condiciones higiénico-sanitarias deplorables. Que se acabarían las “chimeneas ambulantes,” ¿acaso al pintar un carro de color azul éste disminuye automáticamente la emisión de agentes contaminantes? Afirmaron que ahora si iban a respetar los derechos laborales de los conductores especialmente en lo que tenía que ver con el cumplimiento de la jornada laboral, pero ¿qué hicieron?: inventaron sistemas perversos de esclavitud como las “tablas partidas” que consisten en fragmentar los horarios de trabajo para que laboren en las horas pico y “descansen” las horas valle de tal manera que obligan al conductor a permanecer 16 y 18 horas fuera de su hogar, eso para no hablar de las multas contra el salario y los bonos que no son otra cosa que evasión de parafiscalidad y de contratación de más personal.
Con la excusa de re-organizar, retiraron y no reemplazaron cientos de rutas de transporte tradicional con la lógica consecuencia que ahora son servidas por transporte pirata y en otros casos los ciudadanos migraron por cientos de miles hacia la moto y hacia el uso del mototaxismo y bicitaxismo, lo cual quiere decir que el Distrito no solo admite y permite sino que también fomenta la ilegalidad. ¿Eso es desarrollo? ¿A eso le llaman modernidad? La ciudad pierde semanalmente 15 mil millones de pesos para subsidiar la operación de las empresas del SITP cuando el transporte tradicional no necesitaba de subsidios, al contrario los otorgaba a todo aquel ciudadano que por medio de señas se declaraba insolvente y pedía ser transportado por mil o por quinientos pesos.
Pero quizá la mayor mentira que dijeron era que se iba a privilegiar la democratización de la propiedad del transporte y lo que terminó pasando es que el negocio quedó en manos de no más de cinco clanes familiares que paradójicamente son los mismos transportadores tradicionales que complotaron para quedarse con todo el pastel y ahora son dueños absolutos del masivo, del integrado y de lo que queda del tradicional. Arruinaron a miles de pequeños propietarios cuyos vehículos alimentaban una economía subterránea compuesta por verdaderos ejércitos de mecánicos, latoneros, calibradores, vendedores de comida y de toda clase de mercadería que se alimentaban de las monedas que de forma profusa brotaban de las vetustas cafeteras del sistema tradicional, hoy Sistema Provisional, sin que nadie haya hasta el momento analizado seriamente el impacto que tendrá en la ciudad su retiro definitivo y la consecuente incidencia que se dará en la ya disparada inseguridad de Bogotá. Miles de personas pelechaban a diario de las boronas del transporte tradicional, ¿acaso los sistemas modernos dejan escapar una sola moneda para regalar?, ¿Se ha visto alguna vez un conductor del Sistema comprando un Bon-Ice en un semáforo? Los conductores de Transmilenio andan con acompañante? ¿Si un habitante de calle le toca las llantas a un bus bi-articulado el conductor le tira 200 pesos?
Espero que no se diga que quien escribe estas líneas está respirando por la herida debido a su inminente desplazamiento pues antes que trabajadores del transporte tradicional también somos usuarios y nuestras familias también lo son y no queremos para ellos un transporte que tal y como está planteado es una farsa, si podemos hacer algo para mejorarlo o por lo menos volverlo más humano (como la Bogotá humana) lo haremos. El transporte tradicional ya cumplió un ciclo y perdió su oportunidad, es justo que sea reemplazado ya que no supimos brindar un buen servicio a la ciudadanía pero también es justo que quien lo reemplace esté a la altura del reto que significa devolverle a la ciudad la competitividad que día por día pierde frente a las demás urbes de la región por culpa de la inmovilidad a la que la condenan los intereses mezquinos de unos pocos.
*Francisco Mora, Miembro de la junta directiva de SNTT Colombia.