No existe una ley que proteja a los actores colombianos. Se van desechando. Si se quiere seguir vigente después de los cincuenta hay que ser o Amparo Grisales o irse del país como hizo Marlon Moreno. Fernando Solórzano, gracias a series como El cartel de los sapos o Las muñecas de la mafia. Un tipo recontrapopular, el alma de la fiesta. Pero, a sus 60 años, el caleño no empezó a ser llamado a las producciones nacionales, sumidas en la facilidad del reality y los programas concurso. Antes de la pandemia el Flaco creó la Choriserie en el sur de Cali y con una sede en Bogotá. Allí vendía una de sus especializades, el choripán. Su egoteca la puso ahí, con los afiches de películas en las que se siente justamente orgulloso como esa obra maestra llamada El Rey.
Sin embargo en la pandemia el negocio fracasó. Se devolvió a Bogotá buscando salvar el otro negocio y no lo logró. La gente no iba a comer los choripanes sino a tomarse fotos con él. Hoy se declara insolvente y vive de los ahorros. Es muy tenaz que un país que consume tanta televisión no esté dispuesta a salvar a uno de sus valores más queridos, sus interpretes. Después de los 50 empiezan a ser desechados. Solorzano debería ser un recurso nacional al que se tiene que cuidar. Ya está en la edad en la que debería dar un escalón mas, convertido en productor. ¿Cuántas ideas gloriosas no debe tener para crear series magníficas? ¿Nadie lo va a escuchar?