A la gente LGBTI la matan, rematan y contra-rematan. A eso, a lo abominable, en inglés simple se le conoce como overkill. Y en Colombia –que no es excepción en el mundo– hay innumerables ejemplos. El fiscal Mauricio Noguera tiene presentes algunos. El primer trabajo que asumió sobre una serie prostitutas transexuales asesinadas, a las que, tras el crimen, les dispararon repetidas veces en el rostro y luego arrojaron sus cuerpos en alcantarillas. Los cinco asesinatos cometidos el año pasado contra integrantes de la comunidad en el pequeño pueblo de San Marcos, Sucre. O el emblemático caso de Rolando Pérez, un profesor universitario cubano asentado en Cartagena y líder en pro de los derechos Lgtbi, quien fue masacrado lentamente en su vivienda: los criminales le maceraron la cara y extremidades con un martillo. En su memoria la comunidad lgtbi creó la organización Caribe Afirmativo, que recientemente presentó un estudio donde se documentan 119 muertes de trasgresores entre 2007 y 2014, con cerca del 90 por ciento de los casos impunes. El de Rolando Pérez, uno esos.
“La violencia que se ejerce en general contra la comunidad Lgtbi, y en particular contra las mujeres trans, es siempre algo que abruma. Las víctimas trans suelen ser jóvenes y uno siempre encuentra una cadena de violencia que antecede al crimen mismo. Son siempre vidas cortas marcas por la exclusión, el promedio de su taza de vida es ridículo”, explica Noguera, fiscal asesor para asuntos de género en la Fiscalía. Graduado como abogado de la Universidad Nacional, y con un rosario de estudios posteriores en derechos humanos y asuntos de género, Noguera ha combatido por la consecución de los derechos Lgtbi desde múltiples trincheras.
Inició en 2006 en la Comisión Colombiana de Juristas como asistente de investigador, luego trabajó brindando asesorías legales para personas de la comunidad en el Centro Comunitario Distrital Lgtbi. De allí brincó a la ONG Colombia Diversa, tal vez la organización más vigorosa del país en esa materia. En 2012 estuvo fuera del país vinculado a OEA, en Washington, donde elaboró informes y monitoreo los derechos de las personas Lgtbi en la región. Desde hace tres años trabaja en el búnker como asesor del despacho del Fiscal General de la Nación en políticas de género y enfoque diferenciales. Su misión es delinear las directrices que se deben seguir a nivel nacional para remover la impunidad que suele sepultar los crímenes cometidos contra la comunidad Lgtbi. Va por el país desempolvando casos, priorizando todo los que puede y capacitando a otros fiscales e investigadores para que en adelante cuando se topen con crímenes o violaciones de ese tipo apliquen ciertas medidas y otros análisis que les puedan conducir a los responsables oportunamente.
Cada año a finales de junio, cuando en Colombia se realizan las marchas del “orgullo gay”, la jornada en que lesbianas, gays, transgéneros, bisexuales e intersexuales (Lgtbi) se toman las calles en múltiples ciudades del país, el fiscal Mauricio Noguera observa la movilización con asombro y a la vez con algo de sospecha: “la procesión va por dentro”, piensa. Por cuenta de su trabajo sabe –crudamente– la realidad que hay tras bambalinas. Noguera, de 32 años, comprende bien que ese carnaval festivo con banderas coloridas y desenfado pleno es apenas un momento de fuga, porque la constante de la comunidad, de la que él mismo hace parte, es por sobre todo un viacrucis de discriminación, censura, exclusión, vejámenes y violencia extrema, desde la cuna hasta la tumba. Entiende además que todo ese escenario de la desdicha está y permanecerá profundamente apuntalado en la sociedad mientras persista la indiferencia general y la injusticia frente a cada caso.
El fiscal Noguera piensa en todo ello, y piensa en sí mismo, cada vez que llega a sus manos algún nuevo expediente con un argumento repetido: la trágica historia de víctimas que son atropelladas o exterminadas por el peligroso hecho de no ser simplemente heterosexuales, como lo dicta la tradición. Cuando los trasgresores se encuentran de frente con la intolerancia, cualquier día a cualquier hora, en un santiamén, dejan de hacer parte del mundo y su existencia apagada se suscribe a voluminosos expedientes sin mayor trámite, mucho menos resolución. Una mirada rápida a múltiples de esos expedientes y la “sevicia” brinca como la constante.
“Si bien no tengo problema en decir abiertamente que soy gay, no puedo asegurar que estaba dentro de mis planes trabajar por los derechos de la población Lgtbi, fue algo que se dio”, dice. Desde su trabajo como fiscal ha aprendido que la coraza del prejuicio contra la comunidad es tan fuerte que incluso él mismo la lleva encima. “Me di cuenta que el hecho de que uno sea gay no es garantía de nada”. Esos prejuicios –del tipo: lo que le pasó, le pasó por marica– suelen ser el primer argumento para que un crimen contra un transgresor quede impune. El fiscal considera que esa coraza es el gran enemigo de su comunidad, y que es resultado de una situación histórica de discriminación y violencia expresada en la homofobia consciente e inconsciente de los colombianos.
Noguera asegura que su condición gay es irrelevante para el cumplimiento de su trabajo. Ni le quita ni le pone. Ni siquiera es un tema cuando está desempeñando su trabajo, y en general la gente ni lo advierte, salvo cuando tiene encuentros con organizaciones Lgtbi donde todos saben que es parte de ese grupo azotado por la peste de la intolerancia. “Nadie se pone feliz por saber que soy gay, acá lo importante es que la gente reciba atención y respuesta oportuna para cada uno de sus casos”, dice, y de acuerdo a ese propósito procede.
Su condición sexual le permite proximidad, una sensibilidad mayor frente a los casos contra la comunidad Lgtbi que pasan por sus manos. Los éxitos y frustraciones son más sentidos. Así ocurrió hace dos años cuando llegó la noticia criminal del homicidio de un activista muy querido, Guillermo Garzón. Había sido encontrado envuelto en una cobija, amarrado, con signos de tortura y al que al menos cuatro criminales asfixiaron hasta la muerte en su apartamento del barrio Chapinero. “No éramos amigos, pero era alguien a quien se le apreciaba en el movimiento por su liderazgo”, anota Noguera, quien cita el caso para explicar que por momentos su trabajo es bastante lúgubre. Pero también se topa con satisfacciones. Por ejemplo, cuando se dio la captura y condena de los asesinos de Garzón, uno de los pocos casos que destella luz contra una larga historia de impunidad.
Twitter: @josemonsal