Independientemente de nuestra creciente tendencia a considerar lo presente como vigente y lo histórico como obsoleto, es necesario considerar la posibilidad de analizar la importancia de ciertos actores políticos en su precisa dimensión y contexto.
Más allá de lo válido o inválido de comparar dos países y sus héroes de independencia, hechos como recordar la importancia de Bolívar para nuestra historia y la importancia de Nelson Mandela para Sudáfrica.
Las similitudes son muy interesantes. En Colombia el grito de independencia se dio hace casi 200 años y, en Sudáfrica, la independencia del velo del racismo se logró en 1994 con la elección de Mandela como el primer presidente negro de Sudáfrica tras la terminación del régimen del Apartheid. En ambos casos la muerte de estos líderes se dio en menos de 20 años después de su “independencia”, y seguramente vendrá acompañada de infinidad de artículos y ceremonias en su honor.
Sin embargo, la posibilidad de que entendamos la dimensión de Mandela para los sudafricanos es una realidad distante para nosotros los colombianos. Su rol como un gestor de paz es indiscutible.
Es por ello que imaginar la incertidumbre de La Gran Colombia en 1830, los temores y tensiones políticos en estos años, en los que la existencia del Estado como sí mismo, estaba atada a la existencia de un actor y su vida en este caso Bolívar, presenta un paralelo sin precedentes con la incertidumbre que viven los sudafricanos debido a la inevitable muerte de Mandela. Más interesante aun, explica porque frente a la opinión pública resulta tan difícil aceptar su muerte. Los temores frente al futuro y la incertidumbre como producto de la pérdida de un referente moral, frente a un estado que no genera confianza a sus ciudadanos.
La muerte de Mandela encuentra al país en proceso de transición, con expectativas de un futuro mejor que no se ha consolidado, con millones de sudafricanos en la pobreza, que llevan esperando 20 años a que la revolución les ayude a superar su pobreza.
El actual gobierno tiene índices altos de corrupción y es común ver incompetencia y cinismo. Por ejemplo, el presidente actual (Jacob Zuma) gastó en el último año alrededor de 21 millones de dólares, con dinero del erario público, en mejorar la seguridad de su residencia privada (las mejoras en seguridad incluyeron entre otras cosas la construcción de piscinas y habitaciones para invitados).
Ello explica la dificultad para muchos sudafricanos de ver morir a Mandela. Su muerte no es la muerte del hombre; es la muerte del símbolo y el temor que el sueño de la nación del arcoíris termine. En un país en el que es común encontrar altísimos índices de pobreza y las tasas de desempleo que rondan alrededor del 40%, y donde la inequidad es la más alta del mundo.
Sin embargo, es necesario recordar que Mandela fue el líder de un grupo armado (una insurgencia) y, a diferencia de Bolívar que lideraba una lucha contra la presencia de foráneos en su territorio, Mandela lo hacía contra otros sudafricanos, con el fin de imponer su visión de país. Pocos recuerdan que Mandela fue el líder del ala militar del CNA (un grupo de orientación Estalinista), y su sabiduría y el afecto que grupos de todas la razas le profesan en Sudáfrica, se basó en la capacidad de redireccionar su organización y convencer a sus integrantes de elegir un proceso pacífico de reconciliación y convencer a los Sudafricanos que gente de todos los colores podrían convivir en Sudáfrica (por ello a veces se refiere a Sudáfrica como la nación del arcoíris).
El valor de Mandela, fue su capacidad de perdonar a sus agresores y ofrecer perdón a sus victimarios; un ejemplo que fue seguido por toda la nación.
Mandela reconoció la dificultad de creer en una absoluta victoria militar para construir país, y las dificultades de prolongar la guerra por una victoria política. Su rol como padre y mentor de la moderna Sudáfrica trasciende el lenguaje, de manera que todos se refieren en Sudáfrica a él como "Tata" (en isiXhlosa, uno de los idiomas oficiales de Sudáfrica), que significa padre.
Su muerte causará un sollozo colectivo y una gran incertidumbre por el futuro de la nación. En Sudáfrica hoy, Bolívar ha muerto.