Escuché en noticias que en el próximo Congreso del Partido Comunista de Cuba, Raúl Castro renunciará a sus responsabilidades en la dirección del partido y el Estado, para dedicarse a la vida privada con su familia. Los comentaristas preguntaban en seguida si aquello significaría el fin del régimen de los Castro en la isla, y se remontaron al año 59, cuando Fidel y sus barbados entraron a La Habana al frente de una revolución que estremeció al mundo.
El hecho de que la epopeya del pueblo cubano para derrocar a Batista e independizarse del yugo norteamericano haya pasado de moda, incluso la realidad política contemporánea de que la lucha armada haya dejado de ser el camino para acceder al poder en cualquier país latinoamericano, realidad que entre otras cosas Fidel Castro tuvo el valor de reconocer y proclamar hace casi tres décadas, no bastan para demeritar la obra del pueblo de José Martí.
Cuba ha soportado el más inhumano bloqueo económico y político durante algo más de seis décadas. Algunos cubanos me referían en La Habana de varias generaciones de niños que tuvieron que crecer sin saber lo que era tomarse un vaso de leche, por obra de las decisiones de gobiernos estadounidenses. Ningún país o empresa podía negociar con la isla sin correr el riesgo de gravísimas sanciones norteamericanas. Se quería rendir la revolución por el hambre.
El Estado cubano se empeñó en brindar a todos sus nacionales en la isla la satisfacción de las necesidades más elementales, alimentación, vivienda, estudio, trabajo, en medio de las circunstancias más adversas que se pueda imaginar. Cuba no es un país rico en recursos naturales, tiene que conseguir la mayoría en el exterior, o resignarse a vivir sin ellos. Pese a eso consiguió algo que ningún país latinoamericano dotado de riquezas pudo nunca alcanzar.
No nos digamos mentiras, pero el estado excepcional de acoso y escasez que la revolución se vio obligada a sufrir tras la caída de la Unión Soviética y el socialismo en Europa oriental, no lo hubiera podido superar ningún otro país. Los cubanos, bajo la dirección de su partido y su gobierno, se encargaron de dar una demostración sin antecedentes. Se levantaron de la ruina y la miseria con unos criterios políticos y morales por completo disímiles al resto del mundo.
Su gente es distinta, posee una mentalidad muy diferente a la de nuestros países. No ven y juzgan las cosas con los mismos parámetros que lo hacemos nosotros. Son patriotas que aman a su país y están dispuestos a dar la vida por él. Tienen un elevadísimo sentido de respeto por sus semejantes, son solidarios con todas las causas por la justicia en cualquier rincón del mundo. Carecen de esa ambición consumista que nos inculcan aquí desde niños.
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Su gente es distinta, posee una mentalidad muy diferente a la de nuestros países. No ven y juzgan las cosas con los mismos parámetros de nosotros. Son patriotas que aman a su país
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Con las uñas, en medio de una hostilidad exterior abrumadora, han educado varias generaciones hasta las especializaciones más avanzadas sin cobrarles nunca un centavo. Igual montaron un sistema de salud totalmente público, que ha logrado convertirse en pionero de diversas aplicaciones médicas a escala mundial. Acaban de producir la primera vacuna contra el covid-19, La Soberana, algo que está a cientos de años luz de conseguirse aquí.
Para cualquiera que juzgue esa nación con los ojos formados en ambientes como el nuestro, los cubanos son pobres y llegan a producir lástima. Miles de ellos salen de la isla buscando un futuro mejor para ellos y sus familias, lo cual sería la mejor demostración de que viven desesperados en la isla. Olvidan que de nuestros países emigran otros tantos de miles en iguales o peores condiciones. Mientras en nuestras ciudades millones sobreviven de milagro en el abandono total.
En Cuba no muere de hambre nadie, ni menos por falta de atención médica. Allá estudian carreras profesionales muchachas y muchachos provenientes de todo el mundo, muchos de ellos por generosa solidaridad del Estado cubano. Los médicos cubanos llegan a los más lejanos rincones del planeta a prestar ayuda humanitaria. Cuba no envía tanques ni aviones de guerra a otros países. La tranquilidad que se respira allá hasta en las más altas horas de la noche es asombrosa.
Así que pienso que antes de infamar o condenar eso que peyorativamente llaman el régimen de los Castro, habría que mirar hacia dentro de nuestras fronteras para examinar las desgarradoras escenas que se viven por cuenta de la desigualdad. La violencia horrorosa que hemos padecido durante décadas es propia de la democracia más antigua de América Latina. El paramilitarismo, las masacres, la corrupción, la descarada represión policial, nada de eso existe en Cuba.
Claro que Cuba no es perfecta, tiene problemas, muy grandes, que lucha por solucionar. Pero en justicia, su gobierno y su revolución tienen cosas inmensas para valorar y respetar. La huella de los Castro es creadora, mucho más grandiosa que otras.