‘El Fin de la Historia’ o el fin de la Democracia
Opinión

‘El Fin de la Historia’ o el fin de la Democracia

Las crisis que revientan son síntomas del fin de una época que pudo ser de la democracia u Occidente, pero China, Rusia, Islam, son hoy otras visiones y poderes

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octubre 25, 2023
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Alrededor de 1990 un breve ensayo -apenas un artículo-, probablemente más conocido o divulgado que ningún otro, impacto al mundo; en él el politólogo norteamericano Francis Fukuyama planteó la tesis de ‘el Fin de la Historia’, proponiendo que con la caída de la alternativa de los regímenes comunistas la humanidad había llegado a la perfección política bajo el modelo de la Democracia Capitalista; que todos los países acabarían adaptándose a él.

Por supuesto quienes representan y determinan qué es la ‘democracia’ coincidieron con él y fueron aún más allá vendiéndole o imponiéndole al mundo el modelo económico y político de el Neoliberalismo.

Sin embargo lo que estamos viendo ahora es lo contrario, el fin de -o se podría decir el agotamiento- de ese modelo de ‘Democracia’.

En su etapa o ciclo constructivo se crearon los instrumentos para buscar los propósitos democráticos de mejor distribución del poder y la riqueza, más participación e integración de las poblaciones cubiertas por el sistema y el cierre de la brecha de las oportunidades para buscar una sociedad más equitativa.

Por eso la palabra ‘democracia’ acabó siendo identificada con estos instrumentos: el voto universal, la división de poderes, el Estado de Derecho, las libertades civiles, el poder de las mayorías, en alguna forma la garantía para las minorías, y ciertos ‘valores’ como la defensa de los Derechos Humanos, la libre determinación de los pueblos, etc.

Curiosamente la palabra misma -reinventada cuando la independencia americana y el nacimiento de Estados Unidos- no vino a generalizarse sino con la aparición de la alternativa del régimen soviético como contradictorio a esos valores. Ni cuando las independencias de los otros países americanos, ni cuando la caída de los imperios europeos, ni cuando las guerras contra el colonialismo se hablaron de ‘democracia’. Ni Bolívar, ni San Martín, ni Garibaldi, ni las protestas sociales del siglo XIX, ni siquiera Washington adelantaron las luchas alrededor de ese término.


Hoy la inmensa mayoría de la población mundial no vive bajo regímenes democráticos, apenas 17 % de la humanidad vive en países donde se considere operativa o vigente la democracia plena


El caso es que hoy la inmensa mayoría de la población mundial no vive bajo regímenes democráticos. Según las estadísticas apenas un 17 % de la humanidad vive en países donde se considere operativa o vigente la democracia plena. Y en aquellos que se identifican como ‘democráticos’ prácticamente en ninguno la mayoría aprueba o está satisfecha con cómo sirve el sistema.

De hecho, lo primero  que estaba fallando fue el mismo concepto de ‘democrático’ en el sentido de los propósitos. Lo que se ha venido produciendo son mayores desigualdades, más concentración del poder, de la riqueza, más brecha de las oportunidades, menos inclusión o solidaridad. Es cierto que en términos absolutos ha mejorado la educación, la salud e incluso la pobreza. Pero en términos comparativos las distancias son cada vez más grandes y la diferencia entre el número de beneficiarios del sistema y el de excluidos de él cada vez mayor.

Pero no es solo la falla en los resultados sino también en los instrumentos para resolver los problemas y lograr funcionar en las condiciones presentes. Ya ni las dificultades ni las soluciones se asocian con el manejo de la economía como objetivo de la democracia liberal-capitalista, pues las perspectivas que motivan a las nuevas generaciones no se centran en el individuo sino en la colectividad.

Hoy vivimos es el cambio climático, el deterioro ambiental, la congestión del tráfico y las dificultades de movilidad, el aumento de la inseguridad y la impunidad, el populismo o las autocracias y la corrupción de la política, la posverdad y el manejo de la desinformación tanto en los medios convencionales como en las redes sociales, las migraciones, la adaptación o desadaptación a la Inteligencia Artificial, a la robótica, al mundo virtual y el metaverso.

Las crisis que revientan en todos los campos son síntomas del fin de una época que pudo ser la de la democracia o del Siglo Hegemónico Americano o de lo que hoy preferimos o nos limitamos a llamar ‘Occidente’, pero China, Rusia, el Islam, son hoy visiones y poderes alternativos.

La inoperancia de mecanismos internos que llevan a la parálisis de la Cámara de Estados Unidos y el tema del peligro que representan Trump y sus similares, los cambios drásticos en países como Polonia o Italia, los laberintos para escoger gobiernos en España, o Ecuador o Argentina, o la solución  encontrada en casi todos los países con la segunda vuelta o ‘balottage’, solo protocolízan la polarización que cuestiona la unanimidad alrededor  de los ‘valores democráticos’.

Por eso también la ‘democracia’ que justifica que a nombre del ‘derecho a la autodefensa’ Israel arrrase la Franja de Gaza o que Ucrania iniciara la guerra del Donbass -antecedente de la invasión de Rusia- negando el derecho a la autodeterminación de esas regiones, no es respaldada por la mayoría de los países -o sea los que no se someten o identifican con ‘Occidente’-.

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