El feudalismo monárquico, el gran ganador de las elecciones de España

El feudalismo monárquico, el gran ganador de las elecciones de España

"El pasado domingo, millones de súbditos avalaron su legitimidad. Con sus votos perpetuaron en el poder a la dinastía borbónica y a sus descendientes"

Por: Carlos de Urabá
abril 30, 2019
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El feudalismo monárquico, el gran ganador de las elecciones de España
Foto: Twitter @CasaReal

Ningún candidato se ha atrevido a nombrar al rey Felipe VI, ni a la reina doña Letizia. Todos cierran filas en torno a sus majestades a pesar de los incontables casos de corrupción y abusos de poder en los que se han visto implicada la familia real. ¡Benditos sean! Gracias a los monarcas, España es respetada y querida en el mundo entero, y ese es el precio que hay que pagar. Para colmo los reyes eméritos don Juan Carlos y doña Sofía con toda la desfachatez y el descaro siguen activos y ejerciendo sus funciones.

En España hoy existen nada menos y nada más que cuatro reyes sin importar los gastos suntuarios que esto representa para las arcas públicas. En todo caso, sus majestades son tan glamurosos, gentiles y fantásticos que no hay que reprocharles nada, al contrario, solo merecen elogios y salutaciones. En especial la reina doña Letizia que con sus modelitos se ha convertido en la máxima estrella de las pasarelas mundiales.

Los súbditos en un acto de generosidad sin límites consienten todos sus caprichos. Esta es la demostración más clara del buen funcionamiento del sistema democrático.

Los candidatos saben de antemano que cualquier crítica a la monarquía le puede salir muy cara. Por eso prefieren callar y pasar de largo en este asunto tan espinoso vaya a ser que se hundan en las encuestas. ¿Y al respecto del referéndum entre monarquía o república? Insinuarlo siquiera sería una afrenta imperdonable. La sociedad española aún no está madura para afrontar tamaño dilema. Este es un dogma de fe inamovible imposible de refutar.

¿Es lícito cambiar el sistema de gobierno? No, por favor, eso sí que es una blasfemia. La monarquía es algo intrínseco a nuestra forma de ser, a nuestro carácter. La tutela de un ser superior que guíe nuestras vidas es algo que nos enaltece. Los ideales republicanos, la soberanía popular, el derecho a decidir, la dignidad humana son conceptos subversivos que es mejor obviarlos.

Los bufones palaciegos se baten en duelo ilusionados por alzarse con el cetro de gran Chambelán (ayudante de cámara real). A los monarcas les debemos pleitesía porque ellos representan la flor y nata de la nobleza, la aristocracia y los grandes de España. El poder omnímodo de la iglesia católica tampoco es muy conveniente ponerlo en tela de juicio pues sus eminencias son como sus majestades más divinos que humanos. ¿Y los jueces de la Audiencia Nacional, ese tribunal de orden público franquista que ejerce la represión y el castigo? Ni por asomo se les nombra. Por extraño que parezca nadie está en contra de la ley antiterrorista, las detenciones arbitrarias, las torturas en comisaría, o la Ley Mordaza. Se ha de imponer el estado de derecho y el imperio de la ley. Por eso deben ser condenados los rebeldes y golpistas catalanes que pretenden romper la unidad de España. 500 años de historia en común es un argumento poderosísimo que difícilmente se puede tirar por la borda. Así lo decidieron los súbditos por mayoría absoluta en el referéndum tutelado por las Fuerzas Armadas en 1978.

Materias tan comprometedoras no admiten el más mínimo desliz. Tal y como están las cosas los monarcas ni siquiera necesitan presentarse a unas elecciones. La democracia es un asunto terrenal y ellos habitan en el séptimo cielo. Todos los partidos políticos desde el PP, Cs, VOX y el PSOE e incluso también Podemos (están en el Congreso de los Diputados porque prometieron -muchos por imperativo legal- la Constitución) besan sus manos y hasta sus pies porque son la garantía de la unidad de España y la estabilidad del reino.

¿Y la memoria histórica? ¿Alguien ha reclamado por los 130.000 muertos que están enterrados en las cunetas? ¿Quién se atreve a sacar la cara por las víctimas del holocausto nazi-franquista? A Callar, a callar que esto también resta votos. Es mejor que cicatricen las heridas en pro de la paz y la reconciliación entre los españoles. ¿Alguien ha interrogado a don Juan Carlos de Borbón sobre el por qué juró como legítimo heredero del caudillo conociendo su prontuario criminal? ¿Quién dio la orden de enterrar al dictador en el Valle de los Caídos? Silencio, absoluto silencio.

Los candidatos de esta mascarada deben hacer gala de inteligencia y carisma; las frases hechas, las poses y gestos una y mil veces estudiados. De memoria recitan los datos, las cifras de la recuperación económica, la bajada del paro, la prima de riesgo, el Ibex 35 o el índice de precios al consumo demostrando su conocimiento y sapiencia.

Al fin y al cabo el reino de España debe ceñirse a los dictados de Bruselas y a las imposiciones de la locomotora alemana.

La economía es los que realmente preocupa a los súbditos. Solo hay que ver las colas que se forman para adquirir la lotería de navidad en pleno ¡verano! Y los casinos que pululan por todos los pueblos y ciudades, la primitiva, la quiniela o los cupones de la ONCE. La suerte es la única que nos puede redimir. Porque sea como sea hay que salir de la crisis. Los candidatos sacan pecho y con voz impostada prometen que van a crear millones de puestos de trabajo, contratos indefinidos y bien remunerados. Se acabó la precariedad laboral y el paro endémico. Es prioritario levantar la moral de los súbditos: el alza de los sueldos y de las pensiones, la rebaja de impuestos, el IVA, el IRPF, los intereses bancarios, las hipotecas, las ayudas familiares, la igualdad de género, el fin del impuesto a las sucesiones, a los testamentos, regenerar el mundo rural, revertir el déficit demográfico, y sobre todo, mantener el estado de bienestar. Promesas y promesas que se lanzan a río revuelto a ver si los incautos pican el anzuelo.

Esta es la mejor oportunidad para autoproclamarse adalides de la lucha contra la corrupción, el clientelismo, la prevaricación y el desfalco. Aunque no son más que palabras estériles pues esta es una práctica generalizada casi imposible de erradicar.

Ni siquiera se ha abierto un debate sobre política exterior: las relaciones con EE. UU., el papel en la Otán o la participación en la guerra contra el terrorismo. Ningún candidato se ha referido a la industria armamentística y menos a las multinacionales que participan expolio de las materias primas de los países del Tercer Mundo. Además de las compañías y empresas españolas ganan jugosos dividendos vampirizando la marginación y la pobreza. Poco importan las relaciones con los países latinoamericanos, ni el futuro del pueblo saharaui que agoniza abandonado en el desierto. Son un ejemplo más de la soberbia del reino de España que se jacta de pertenecer a los países más ricos del planeta. La demagogia los lleva asumir el reto de enfrentar temas tan trascendentales como la ecología, la energía nuclear, los inmigrantes o los refugiados. Todos los partidos sean de izquierda o de derecha apuestan por revitalizar la educación, la cultura, las artes, las letras. Seguramente son asuntos prioritarios porque tienen que convencer a unos electores cada día más críticos y exigentes.

En resumen: la Casa Real es intocable. Sus majestades son inmunes e inviolables ante la ley tal y como reza el artículo 56.3 de la constitución. Nadie se ha atrevido a indagar sobre cuál es la verdadera dimensión de su patrimonio, sus inversiones, sus cuentas secretas o los testaferros que se encargan de administrar su fortuna en los paraísos fiscales. Aparentemente la corrupción, el tráfico de influencias, o el enriquecimiento ilícito es algo que no les atañe pues solo le rinden cuentas a Dios todopoderoso. El rey don Juan Carlos, blindado por los partidos constitucionalistas, se dedica a la bohemia, la pachanga, los toros y los cruceros de placer. Al final los súbditos son los que pagarán los platos rotos.

Las clases populares, el proletariado, los obreros, los campesinos tienen un valor meramente sentimental y fuente de inspiración de las consignas más apasionadas. Poco cuentan esos súbditos empobrecidos por las políticas neoliberales, esas víctimas de la emergencia social que humillados tienen que rogarle una limosna a Cáritas, la Cruz Roja, al Banco de Alimentos o las ONG. Existen millones de familias desahuciadas, en el paro o la marginalidad mientras la Casa Real dilapida sin remordimiento millones de euros en satisfacer el fuego fatuo de sus vanidades.

A estas alturas de la historia poco importa el debate ideológico. El socialismo, el comunismo o el marxismo son teorías fracasadas y caducas. Las banderas rojas con la hoz y el martillo hacen parte de un pasado remoto y deben esconderse en el trastero. La derechización es el signo de los tiempos y cada día que pasa se acentúa su vigor.

La estrella de esta campaña electoral es sin lugar a dudas es Vox, el partido defensor de la españolidad y el mejor antídoto para contraatacar a los secesionistas catalanes. ¡Por Dios, la patria y el rey! En defensa de las tradiciones más vernáculas, y los héroes sacrosantos desde don Pelayo, el Cid Campeador, los reyes Católicos, Cristóbal Colón, el gran Capitán, Hernán Cortes, Pizarro, el almirante Blas de Lezo, herederos de los guerreros que participaron en los siete siglos de reconquista, valedores de la hispanidad, las épicas victorias en la batalla de Covadonga, Navas de Tolosa o de Lepanto. Con ellos resucita el “imperio hacia Dios” y los principios fundamentales del Movimiento legados por el caudillo Francisco Franco Bahamonde por la Gracia de Dios. Bajo el lema de “todo por la patria” se impone ese espíritu romántico que ensalza al caballero español ¡viva la tauromaquia, la caza, el jamón, la paella! Para garantizar el respeto a la bandera, el himno y la dignidad de su majestad el rey. La seguridad por encima de todo, el velar por la propiedad privada, la xenofobia y el racismo que son los máximos valores de la ultraderecha.

Pero el mayor drama quizás lo va a protagonizar Podemos pues su pacto con el Psoe —por desbancar al PP en la moción de censura— lo condenan al máximo castigo al quedar reducidos a la mitad de los diputados en las cortes monárquicas. Pablo Iglesias e Irene Montero líderes absolutos han perdido toda credibilidad al comprarse una mansión de 600.000 euros en una de las zonas más aristocráticas de Galapagar. ¿Cómo le podrán explicar a los proletarios y descamisados tamaño despropósito? Su prédica se hunde en la más vil hipocresía, un estúpido error que le costará muy caro y por lo que no les quedará más remedio que dimitir la misma noche de las elecciones. El triunfo en las urnas de Pedro Sánchez es inobjetable aunque tendrá que pactar para seguir gobernando. La debacle del PP, quizás el partido más corrupto de Europa, también será apoteósica. Así que Vox, el Psoe y Ciudadanos serán los triunfadores de la jornada.

Estamos en la Europa del siglo XXI, en la era del consumismo más voraz y depredador, dominados por la dictadura tecnológica globalizada: el Internet, el iPod, el Smartphone, el Twitter, el WhatsApp, el Instagram, Telegram o Facebook. No hay sitio para la nostalgia, ni las aventuras revolucionarias pues el capitalismo ruin y despótico es el que manda.

Este domingo millones de súbditos avalaron con sus votos la legitimidad del feudalismo monárquico. Son votos que perpetuarán el poder a la dinastía borbónica y a sus descendientes. No hay nada, ni nadie que lo ponga en entredicho. Solo una minoría antisistema es capaz de mantener el pulso pero se ve impotente para enfrentar una fuerza tan descomunal. La sociedad burguesa y reaccionaria expresará contundentemente en las urnas su voluntad. ¡Gloria al nacionalismo español! ¡Loadas sean sus majestades!

 

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