En las tres horas en las que las Fuerzas Especiales de la policía mexicana tuvieron en su poder a Ovidio Guzmán, el más discreto y poderoso de los diez hijos del Chapo, notaron que el hombre desviaba su mirada constantemente su mirada a uno de sus escapularios que le colgaban del cuello y que el mundo pudo apreciar en esta foto:
Era el niño Jesús de Atocha, la divinidad que hizo popular entre los mafiosos mexicanos Pablo Escobar hasta el punto que tiene su santuario propio en la comunidad de Fresnillo en Zacatecas y es uno de los tres lugares de peregrinaje que más visitan los católicos en México después de la propia Basílica de la Virgen de Guadalupe en Ciudad de México o el de San Juan de los Lagos en Jalisco. Escobar se hizo adorador de la imagen cuando hizo un viaje diplomático a España, durante la posesión de Felipe González como presidente en 1982, cuando era suplente de la Cámara de Representantes y muy cercano al entonces senador liberal Alberto Santofimio Botero, momento que quedó inmortalizado en esta foto:
Lo conoció en la Real Basílica de Nuestra señora de Atocha en Madrid. Desde ese momento era lo primero que el capo mandaba a poner en cada una de las casas en las que vivía. Incluso en la mismísima Catedral, la cárcel que mandó a construir a su medida cuando decidió someterse a la justicia en julio, estaba una de las figuras del santo en el pasillo de la entrada. Incluso en su tumba en el cementerio Jardines de Montesacro en Medellín, entre las bolsas de perico, los casquillos de bala y porros que sus adoradores le ofrecen, están, por supuesto, las estampitas del santo. Aún su figura es asociada al niño Jesús de Atocha:
En cada allanamiento que le hacían al capo, en la eterna persecución que le hacía el Bloque de Búsqueda, según contaba su mamá, Doña Herminda Gaviria, Escobar se arrodillaba y le rezaba esta oración al Niño Jesús de Atocha:
Si ojos tienen que no me vean.
Si manos tienen, que no me agarren.
Si pies tienen, que no me alcancen.
No permitas que me sorprendan por la espalda.
No permitas que mi muerte sea violenta.
No permitas que mi sangre se derrame.
Tú que todo lo conoces, sabes mis pecados pero también sabes de mi fe,
No me desampares. Amén.
Esa misma oración la rezó Ovidio Guzmán en medio del infierno desatado el pasado jueves 17 de octubre en Culiacán. Sea como fuere, el hijo del Chapo se hizo humo. Otra vez el niño Jesús de atocha volvía a proteger a uno de los suyos.