Chengue y Macayepos son dos corregimientos instalados sobre la línea que divide el norte del departamento de Sucre y el centro de Bolívar. Pocos años atrás sus habitantes se acusaban mutuamente: unos de apoyar a las guerrillas y otros a los paramilitares.
Eran dos comunidades que preferían esquivarse sobre los caminos veredales y no toparse sobre el arroyo “palenquillo” en cuyas aguas beben sus animales y lavan ropa las mujeres que llevan las riendas de los hogares, mientras sus maridos trabajan la tierra y recogen aguacates.
Los militares que vivíamos cerca de estas comunidades en Montes de María a principios de los años 2000, llenos de prejuicios le seguíamos el juego a estos estigmas y para corregir el error, propusimos un remedio que uniera a estas dos hermosas comunidades: hacer un encuentro de fútbol y una olla comunitaria junto al arroyo “palenquillo” sobre el potrero donde aterrizaban los helicópteros que llevaban pertrechos a las tropas.
¡La idea funcionó a la perfección…! Los niños de Chengue y Macayepos, pateaban el balón con los pies descalzos, luego jugaban los jóvenes y después los viejos. Mientras tanto las mujeres hacían el sancocho a la orilla de la quebrada, en una gran olla repleta de plátanos y cachacos, yuca, carne de pollo, cerdo y res, revuelta con ñames, cebollas y ajos; el toque final del “trifásico” lo completaban los aguacates cremosos de las montañas de María.
De esa forma cada macayepero y chenguero dejó de mirar de reojo a sus vecinos en la vera del camino y comenzaron a saludarse con la sonrisa que llevan en su corazón campesino. Ese fue un triunfo estratégico que lograron los infantes de marina sobre los Montes de María. Un éxito que se propagó en todas las veredas y corregimientos, que permitió mayor unidad entre las comunidades alrededor de un balón de fútbol y de una olla comunitaria.
Sin duda alguna el deporte moviliza masas, aglomera pueblo, la rivalidad extrema con reglas funciona, pues los contrincantes las respetan sin rechistar a la autoridad y al final del combate el triunfo riega de paz los espíritus de los ciudadanos que animan a su equipo.
La unidad nacional por la que se esfuerzan los políticos haciendo alianzas, se encuentra en el deporte, en ese fenómeno que une voluntades, que contagia como un virus, pero sin hacer daño: el deporte aglutina, estimula, apasiona, sana heridas, exalta los más nobles sentimientos, anima a luchar por una causa, motiva a entablar conversaciones con los vecinos más ariscos, finalmente se convierte en una fuerza que se propaga con agrado sobre valles y montañas; como el buen vino cuando entra a un paladar exquisito.
El deporte podría implementarse como la motivación para integrar y movilizar al país rural en la transición a un escenario de posconflicto, y está demostrado que después de las guerras los países se unieron alrededor de sus hazañas deportivas.
Sobre las puertas rajadas y vencidas por el tiempo en un hogar campesino, es común encontrar la imagen de un deportista; los niños anhelan ser como ellos y en las calles polvorientas o encharcadas por el invierno, se escapan del cuidado de sus madres para ir a patear el balón, montar una bicicleta, hacer un bate del trozo de un árbol de guayacán o usar el cuero de un balón viejo como manilla para atrapar una pelota de béisbol; de esa humildad nacieron los héroes que hoy nos motivan.
El fútbol como deporte de conjunto une, porque en el juego se conjugan inteligencias para trabajar en equipo, donde el portero debe ser más sabio que el delantero para hacer grandes atajadas, la defensa inteligente para contener el ataque rival, el medio campo versátil para destruir y construir las mejores jugadas entregándolas muy cerca del guayo de los delanteros que hacen los goles, que finalmente producen estallidos de júbilo en todo un país.
Por eso alrededor de un balón de fútbol, hemos encontrado sosiego y unidad nacional, se nos olvidan tantas angustias y temores, como le sucedió a los macayeperos y chengueros del país rural.
Los colombianos hemos aprendido a reír con llanto y también a llorar a carcajadas; ese carnaval de contradicciones ha ido perdiendo las amarguras por la euforia de la unidad nacional que nos ha instalado el fenómeno del fútbol; un fenómeno que exacerbó los más nobles sentimientos reprimidos por el conflicto cincuentenario.
Cada triunfo de un deportista colombiano debemos celebrarlo sin desafueros de felicidad y cualquier derrota asumirla con la misma serenidad, para que la unidad nacional rescatada por la gloria de los deportistas no sea efímera; es necesario que persevere como la fuente tranquila de la nación con la que soñamos todos los colombianos.