Así como algunos dirigentes políticos hablan del socialismo del siglo XXI, pues también hay que hablar del fascismo del siglo XXI, algo que estos quieren ocultar con sus discursos patrioteros. A esta horda se le escucha decir que el germen del comunismo castrochavista se quiere adueñar del desorden que dejó la madre patria en América, para envolver a un pueblo incauto que no ve más allá de sus narices. Su estrategia no es otra que la misma polarización, llevar a sus adeptos a enfrentar violentamente a los que no comparten sus ideas. Pero de a poco la gente va conociendo su manera de pensar, y comprende que todo se trata de un lavado de cerebro para gobernar y tapar con el poder todas sus fechorías.
En Colombia, una nación fallida desde su génesis, Álvaro Uribe Vélez es el gestor de un ideal que han apropiado muchas personas: el de creer que todo lo malo de este país es consecuencia de la lucha guerrillera. Con esa verdad a medias desde hace tres décadas ha querido ocultar sus presuntos vínculos con el narcotráfico y con el paramilitarismo, y ha justificado los falsos positivos. Lo más aterrador de todo esto es que sus seguidores apoyan su proceder, justificando cada una de sus iniciativas como el sacrificio que había que hacer para salvar a la patria. Pero son tan ciegos que no alcanzan a ver que con su patrioterismo Uribe se ha hecho dueño de la mitad del país, y ha favorecido a sus hijos y amigos con los recursos del Estado.
Como si fuera poco, Donald Trump también ha apropiado la misma lógica uribista, en una nación en donde ahora es común ver grupos de extrema derecha amedrantar a las personas decentes que han votado por un Joe Biden sensato y competente. Así opera el fascismo: promoviendo marchas violentas y afianzando el espíritu paramilitar de los más incultos de la sociedad. Esta dinámica retrograda se esconde detrás de unos valores que de democráticos no tienen nada, puesto que hablan de la igualdad del pueblo siempre y cuando este pueblo sea blanco y comparta sus ideas. Pero se ha podido ver que se les pude hacer frente, cuando a través del voto popular se derrumban los sofismas que quieren acabar con las verdaderas democracias.
Nosotros estamos lejos de recomponer el camino, porque realmente no tenemos líderes que puedan orientar a esta república bananera. Aquí no se piensa en emprendimiento y en un progreso verdadero, sino en darle rienda suelta a una lucha de clases que se atenúa cada día por la insatisfacción de tener un presidente incompetente y que llegó al solio de Bolívar con la plata de un narcotraficante. Triste realidad la nuestra, pero al menos ya sabemos que Uribe y su gente son el calco de un fascismo que se ha derrumbado por cuenta propia.