Los jóvenes soviéticos de veinte o treinta años, instruidos en los campos de educación marxista-leninista,
solo se diferenciaban de los miembros salvajes y desprovistos de escrúpulos de las Juventudes Hitlerianas por sus rasgos físicos
Sándor Márai
Cada vez que uno se mete con las vacas sagradas de la política colombiana de izquierda (o algunos monstruos apocalípticos como Fidel Castro, El Che Guevara, Hugo Chávez o cualquier tiranuelo de la zurda hipocresía mundial) saltan, lanza en ristre, los que adoran de manera solemne a esos individuos que, en medio del populismo y la demagogia, anhelan posar sus sacrosantos traseros en la silla presidencial por los siglos de los siglos.
Aunque una gran parte de la derecha no ha sido un dechado de virtudes (no se pueden olvidar a figuras detestables como Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana o las terribles consecuencias de proporciones de genocidio político de una derecha ultra fascista en Indonesia) y sus buenas “intenciones” también terminan torciendo el destino de las naciones latinoamericanas, muchas veces logran resultados positivos que hacen avanzar a trancas y barrancas a este hervidero de realismo mágico donde aún observamos flotar a Remedios la Bella sostenida por níveas sabanas o seguimos viviendo bajo el mito del buen salvaje y buen revolucionario que nos describía el fallecido Carlos Rangel.
Es cuando vemos al alicorado Petro gritar “las banderas rojas” símbolo impenitente del criminal sistema socialista, escudándose en la simbología ibaguereña, mientras Gustavo Bolívar se encarga de hacerle las selfis respectivas para, algún día, llenar de icónicas imagenes revolucionarias los altares petristas, junto a las demás figuras sagradas del santoral político de la izquierda colombiana.
Cuando Venezuela se suicidaba en aquel aciago diciembre del año 1998 cualquiera que osara criticar al líder intergaláctico era pasto de insultos variados, algunos coprológicamente repugnantes y otros maquillados con un lenguaje un poco más educado.
Pero, el argumento más visible era “Chávez presidente”, solo eso. Acá en nuestra Colombia se sustituye por “Petro presidente”, argumento infinitamente superior a propuestas reales, pues el líder divino de la masa, solo grita arengas desde el embriagante púlpito del populismo y la demagogia más exacerbada.
La derecha colombiana, inexistente o profundamente afectada por los vicios populistas o demagógicos de la política criolla, solo atina a tratar de alcanzar algo de fuerza poniéndose la camiseta de la selección Colombia o a andar por ahí entregando volantes en lugar de haber construido en estos últimos años una verdadera opción política con argumentos creíbles y con una ideología sólida que vaya más allá de despotricar contra la izquierda.
Esa derecha no es capaz de mostrarle a la gente que el desarrollo económico se logra alentando a la industria y el comercio, diversificando la producción, alentando a la industria turística, apoyando al emprendedor, disminuyendo la carga burocrática del Estado, diciéndole a la gente que la verdadera riqueza se obtiene con trabajo y sacrificio, con disciplina y respeto a las más elementales normas del derecho común.
Que las naciones que viven del subsidio eterno del paternalista caudillo de turno se hunden en la miseria y se convierte en mendigos eternos del estado todopoderoso, del Gran Hermano de la pesadilla orwelliana.
Qué es mejor, ¿una dolorosa verdad o una fragante mentira?, pues el petrismo ya lo ha respondido, una mentira perfumada a buen whisky es mejor que la dolorosa y cruel verdad de que para ser un país del primer mundo nos hace falta tener disciplina, trabajar duro, generar riqueza dando vida a empresas responsables en todos los ámbitos, que hay que cambiar esa mentalidad nacida del subsidio eterno y de la mano bienhechora del estado.
Reconocer que mientras la aristocracia política (a la que Petro y muchos de sus lambe botas han pertenecido por décadas) de izquierda y derecha siguen disfrutando de groseros privilegios, los empresarios y los ciudadanos trabajadores se desloman para seguir alimentando las insaciables arcas de un estado voraz e ineficiente.
Es por eso que es triste que, al igual que en Venezuela en 1998, Colombia se decante por el populismo embriagante (con ese tufo a guarapo barato, a aguardiente rancio) que propone Gustavo Petro.
Ya lo decía, en aquel aciago 1998, Vargas Llosa cuando acertadamente establecía que elegir a Hugo Chávez era un suicidio.
Colombia, entonces, alista la cuerda de cáñamo para colgarse del árbol de la izquierda, prepara el revólver para volarse la cabeza en aras de llevar al poder a quien fue incapaz de administrar una ciudad.
Colombia se alista para sacrificar su futuro en el altar rodeado de banderas rojas del peor candidato, de la opción menos adecuada para dirigir los destinos de esta nación a la que Duque y Santos enfilaron al abismo de la mediocridad socialista.