Señores fanáticos (de izquierda, derecha y centro) sin duda cualquier estudiante de una universidad europea puede encontrar en Colombia el insumo fundamental para su tesis de grado, incluso para una tesis doctoral, cuando se trata de polarización infundada y de discusiones absurdas.
Difícilmente otra nación podrá competir con nuestro honroso primer puesto, no existe en redes sociales una sola opinión que busque desvirtuar un argumento, a lo sumo se justifica una posición “es que en la otra campaña también hay” o se descalifica a su autor (corrupto, guerrillero o paraco), el argumento ad hominem, ad ignoratiam, no puede hacer más que poner en evidencia nuestra cultura retrógrada y retardataria en materia de política.
Ni la Guerra de los Mil Días, ni la muerte de Gaitán, de Álvaro Gómez, el magnicidio de Bernardo Jaramillo Ossa, de cientos de pro hombres de la patria que no pretendían con el deleite de su verbo encendido otra cosa que la reconciliación democrática de un país que a diario se desangra.
Hoy el fanatismo ha cumplido con su función primigenia que es obnubilar el pensamiento y nos pone en un papel de ciudadanos de aceptación directa de cualquier discurso, por descomedido que pueda ser con nuestra capacidad de razonar.
Lo aceptamos, incluso a veces pretendemos desconocer la evidencia… todo esto hace recordar un pasaje de Sthendal sobre el amor, cuando el hombre llega a la casa y encuentra a su mujer en brazos de otro y este le reprocha, pero ella le responde: “qué poco me amas que das más fe a tus ojos que a mis palabras”.
Definitivamente el fanatismo solo es equiparable al paroxismo en el que nos sumerge el amor.