Escribir columnas cada quince días no es fácil. Muchas veces no se tiene nada para decir o, aún peor, se tiene qué decir pero no se sabe cómo. Por fortuna, alguna vez recibí un consejo que me ha hecho mucho bien a la hora de encontrar alguna idea esquiva o inquieta: aprender a tomar distancia. El ejercicio consiste en dejar de concentrarse en resolver un asunto particular -en este caso la columna- y empezar a vagar y divagar entre temas -en apariencia- inconexos o ajenos entre sí. De esta manera, llegué al extraordinario podcast de Diana Uribe y sus viajes por el mundo. Una de las grandes virtudes de los monólogos de la filósofa e historiadora es que están llenos de músicas, recomendaciones de películas y citas a textos de literatura. Así me topé con una referencia al fantástico libro de Mika Waltari, Sinuhé, el egipcio (1945). De inmediato lo compré (en su insensible versión digital) y por arte de la distancia se me atravesó la historia del falso rey. Entre un canasto suspendido entre los juncos del río Nilo apareció esta columna.
Cuenta el médico Sinuhé que en unos de sus viajes por el mundo antiguo fue a parar a Babilonia. Una tierra exuberante y asombrosa, en la cual, gracias a sus saberes y aptitudes supo trabar amistad con el rey todopoderoso Burraburiash. Sinuhé no viajaba solo, lo acompañaba su otrora esclavo, un personaje desenfadado, lengüilargo y beligerante llamado Kaptah. Un típico escudero (mil veces presente en la literatura) con magníficas dotes de comediante y contador de historias (más de una vez le salvó el pellejo a nuestro médico). Al conocer de los atributos de Kaptah, el rey fijó su cruel atención en él y como una forma de celebrar la intemperancia de su carácter lo convirtió en el personaje principal de una tradición sanguinaria de su pueblo: el falso rey.
La tradición dictaba que una vez al año el rey escogería a la persona más estúpida de todas para que por un día entero gobernara sobre las poderosas tierras y cultivadas gentes de Babilonia. Dicha designación le permitiría al triste suertudo desde impartir justicia hasta soñar con el harem real. El ungido sería el imprudente Kaptah. Al saberlo, el advenedizo esclavo asumió con la prepotencia y desfachatez de aquel inescrupuloso que se sabe inepto e incapaz de un encargo: reinó por casi un día los destinos de una de las civilizaciones más importantes de la historia de la humanidad. No obstante, y es aquí donde la fortuna cambia para Kaptah, la tradición ordenaba que una vez finalizado el día de reinado, el falso rey sería sacrificado ante sus anteriores súbditos. El rey recuperaría su poder y habría complacido a su pueblo con el baño de sangre. (Dicen que alguna vez el rey verdadero murió en medio de la celebración y el inepto impostor gobernó por 36 años).
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La historia de Kaptah me llevó a pensar en la apabullante ineptitud de algunos lideres actuales del mundo y del país. (No son pocos y cada vez tienen más poder)
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La historia de Kaptah me llevó a pensar (y es así que funciona el ejercicio de la distancia que mencioné arriba) en la apabullante ineptitud de algunos lideres actuales del mundo y del país. (No son pocos y cada vez tienen más poder). Pero sobre todo identifiqué en el esclavo devenido en falso rey una característica en la personalidad de todos aquellos que se saben incapaces pero que igual ejercen el poder (y se postulan para ejercerlo) sin ningún escrúpulo: la arrogancia repugnante del impostor.
Hace años que con gusto perdí la molesta costumbre de tratar de convencer a otros sobre su decisión electoral. Ese no es mi propósito. No obstante cuento la historia del falso rey para recordar lo impredecible y cruel que puede resultar un incapaz llevando las riendas de un país tan complejo para Colombia. Dejo al discernimiento de cada quien definir la capacidad o incapacidad de su preferencia. (Dicho trabajo me supera y me aburre).
Por último, bastaría recordar que aquellos que votan enceguecidos de miedo y rabia raramente aciertan.