Las 'muñecas de la prensa': el extraño silencio con el tema

El extraño silencio con “las muñecas de la prensa”

Oídos sordos han hecho mujeres, periodistas, líderes y en general la sociedad frente a la estigmatización que hace el presidente Petro a las periodistas

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octubre 31, 2024
El extraño silencio con “las muñecas de la prensa”

Puso burdamente sobre el tapete un tema el presidente Gustavo Petro, al tratar de descalificar a las periodistas que a su juicio le hacen oposición, porque denuncian los actos de corrupción de su campaña y de su gobierno. Apeló al título de una serie de televisión que retrata, al mejor estilo de su espadachín libretista de narconovelas, Gustavo Bolívar, el juego sucio entre la belleza, de reinas, modelos y otros oficios, y el poder del dinero del narcotráfico, para insinuar que las comunicadoras son corruptas o están al servicio de poderosos mal portados. Describir a las periodistas como “Las Muñecas de la Mafia” es tratarlas de frente como prepagos, que en plata blanca es ubicarlas en el terreno de la prostitución. 

Esta asociación nada subliminal es un irrespeto monumental a la mujer, al periodismo y a la libertad de prensa, que tristemente ha pasado casi de agache porque en este país se ha vuelto selectivo hasta el respeto a la mujer. Ya no es solo la justicia, la denuncia pública y la lucha por los derechos las que han caído en los pantanos del maniqueísmo, la manipulación de la opinión y la acusación selectiva. El respeto es para los nuestros, piensa cada quien en la Colombia polarizada. Por eso cuando Petro pretende poner en la Picota pública a las periodistas como Vicky Dávila, Claudia Gurisatti, Darcy Quin, y otras tantas, para ponerle nombre propio a sus indiciadas, la respuesta no ha sido tan contundente como se esperaría en un país democrático, ni su rechazo fue tan vehemente como si el presidente se hubiera metido con periodistas de la talla de Julio Sánchez Cristo, Yamid Amat o Felipe López Caballero.

Porque son mujeres y porque en el hipotálamo machista, de hombres y mujeres, subsiste un inconsciente que perpetúa el no reconocimiento al mérito femenino. Se duda del talento de las mujeres en ciertos campos como el periodismo político y más si ellas tienen algunos atributos físicos. En este país del Sagrado Corazón sucede todavía que una mujer que logra ascender en algún renglón de la economía, la política o en la escala social es soterradamente vilipendiada. “Esa debe ser que se está acostando con el jefe”, dicen los hombres y dolorosamente lo comentan más las propias mujeres. Por eso este maltrato hacia ellas tiene un colofón de complicidad en una sociedad pacata que runrunea despectivamente cada vez que una mujer se destaca.

Peligrosa emoción que finalmente retroalimenta este irrespeto. Tronera que permite que se abran las compuertas a muchos irrespetos o para que se normalicen otros que ya casi se han vuelto el pan de cada día, como el irrespeto a la libertad de prensa, a la libre expresión, al derecho a disentir, a la oposición, a la normatividad legal y sobretodo a la mismísima Constitución. Y a pesar de que Colombia ha alcanzado ciertos niveles de comprensión humana y de conciencia en derechos femeninos que en otros países llevan más de medio siglo, la lucha por el respeto femenino y por las nuevas visiones de equidad de género cojea porque aún está enquistado en el consciente colectivo este desbalance que tras generaciones ha subyugado a la mujer con prácticas y costumbres patriarcales que por más que se verbalicen poco se combaten en la práctica.

Persiste este complejo machista incluso en las filas de activistas feministas, defensores de derechos y altos funcionarios, a quienes bien les cabe el refrán que dice que el cura predica pero no aplica. Hay una brecha entre lo que se discursea desde aparentes posiciones modernas y progresistas y lo que se vive en todos y cada uno de los rincones de la vida cotidiana, donde se resiste a morir esta enfermedad discriminatoria con diferentes excusas y, lo más triste, con justificaciones oportunistas.

Por eso resulta un tanto irónico, por decir lo menos, que mujeres como Claudia López, aspirante presidencial, o Clara López, senadora a la que le parecen de menor calibre las “chuzadas a una sirvienta” y se siente enjaulada en el Pacto Histórico, pero no precisamente por su misoginia, o Cecilia López, exministra de Petro, quien escasamente hizo un trino más populista que solidario, no hayan salido a poner el grito en el cielo como lo harían en otros temas de violaciones de derechos. A exigirle respeto a las mujeres al presidente Petro. Y de lado de los periodistas renombrados se ha hecho oídos sordos a semejante insulto a las damas del periodismo, como si creyeran en que la canoa hace agua solamente por el lado del vecino.

Y qué decir del silencio compinche de aquellas periodistas que se rasgan las vestiduras cuando se trata de desenvainar espadas contra un enemigo político como es el caso de María Jimena Duzán, Cecilia Orozco y otras cuyo sesgo ideológico las lleva cuando mucho a manifestarse tibiamente frente al presidente irrespetuoso y a intentar matizar la estigmatización que Petro ejerce con risa burlona como si le asistiera algún derecho a violentar a las periodistas. Pero es que además el presidente irrespetuoso no solo las compara con quienes ejercen la prostitución de alto nivel, que ya es bastante atrevido, sino que las acusa de haber convertido el sacro derecho a la protesta en terrorismo. Como si hubieran sido ellas las que inventaron las asonadas a los transmilenios, los incendios a los CAI y las bombas molotov contra policías.

Eso es ni más ni menos que como en las épocas de la inquisición, cuando no solo se decretaba que las mujeres que eran vistas como impías merecían ser apedreadas, sino que por gracia de la ira e intenso dolor colectivo se incitaba incluso a que fueran linchadas.  Y a juros que le ha salido bien su intención maquiavélica al presidente Petro. De inmediato las modernas trincheras de sicarios morales refundidas en bodegas repentistas expertas en el neomacartismo en redes salieron a gritar crucifícalas, lo que traducido al buen romance significa licencia para acribillarlas moralmente, o que por lo menos se les notifique que podría ser también físicamente.

Porque en lugar de salir a pedir excusas Petro continuó revictimizándolas al decir que ellas manipulan su discurso claro y que no están al servicio de la ciudadanía, sino a sueldo de poderes oscuros. “O si no recuerde las lisonjas a Pablo Escobar por televisión, solo por poner un ejemplo, o los whiskys tomados con Carlos Castaño, el asesino. Solo se necesita oír el discurso y no repetir las frases de la manipulación” reafirmó Petro para justificar su sindicación violenta. Mecionar al capo del Cartel de Medellín en este contexto es casi ponerlas al nivel de Virginia Vallejo, que fue una periodista que optó por ser la amante de Pablo Escobar. Es denigrarlas para desprestigiar su oficio y sus denuncias. Es caer muy bajo. Máxime cuando Petro considera legitimo reunirse amablemente con el narcoparamilitar Carlos Castaño, en su epoca de parlamentario, como lo cuenta el exguerrillero Carlos Alonso Lucio, pero denosta con perversidad de la periodista que según sus fuentes se tomó un wisky con el lider paramilitar. Nuevamente la doble moral, o la moral leninista según la cual lo bueno es lo que le sirve a la revolución, como en el Caso de Salvatore Mancuso que era malo si le servía a Alvaro Uribe pero bueno si le sirve a Gustavo Petro.

Lo cierto es que la sociedad asiente socarronamente a que las periodistas sean maltratadas inclusive por el presidente Petro. Porque además de que no se les perdona haber sido exitosas en su profesión se les endilga cierto arribismo por haber casado bien como el caso de Vicky con el señor Gnecco, o Darcy con el señor Ríos, o Diana Calderón con el señor Pardo, como si por haber tenido un origen casi humilde estuvieran obligadas a emparentar únicamente con hombres pobres. Pero no se ve lo mismo si Néstor Morales se casa con la hermana del presidente Iván Duque o Mauricio Vargas se casa con una nieta del expresidente Alberto Lleras. ¿El arribismo es femenino? O la percepción de ascenso social es misógina. Toda esta visión de descalificación atávica a la mujer es el caldo de cultivo para que se den aún estos irrespetos presidenciales con cierta patente de corzo.

O qué irán a decir en las huestes petristas de las mujeres periodistas que se enamoraron en su momento de los lideres guerrilleros del M19, como Jaime Bateman. Aquellas periodistas que sucumbieron al encanto del “héroe” y que sin ninguna categoría discriminatoria lograron hasta los piropos públicos mutuos con el “Flaco”, como se llamaba cariñosamente a Jaime Bateman, o aquellas que se derritieron frente al comandante papito, como bautizaron al líder guerrillero Carlos Pizarro, o el caso de la periodista y escritora Laura Restrepo que convivió con Antonio Navarro Wolf. ¿O es que en estos casos es válido el flirteo por su sello ideológico?

En todo caso algo no anda bien en Colombia para que no haya habido un estallido femenino o gremial que hubiera exigido a Petro retractarse. No está aún el palo para cucharas para que en Colombia surja un “Ni una Más” con las periodistas, que como afirma el colectivo “El Veinte” por la libertad de prensa, han sido más de mil las agredidas y casi siempre por el poder. ¿Qué hace falta para que se geste una especie de “Me Too” para que el país no consienta impunemente que un presidente no se pueda dar el lujo de llamarlas “putas prepago” como dijo la periodista Vanessa De la Torre? Porque podemos estar en el comienzo literal de una cacería de brujas que conlleve a las hordas petristas a intentar sacar el demonio a las periodistas que se le oponen. Ojo con eso.

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