Se trata de obtener que una subjetividad colectiva admita que todos los seres humanos que trabajan en un orden social determinado, cuando trabajan para otros, tengan la sensación que están trabajando para sí mismos.
En esa perspectiva la cohesión de la sociedad no se realiza en un escenario neutro; lo primero que se observa es el Estado y las fuerzas del mercado que, mediante dispositivos mediáticos, actúan como si fueran compatibles con los deseos colectivos e individuales, suplantando a los sujetos, a quienes se les ha extraído su identidad y representación política, desnaturalizando la posición que ocupan en la producción.
La desconfianza, el desespero, la desmoralización, el pesimismo y la vigilancia, no necesariamente del Estado, se hacen más sensibles en la clase media, que no siente los procedimientos enajenantes que copan todas las instituciones de la conducta humana, confirmando que las estructuras de la sociedad se transforman en estructuras de la conciencia, tanto que los individuos no se sienten encadenados.
Hacerle frente a los avatares de una sociedad, cualquiera que sea su naturaleza, no es una tarea fácil y solo resisten los que están completamente alienados o poseen unos códigos morales y políticos para resistir o superar el anarquismo conviviente.
Las gentes del montón, las gentes de a pie y las gentes de camisa suelta no pueden esquivar las cadenas y cuando sienten que les oprimen tendrán diversiones, utopías e ilusiones para soportarlas.
La religión, la política, la ética, la estética, la educación, la vida cotidiana, el fútbol, las cábalas y la superstición, institucionalizados, incrustados en el sujeto histórico atormentado, hacen que termine admitiendo que la humanidad con benevolencia lo ha trasladado de la edad media y la modernidad, a un mundo posmoderno, donde la última revolución tecnológica lo mantiene felizmente en el oscurantismo.
Sin embargo, sería engañoso aceptar que el caos ha sido derrotado, en cualquier momento puede aparecer, tanto más porque está diseminado estratégicamente en todas las latitudes del planeta y sorpresivamente podemos ser invitados a pasar a la sala de “cuidados intensivos”, y no por nuestros propios errores, sino por la interdependencia de la economía mundial.
El futuro, como excusa para olvidar el drama y la tragedia, no funciona; las máscaras de la libertad, para sorpresa de los actores, pueden caerse y esperan ser recogidas, todo es posible, menos que caigan en la modernidad tardía, donde apenas estamos dialogando sobre la desnuclearización del planeta sin haber resuelto los problemas del hambre.
Lo evidente, lo cierto, lo real, es que en mayor o menor grado los habitantes de nuestra sociedad todos los días descubren que lo público y lo institucional está rasgado, los protocolos del poder han caído en las manos depredadoras de los intereses creados, la confianza y la ilusión se pusieron en venta y la tranquilidad duradera es una tarea pendiente y una asignatura por cursar.
Como en los tiempos que éramos adictos a El extraño mundo de Subuso, la historieta surrealista protagonista de la ceguera, cuando Saramago aún no había escrito su severa sátira contra la humanidad neoliberal, protagonista que con gruesos lentes solo observaba lo que quería ver, los habitantes de Popayán estamos en una edad donde a golpes históricos o imaginarios su sentimiento colectivo nos recuerda el manejo de la temporalidad histórica y personal que hace algunos días le escuchamos a Francisco Nicolo tomándonos un tinto, acompañados de la psicóloga Luna Azul:
“Tengo cincuenta años, que son 'la edad de mis arterias'” y cinco centurias de modernidad, me resisto a lanzarme al vacío, me asombra como payanés admitir el caos universal que vive la ciudad, hay que evitar el desastre pero, sobre todo, que lleguemos a perder los nervios de la memoria urbana y el título histórico como ciudad universitaria, y eso equivaldría a despertarnos un buen día con la noticia funébrica que en la Ciudad Blanca y Polícroma, término utilizado por el filósofo Guillermo León Pino Martínez, se encuentra en estado agónico la imaginación.
Coincide, además, la Declaración de Alerta Temprana, formulada por escritores y poetas de Popayán, para sorpresa de la hispanidad supérstite de la urbe, que Don Quijote de la Mancha se encuentra nuevamente en alto riesgo de ser decapitado por haber dicho en una tertulia, celebrada en el Restaurante El Quijote, que emigrará, argumentando que le escuchó a Bachelard que la ciudad está perdiendo “la voluntad de imaginar o el oficio de ensoñar” y que “…estos son tiempos de decepción y desencanto, tanto que en las noches de bohemia se siente, con más intensidad, que avanzan lentamente, como si fueran procesiones, los pasos de la demolición moral y material”. Hasta pronto.