El viejo Alfredo Quiroga le habló por primera vez a Andrés Hurtado, de los tigres que acechan entre el matorral, de los perros grandes que le aúllan a la luna llena en las noches despejadas de La Macarena, de la pantera negra que mira, consternada, a las algas moverse, como la melena de una valquiria furiosa, dentro de Caño Cristales.
El explorador más célebre de Colombia empezó a pensar en El río que se escapó del paraíso desde que era un niño que se perdía por los tórridos caminos de su Quindío natal. Las leyendas alimentaron su imaginación en el seminario, cuando se preparaba para ser un hermano Marista, y ese paisaje onírico se lo trasladaba a sus alumnos del Champagnant en cada clase. Por eso, cuando vio por primera vez, a escasos kilómetros del río anhelado, la cascada de Caño Canoas estrellarse contra las piedras, entendió que la belleza de La Macarena era superior a cualquier mito, a cualquier ensoñación.
A finales de los ochenta sólo los más osados eran capaz de adentrarse en esa sierra. Desde los años cincuenta, cuando la Violencia expulsó a miles de campesinos liberales de sus tierras arrojándolos a La Macarena inexpugnable, empezó una larga lucha entre el Ejército, los grupos paramilitares, la guerrilla y los narcotraficantes que se adentraría hasta morirse el siglo y que impediría que los colombianos pudieran ver el espectáculo natural del Río de los mil colores.
Apoyado en su instinto y curiosidad inagotables, ascendió durante dos horas en 1989, bajo la canícula del sol de Meta y la mirada atenta e invisible de los guerrilleros agazapados entre el follaje de la selva, hasta la casita de un campesino. Bebió agua y comió un pedazo de carne salada. El hombre le mostró la ruta para encontrar Caño Cristales. Con la misma cámara que registró la cima del Himalaya, la misma que retrató la furia indomable del Apaporis, Andrés Hurtado pudo congelar el tiempo y mostrarle al país lo que él mismo bautizaría como el Río más hermoso del mundo.
Desde entonces lo visita cada año y se ha convertido en su guardián más fiel. Él, en sus conferencias y en sus columnas en El Tiempo, da consejos a los viajeros ocasionales para que su visita no contamine el río: no arrancar plantas, no gritar, no llevar música, licor ni comida porque arriba, Doña María, una boyacense que vive cerca de Caño Cristales, vende almuerzos a doce mil pesos.
Ahora ve impotente como la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA) le dio el visto bueno a la petrolera estadounidense Hupecol para que perfore 150 pozos a 3 kilómetros de la serranía, poniendo en riesgo no sólo al Río de los siete colores sino a las 12.000 especies vegetales, las 420 especies de aves, 63 de reptiles, 213 de peces y 42 tipos de mamíferos que habitan la serranía de La Macarena desde que se formó hace 1.200 millones de años.
Andrés Hurtado teme que en unos años lo único que quede de Caño Cristales sea las miles de fotografías que ha podido tomar desde que descubrió el río hace ya 30 años.
Fotografía de río Caño Cristales: (cc) FOTUR – (fotógrafo MCarvajal)
