El matrimonio o la unión libre es una institución o constitución social la cual, en nuestra sociedad, tiene la intención de establecer un lazo conyugal, social y familiar; tanto entre la pareja que decide el comienzo de la alianza como para todos aquellos que comparten una filiación sanguínea o de agnación con alguno de los principales implicados en esta antigua práctica.
Los arcaicos patriarcas intervenían sobre sus hijos en este tipo de uniones, para así tratar de prever y evitar una serie de problemas de salud congénitos, preservar las culturas y las tradiciones familiares, lograr adecuados niveles socioeconómicos y hasta en casos más irrisorios, por conservar y/o adquirir un “linaje de belleza y esbeltez” para los nuevos descendientes.
Solo hasta finales del siglo XIX, durante el largo reinado de la Reina Victoria (época Victoriana del imperio Británico), fue que se comienza a romantizar la unión del matrimonio, como una manifestación sublime de amor mutuo entre dos personas, como una afirmación absoluta de felicidad a través de su “media naranja”, de su amante, de su protector(a), de su consejero; en el caso de las mujeres, se comienza a considerar el matrimonio como un proyecto para una vida mejor, al lado de un ejemplar capaz de suplirle todas sus necesidades básicas, tanto para ella como para sus hijos.
Mi caso, similar al de muchas personas en la actualidad, es el de aquel divorciado (o separado), que alguna vez se casó con el concepto claro de “para toda la vida”, idealizando la unión marital como la mayor expresión de compromiso y fidelidad con respecto a su pareja, que lo bello de la vida se puede disfrutar entre los dos y que lo que una vez se autoproyectó como meta individual se puede reemplazar por las necesidades latentes que vayan surgiendo en el hogar. Aunque entre tanto, y de manera silenciosa se piensa siempre en la posibilidad de la separación como la alternativa a las divergencias, a las diferencias y ambivalencias que puedan surgir entre la pareja.
Hoy en día, la total independencia de pensamiento por parte de uno de los integrantes de esta bella unión puede causar un daño colateral que de manera silenciosa comienzan a derribar por pequeños pedazos esta sociedad; ya que la planificación de un matrimonio no se considera ahora como un concepto tan amplio y extenso como lo es el tener en cuenta varios puntos, tales como: estamos preparados, queremos ser padres o no (en caso de que se piense en hijos, porque a pesar de que algunas parejas ven natural el no tenerlos, la continua convivencia los expone a un embarazo sin planeación previa), dentro de X años qué queremos lograr juntos y si eso es lo que ambos queremos.
Poco o nada se tiene en cuenta el hecho de que se pretende comenzar con un propósito de vida de la mano de alguien, sin antes realizar un análisis autocrítico con respecto de haber logrado, de manera individual, ese objetivo que se trazó antes de que ni siquiera le pasase la posibilidad de unión marital por la cabeza. Así y solo así se evita una desencadenante frustración particular que conlleva de manera inconsciente a culpar por la misma a la pareja, o aún más triste, a los inocentes hijos.
Este lazo que ahora se pretende asumir para unirnos con nuestros ser amado tiende a convertirse más y más en un experimento de vida, cuyo resultado exitoso o decepcionante se lo cedemos a las constantes variables que surjan en el camino y no a la planeación previa de dichas consecuencias, a la autosanación, a los valores personales de ambos y a la visión en común que se comparta con respecto al proyecto de vida. En la actualidad prestamos más oído al concejo simple de: “hágale, y si no se entienden pues para eso está el divorcio…”, obviamente es un concepto a tener en cuenta, pero no convencerse de ello como una premonición de lo que se espera en el futuro.
Al asumir que para prevenir un matrimonio fallido o disfuncional para los hijos se debe tener en cuenta como necesidad latente la formulación de planes de contingencia como la creatividad, la recepción de nuevas ideas, la educación y planificación familiar, la intervención profesional (ayuda psicología o de especialistas) y muy, muy importante, es el diálogo y la escucha activa. Esto es lo único que puede disminuir el riesgo de frustraciones irreparables, la ansiedad, depresión, dificultades de comprensión, comportamientos antisociales, autovulneración, desconfianzas e infidelidades; y lo más delicado es que tales consecuencias no solo se ensañan con la pareja, sino también con el fruto de la misma: con sus hijos.