El experimento insurreccional de la izquierda colombiana

El experimento insurreccional de la izquierda colombiana

"Como ha logrado acorralar al Estado de derecho, todo reclamo social es válido, aunque imponga la semilla dañina del vandalismo y la destrucción"

Por: Jamal Said
mayo 12, 2021
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El experimento insurreccional de la izquierda colombiana
Foto: Las2orillas / Leonel Cordero

Los terribles acontecimientos que han azotado al país durante los últimos días, aunque quieran analizarlos simplemente desde una simple insatisfacción colectiva, van mucho más allá de lo que se podría considerar el estallido social de nuestras viejas problemáticas: representan, así algunos intelectuales no lo quieran aceptar, un experimento insurreccional de la izquierda que se ha tomado a gran parte de la sociedad. Es que de un tiempo para acá, como si fuera el guion de una película dividida en varias entregas, se ha tenido que apreciar cómo la protesta, venga de donde venga, termina en un vandalismo que se hace imposible de controlar. Podría decirse que es una fórmula que se viene repitiendo sin que se repare en ella, pero, claro está, que su particularidad no está en la violencia empleada, sino en cómo se la ha venido encubando durante décadas.

Miremos cómo funciona. Colombia es un país, que a diferencia de otros países latinoamericanos, ha tenido por más de sesenta años una férrea lucha guerrillera. Me atrevo a decir, sin temor a equivocarme, que hay una tradición subversiva que no están común en cualquier otra parte del mundo. En este orden de ideas, los grupos armados que han logrado desmovilizarse con éxito, como por ejemplo el Movimiento del 19 de abril (M-19), aunque no lo reconozcan, no han parado de militar desde una posición socialmente establecida: ya no emplean las armas, simplemente acuden a la democracia para ejecutar su estrategia comunista.

Han disfrutado del incauto amparo del Estado, que los ha visto acceder a curules en el Senado, ganar gobernaciones, alcaldías, concejos y demás cargos representativos. Basta recordar que la constitución del 91 cuenta con su impronta, porque al redactarla consiguieron nutrirla con su nefasto pensamiento. Así que es posible decir que han tenido cierta injerencia en las decisiones de nuestra reciente historia republicana. Por más que hayan sabido ocultarse entre los desórdenes del país, siempre estuvo su intención de promover lo que hoy tenemos que sufrir: la insurrección de una izquierda que desea gobernar y llevarnos hacia el caos en el que irremediablemente se encuentran Cuba y Venezuela. No es exageración, amigo lector, entienda que es la realidad que ellos quieren imponer.

Cuentan, como si fuera poco, con la colaboración ideológica de una intelectualidad que también es de izquierda. Esta manda en todas las universidades públicas, adoctrinado a los jóvenes que paralizan las calles y organizan los bloqueos en Cali, ciudad que no sabe qué hacer con todo el daño que genera su nefasta influencia. Igualmente, está presente en las escuelas públicas, en donde desde hace rato es normal ver a un sindicato de docentes simpatizar con los movimientos de oposición. Cualquiera podría afirmar, en medio de su ignorancia, que el deber de esta intelectualidad no es otro que el de orientar a una juventud ávida de conocimientos, y realmente lleva a cabo su labor con mucha eficacia, pero hacia el lugar que mejor le conviene: la izquierda que desea desestabilizar las libertades republicanas.

Finalizo diciendo que nuestra clase dirigente, la de derecha, por supuesto, nunca reparó en todo lo que aquí describo. Ahora solamente se limita a ver cómo el plan macabro de la izquierda se ejecuta tal como fue pensado: invadir desde hace tres décadas todos los recovecos de la institucionalidad, para luego destruirla y utilizarla a su antojo. Esto explica por qué se paralizan calles y vías nacionales, se restringe el uso de la fuerza pública, se protege al que delinque y se condiciona las acciones del gobierno, el cual, dicho sea de paso, le ha faltado el compromiso y la valentía necesaria para desactivar toda esta escalada comunista. Como el experimento se ha consumado –acorralar al Estado de derecho–, todo reclamo social es válido, aunque imponga la semilla dañina del vandalismo y la destrucción. Si no abrimos el ojo rápido, lo más probable es que cuando despertemos no lo hagamos en la cama de la república, sino en la cripta que recoja todos sus despejos.

La ñapa. Gilles Deleuze –el filósofo francés, autor de Contribución a la guerra en curso, entre otras obras críticas de la sociedad capitalista– llegó a plantear que “uniendo democracia y eficacia, las asociaciones pueden ofrecer un coeficiente de libertad que el Estado no permitirá jamás”. También dijo que “ningún poder de izquierda o de derecha ha podido influir en las fuerzas populares”. Su filosofía, una adaptación del marxismo más radical del siglo XX, entendía bien que la militancia subversiva se puede desarrollar desde cualquier ámbito social, sin que ella pueda ser detectada en cuanto su forma de proceder y conseguir urbanamente adeptos que ejecuten su plan. Apropiando su pensamiento, anarquista en cuanto su forma, los insurrectos colombianos creen tener derechos, los cuales hacen valer por medio de la violencia. Están convencidos de que el Estado derecho se encuentra acorralado, pero lo cierto es que no saben que con voluntad y sin miedo cualquier gobierno puede aniquilar su terrible influencia: solo basta con invalidar sus proclamas para que el peso de la autoridad los castigue sin contemplación.

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