Resulta honrada la ambición de este intrascendente gobierno, por suturar la herida de la violencia que atraviesa la historia de Colombia. Se trata, por la profundidad del dolor, de una operación a corazón abierto, en la que interviene cuchillo en boca toda la clase política, que deja ver –más allá– el alma convulsionada de este país, el cual no podrá salvarse de pagar el costo del ‘estado’ que lo ha postrado.
La posibilidad de sanar el mal que ha sufrido Colombia debería unirnos a todos. Pero no es así, también reúne a quienes no superan el dolor que se trata de curar. Es extraño, porque víctimas directas del conflicto, a quienes la vida forzó a estar en línea de fuego, que nunca lucharon intereses económicos y desprovistas de ambiciones políticas, ya han ofrecido el perdón en manifestaciones públicas, pero se los trata de convencer de que el dolor solo pasará cuando el victimario sufra en algo lo que ellos han sufrido.
El malestar que dicen sufrir algunos en cuerpo de otros podría indicar que la dificultad para superar el conflicto no está en las gentes del país sino entre políticos, y al fin podría reconocerse que las víctimas sin armas nunca nadie, en verdad, las ha defendido. Y se descubre una verdad a la luz de lo ocurrido en nuestra democracia: la mayoría de los muertos cuentan que no tenían velas en ese entierro, dan fe los desaparecidos, la cosa era con ellos pero no era de ellos; nunca pudieron ser dueños ni de su propia muerte.
Pero si la paz de la guerra resuelve el conflicto armado, guardándose el secreto de que no resolverá el problema social en Colombia, debería al menos reconocer los muertos que se ha tragado. Ese es el dolor intestino. Y no por un acto de contrición de quienes los mataron, sino por aprender en el ejemplo de los muertos del pasado el testimonio verdadero de que a nadie, por razones armadas, le ocurrirá lo mismo hacia el futuro.
Por eso es cuestión de vivos quienes se han levantado en contra del proceso de paz, pues nadie entiende que estén sublevados de sus propias políticas en este gobierno. Si repasamos las ejecutorias de Santos no ha hecho sino consentir los huevitos de Uribe, de que tanto se ufana. Ha seguido la venta de empresas del estado a precio de huevo, las que su promotor no alcanzó a vender. Ha atraído colonias de capital extranjero con la miel de nuestros recursos naturales. Ha dejado dormir apacibles las bases militares extranjeras que plantó el líder de la autoridad nacional. Continuó los bombardeos indiscriminados de su predecesor, con los que inauguró los diálogos de paz. Ya que la fuerza de los diálogos ha obligado a entender que es inútil la guerra, le ha ahorrado el costo de las balas que la seguridad democrática derrochó con la mano en el corazón. Incluso, va a hacer pagar un posconflicto ajeno a la misma clase media a la que su mentor le hizo pagar su propio conflicto. Y por lo pronto ha intentado reconocer, antes de cortar el servicio esencial de la vida, si un muerto es falso o positivo.
Es más creíble la idea de que Santos se sublevó de las cruzadas salvadoras de Uribe, así ambos profesen el credo del neoliberalismo. Ese pragmatismo burgués le permitió prestarse de Ministro de Comercio Exterior, Hacienda y Defensa, en distintos gobiernos que lo antecedieron. A su diestra o siniestra Santos es capaz de compartir la mesa con el enemigo. A diferencia de Uribe entiende que el verdadero capitalismo consiste en explotar a los demás sin rencores, al fin quien explota al prójimo se le perdona asistiendo a misa el domingo. Mientras Uribe todavía piensa que la subversión profanó la tierra santa de propiedad privada; la que Dios les dio por derecho propio; cuyas vacas fue a ordeñar el Procurador ofreciendo al cielo su cara de hostia; Santos le explica con ejemplos prácticos, como en las viejas Cruzadas, que aquello de recuperar lugares Santos, hoy altares de la patria (en la bula del Papa Londoño I), terminó convertido en un gran negocio e impulsando el capitalismo moderno.
¿Qué hace que dos hombres que se unen para siempre por los mismos sueños económicos terminen haciendo separación de sus bienes políticos? Lo hace el firmar un acuerdo de paz que cerrará el expediente judicial de quienes se saltaron los linderos de la ley, dejando abierto el expediente oculto del establecimiento reinante, coronado en cabeza de quienes se arrogaron la legítima defensa del estado de derecho por medios ilegales.
El resto de víctimas que hemos sobrevivido en el país, vemos en los ojos cerrados de los niños de La Guajira, y en tantos lugares desiertos de Estado, cómo al tiempo de conquistar el mundo civilizado en su lucha por terminar la guerra, recibida la bendición sin reproches del Papa Francisco, al interior gobierna, como si le importara un carajo, matar de hambre a los mismos que dice salvar de la muerte.
La honrada ambición de este gobierno consiste en que, sin invertir nada, se ahorre el costo de la guerra. Santos entiende como nadie que para instaurar el capitalismo salvaje hay que sacarlo de feudos medievales e interferencias teológicas, porque los bienes terrenales hay que salvarlos de la bondad sin límites de Dios.