Duván Ernesto Barato es un expolicía que después de patrullar cuatro años por las calles de Bogotá dejó de creer en la Institución. Ver al Presidente Andrés Pastrana plantado por el jefe de las Farc, Manuel Marulanda Vélez, en el Caguán en enero del 1999, fue la estocada que lo impulsó a unirse a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en los Llanos Orientales.
Era octubre de 2001 cuando una bala atravesó la cabeza de “Marulo”, su compañero de batallas y largas conversaciones. Estaba borracho, rompió una de las reglas de oro de las AUC, no podían consumir drogas ni alcohol y debían ser tan fuertes y disciplinados como sus comandantes. La muerte de su amigo fue una advertencia para Duván, quien no estaba jugando a la guerra, se diera cuenta que hacía parte de ella.
Pertenecía a las Autodefensas Campesinas del Meta y Vichada que en algún momento protegieron las propiedades del desaparecido 'Zar de las esmeraldas', Víctor Carranza, por lo que su grupo era reconocido en Puerto Gaitán y Puerto López como 'Los Carranceros'. El día en el cuartel paramilitar empezaba a las cinco de la mañana, los llamaban a formar y se asignaban las tareas del día, unos montaban guardia en las fincas abandonadas que se tomaban y los otros cocinaban, por cada doce hombres había dos mujeres. “Sabíamos que día era, pero todos eran iguales, así que el tedio hacía que llegara la nostalgia y empezáramos a extrañar a nuestra gente”, cuenta Duván. Y es que al internarse en la profunda llanura, dejó atrás a sus padres, dos hermanos menores y una hija que en ese entonces tenía ocho meses de nacida. Su familia lo dio por muerto, pues uno de los motivos que lo impulsaron a pertenecer a las AUC era iniciar una nueva vida sin que nadie a su alrededor lo supiera.
Pasaron diez meses para que le dieran 12 días de permiso, volvió a Bogotá por un día, pero con la condición de no dar coordenadas ni muchos detalles de la organización; si no volvía, ellos tenían la dirección de su casa y los datos de todos sus familiares, así que era mejor no correr ningún riesgo y regresar sin chistar. Cuando se reencontró con su familia faltaban muy pocos días para que la policía lo declarara muerto y recibiera un seguro de vida por parte de la Institución. Al presentarse, lo 'empapelaron' pues el abandono de cargo es considerado un delito, así que debió quedarse más tiempo solucionando su situación. Pero sus comandantes paramilitares no tenían consideración y mandaron razón de volver de inmediato.
Finalmente tuvo que regresar a Puerto López en agosto de 2002, aunque en esa época las AUC tenían todo el apoyo del gobierno de turno y eran respetados en la región. “Los policías no se metían con nosotros, sabían lo que hacíamos y ellos como si nada”. Las dudas empezaron a surgir en Duván, quería estar con su familia y ver crecer a la niña de sus ojos. Pasaron tres años y en junio de 2005 aprovechó un descuido de su comandante y se voló hacia Bogotá. Lo impulsó su compañera sentimental de esa época, la misma que en septiembre de ese año lo llamó desesperada porque lo habían ido a buscar a su casa.
El miedo se instaló cada día, hasta a que finalizando aquel año llegó la noticia de la desmovilización de “Los Carranceros”, por lo que en enero de 2006 pudo acogerse al Programa de Atención Humanitaria al Desmovilizado del Ministerio de Defensa. Entonces le escribió una carta al Alto Comisionado para la Paz de esa época, Luis Camilo Restrepo e inició su nueva vida, sin armas, sin terror y con la intención de ser un ciudadano útil para la sociedad.
Estudió psicología, y gracias a su trabajo en la Secretaría de Gobierno de Bogotá hace parte del Programa de Atención al Proceso de Reintegración de Población Desmovilizada, donde realiza trabajos de sensibilización con comunidades de acogida sobre la permanencia de población excombatiente en los barrios del Distrito Capital con el fin de reducir o eliminar la barrera de segregación de la cual son objeto los desmovilizados. Además realiza conversatorios en los colegios para prevenir la movilización de los jóvenes a grupos al margen de la ley, pandillas, redes de micro tráfico o trata de personas. Se ha desempeñado también como facilitador de procesos de perdón y reconciliación con la Fundación para la Reconciliación.
En enero de 2014 vio la necesidad de tomar el curso de alfabetización Digital en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (UNAD). “Era negado para los computadores y durante dos meses aprendí a manejar varios programas que como psicólogo y facilitador de talleres necesito en mi cotidianidad”. El programa Reintegratic surgió de la alianza estratégica entre la UNAD y la Agencia Colombiana para la Reintegración, que desde el año 2014 busca brindarle a la población en proceso de reintegración de los grupos alzados en armas, programas de formación en alfabetización digital en los niveles básico e intermedio. Tan solo en el 2014 se certificaron 175 personas de diferentes regiones y en el 2015 se están capacitando más de 300 reinsertados a nivel nacional sobre el uso adecuado de las herramientas tecnológicas, iniciativas que para Duván son muy importantes porque: “El 80% de los excombatientes son analfabetas digitales y también todos los negocios necesitan un computador”.
Hoy ha recorrido el país llevando perdón a regiones como Antioquia, Norte de Santander, Leticia y Arauca, busca “Liberar a la gente de la rabia”, cree que la paz es el único camino y sueña con crear una fundación en Villavicencio que atienda a familias afectadas por problemáticas como la violencia intrafamiliar, el maltrato infantil, tratar de involucrar en los procesos terapéuticos a los victimarios, pero también trabajar en procesos de reconciliación entre “agresor y el agredido”. Duván quiere demostrar que en algún momento tuvo la habilidad para hacer la guerra y hoy cuenta con todas las herramientas para promover la paz.