Jair Bolsonaro militó en ocho partidos antes de llegar al Partido Social Cristiano (PSC), del pastor evangélico Feliciano, y matricularse finalmente en el PSL (Partido Social Libre) desde marzo de este año. Su discurso radical de ultraderecha ya se había probado con éxito electoral en las elecciones del 2014 cuando fue elegido como diputado.
Hijo de un dentista ambulante de Campinas (estado de Sao Paulo), casado con Michelle, es padre de cinco hijos (Eduardo, Flavio, Carlos, Renán y Laura). Recorrió un largo periplo público que empezó enlistándose en el ejército como paracaidista cuando estaba próxima a finalizar la dictadura militar de 21 años. En 1986 su oscura carrera vio la luz. Nadie podría pensar que la carta enviada a la revista Veja quejándose de los sueldos de los militares de baja graduación le abriera por 15 días las puertas de la cárcel y por el resto de su vida las de la política. En poco tiempo, llegó a ser concejal de Río de Janeiro y congresista en 1991.
Durante dos décadas y siete elecciones ganadas como diputado en Brasilia el exmilitar fue simplemente, uno más. Pero la llegada de Dilma Rousseff a la Presidencia en 2010 fue la epifanía: despertó al personaje Bolsonaro. Se convirtió, entonces, en el feroz agresor contra “los ataques comunistas del PT” y la “tortillera”, como llamó en más de una ocasión a la sucesora de Lula. Sus diatribas engarzadas en frases tan virulentamente impactantes y acciones como aquella del año pasado dedicando su voto en el impeachment de Dilma al coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, brutal torturador de la dictadura en la que ella, guerrillera en su juventud, fue torturada en la cárcel, armaron un grupo enorme y fanático contra el “establecimiento”.
A Mito, como lo llaman seguidores, lo acompañan incondicionalmente y con ahínco en un país saturado por la corrupción de sus dirigentes políticos. La operación Lava Jato, como antes Mensalao, son la cara indignante de ese mal, huecos negros donde se cuentan millones de dólares en sobornos que han ido a parar a cientos de bolsillos provocando un tsunami en los partidos y en sus líderes. En la cárcel decenas de funcionarios, las investigaciones son el pan de cada día, mucho de lo que explica el triunfo de Bolsonaro.
Como en el caso de Donald Trump, la campaña de Me too se apoyó en las redes sociales que fue creciendo como espuma con un amplio soporte en la población joven, menor de 40 años. Sus propuestas lograron calar como el superhéroe que salvará a Brasil del comunismo, la corrupción y la inseguridad, porque su pasado militar permite identificarlo como un duro, capaz de llevar a los delincuentes a la cárcel. Su fórmula vicepresidencial el general Hamilton Mourao, es aún más radical que el propio Bolsonaro y juntos emprendieron una campaña contra el aborto, los derechos de las minorías, la equidad de las mujeres, el matrimonio entre homosexuales y una defensa, desde la óptica más tradicional de la familia. En lo económico su promesa es de antiestatismo integral, privatización generalizada y de apoyo a reformas neoliberales en favor de la libre empresa, radicales. Todo esto en oposición a los tres gobiernos del Partido de los Trabajadores en cabeza del detenido expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. Brasil se integra a la ola de los gobiernos nacionalistas y populistas de derecha que se han ido imponiendo en el mundo.