A Donald Trump, como a muchos empresarios, les pica el bicho de la política y no resisten soslayar esta veleidad, que les implica no poder sustraerse de ella. Es claro que cualquier ciudadano tiene derecho a aspirar, pero no existe hasta ahora una vacuna efectiva para neutralizar dicho bicho cuando se contrae la fatal enfermedad, que se transmite por vía electoral.
En nuestro medio, vivimos el fenómeno en alcaldías, gobernaciones, congreso y hasta en la presidencia: el caso más representativo en Colombia fue el de Mariano Ospina Pérez (1946-1950), un empresario desconocido que llegó a ser presidente. Chile lo tiene con Sebastián Piñera; Panamá lo tuvo con Ricardo Martinelli; Venezuela, en su momento, con el breve Pedro Carmona; Argentina, con Mauricio Macri, y se podrían citar muchos más ejemplos.
Por alguna razón, muchas personas dedicadas a las actividades empresariales están convencidas de que entrar a la política es parte de la culminación de su éxito en los negocios y la cereza que corona el pastel. Consideran que este es el último peldaño que les falta para conquistar la gloria, dejando atrás (como logros menores) todo lo anteriormente conseguido. A fin de cuentas es la política tomada no como real voluntad de servicio, sino como parte de la última ambición personal o parte de la estrategia de consolidar aún más sus prósperos negocios.
De hecho, algunos sin sentido de lo público asumen que el Estado es un botín o una más de sus exitosas empresas y que tienen que rendir utilidades para repartirlas entre sus asociados. También, piensan que el éxito de sus empresas (que es algo meritorio) fácilmente es trasladable al terreno estatal. En consecuencia, con criterio de "gerentes" enfrentan las responsabilidades estatales siendo que lo que menos se necesita es un gerente.
Lo que realmente se requiere es un político comprometido en la producción de ideas, dispuesto a reducir las desigualdades imperantes, con vocación de paz, con voluntad de servir y de buscar la gratuidad en salud y educación, que son derechos fundamentales, y con intenciones de fomentar la unión y no la división. Todas son realizaciones que anhela un estadista que no piensa en la próxima elección, sino en la próxima generación. De ese modo, sus acciones no van dirigidas exclusivamente a los ciudadanos que votaron por él, sino a todos, excepción alguna.
Sin embargo, por lo general, cuando los empresarios (por exitosos que sean) finalmente aterrizan en la política son un verdadero fiasco. "Zapatero a tus zapatos", decía mi santa abuela. Cuando no existe un claro sentido de lo público, ellos deben dedicarse a impulsar sus negocios, crear empleos y empresas, y tener responsabilidad social empresarial, lo cual es de mucho beneficio e interés.
La política en su verdadero sentido (no la politiquería) se hace con políticos y el éxito empresarial no necesariamente te hace político. A la postre, política sin políticos es como la leche sin lactosa, cerveza sin alcohol, café sin cafeína o besos sin lengua. Los empresarios hacen de la política una actividad insípida, sosa e intrascendente. Repito, habrá excepciones
Ahora bien, las recientes elecciones de Estados Unidos sacaron a la luz dos comportamientos diametralmente opuestos: uno, el del negociante metido en la política que niega los resultados de un sistema electoral que otrora lo había beneficiado con el triunfo y que actúa sin medir el daño institucional que sus veleidades causan; el otro, que es la antítesis del magnate, un curtido político consciente de sus responsabilidades y de la institucionalidad, que permanece cauto y prudente diciendo que no se pronuncia hasta tanto no se cumpla el conteo del último voto. Esa fue una gran lección y deja ver clara la diferencia. Pepe Mujica lo dice claramente: "El político no debe formarse para hacer dinero, si la política es la expresión de la mayoría, se debe vivir como la mayoría, no como vive la minoría".
Pensar que el país se maneja como sus empresas exitosas es una gran equivocación. Dentro de esa lógica tendríamos que nombrar presidente de Colombia a Luis Carlos Sarmiento Angulo, a Carlos Ardila Lülle o a Julio Mario Santo Domingo. Para cerrar el círculo del protervo contubernio negocios y política, los empresarios se hacen dueños de los medios de comunicación, conscientes de que el que posee la información tiene el poder. Lo anterior acaba de suceder con Semana...
En fin, el éxito de Biden es el de la política pura sobre la mutación de los negocios a la política: la sensatez, la serenidad institucional y la sobriedad se impusieron sobre lo burdo y lo torpe. Y sí, la victoria de la capacidad de pactar, los consensos, la racionalidad y la inteligencia es el triunfo de la política.