A pocas horas de votar el referéndum sobre la pertenencia o no del Reino Unido a la Unión Europea, en las grandes casas de apuestas como Ladbrokes y William Hill, la permanencia pagaba 1,54 euros y la salida 2,7. Los analistas de firmas como Danske Bank e Investec Plc ya les habían pasado el dato a sus clientes, porque los mercados de apuestas se consideran buenas pistas de hacia dónde se dirigen los eventos políticos. Pero esta vez las apuestas se pifiaron. Los muchos que apostaron por la permanencia vieron como esa platica se perdió. Y en tanto la salida del Reino Unido de la Unión Europea se convertía en un acontecimiento de gran envergadura en todo el planeta, ganadores y perdedores pusieron sus ojos sobre el rubio conservador de cabello revuelto que había hecho campaña a favor del brexit, al que se le atribuían por lo menos el 10 % de los votos, el que había dejado la alcaldía de Londres apenas un mes antes. Alexander Boris de Pfeffel Johnson le había ganado la eterna partida a su amigo de infancia, el primer ministro David Cameron.
Y ahora sus ojos estaban puestos en cruzar el Támesis para llegar al 10 de Downing Street. Nadie duda que es el momento de este particular y excéntrico político británico capaz de combinar la comedia con la erudición, el chiste con los apasionados discursos al estilo de Winston Churchill, incorregible, populista, ególatra, seductor de masas que dice de sí mismo ser "un tipo sabio al que le gusta hacerse el tonto para ganar”.
A ganar aprendió en Eton. En el exclusivo colegio formador de la élite que inculca “el saberse con derecho a estar arriba, en la actividad que sea” a los estudiantes que aún asisten a las clases con frac (que ellos llaman tails, colas o picos) sobre chaleco negro y camisa blanca de pajarita. Que compiten por todo, que adoran el remo y el rugby, rudos juegos de equipo que fomentan la resistencia al dolor y la solidaridad, y el cricket que, se supone, educa en la etiqueta de la paciencia infinita. En este colegio para pobres fundado en 1440 por el rey Enrique VI, se ha graduado la realeza británica, 19 primeros ministros, —todos conservadores—, Aldous Huxley y George Orwell, John M. Keynes, Ian Fleming, creador de James Bond… David Cameron, y Boris Johnson.
Pero en Boris Johnson el colorido acento etoniano de la élite ha pasado a ser la voz del hombre del común que le llama simplemente Boris cuando lo ve en la calle montado en bicicleta, porque ya es socio de ese exclusivo club de quienes como Beyoncé o Ronaldo —el brasileño— no necesitan apellidos. Sin duda, Boris Johnson ha logrado cuajar su imagen pública con una explosiva mezcla de humorista, escritor —The Churchill Factor— y estadista.
Atrás está Oxford, otra vez con Cameron, —Cuando Boris encuentra a Dave es el título del documental del Canal 4 que narra sus vidas paralelas— estudiando Humanidades, y en las frenéticas fiestas de Bullington, famosas porque los estudiantes hacen la “destrucción del establecimiento”, pero pagan los arreglos después. Atrás también el periodismo en medios conservadores como The Times de donde fue despedido por inventarse una cita, The Daily Telegraph en Bruselas —sus colegas lo acusan de manipular la información— y la dirección del semanario Spectator.
La popularidad llegó con un programa de televisión Have I got news for you? (¿Tengo noticias para ti?), como moderador de un panel de invitados que debaten con mucho humor las noticias de la semana y juegan con los titulares de los periódicos. Y la política en 2001 con el escaño de diputado logrado por Henley-on-Thames, una circunscripción muy conservadora. Seis años después el Partido Conservador encontró en la estrella en ascenso de Johnson su mejor candidato para recuperar la Alcaldía de Londres perdida durante diez años. No se equivocó: en el 2008 el tory venció al laborista Ken Livingstone.
Lo primero que hizo como alcalde fue prohibir el licor en el transporte público, aún se recuerdan las hordas de borrachos subiendo a trenes y autobuses antes de que entrara en vigor la medida y los muchos que fueron a parar a la comisaría. A pesar de los reparos en seguridad, los buses rojos de dos pisos —routemaster— de los que se puede subir y bajar en movimiento, volvieron a las calles de Londres. Y las bicicletas, de las que Boris es fanático, encontraron un sitio en el transporte público con el sistema de retirarlas y dejarlas en distintos puntos de la ciudad.
La “ambición rubia” de que habla Sonia Purnell, su compañera del Daily Telegraph y autora de la biografía Just Boris: A Tale of Blond Ambicion, no podía quedarse en reposo después de abandonar la alcaldía de Londres el 7 de mayo pasado. Porque a sus 52 años, el nacido en Nueva York con ancestros turcos, el que repite como mantra ¡Take back control! (¡Recuperar el control), el tory partidario del Estado pequeño, ya es una figura protagónica en el Partido Conservador.
Una figura controversial en la que los adversarios destacan que el suyo es el ascenso de un político oportunista que juega con los temores populistas sobre el estancamiento económico y la inmigración para promover sus propias expectativas. Y anotan, además, dos grandes y públicos lunares: populismo y ambición. Para la muestra esta encuesta anterior al referéndum, donde el 41 % de los encuestados pensaba que Johnson se había puesto del lado del brexit porque creía que era lo mejor para el país. Sin embargo, el 39 % pensaba que lo hizo simplemente para favorecer su carrera política.
El brexit fue, efectivamente, un peldaño en la ambición de Johnson, pero el brexit nunca hubiera triunfado sin él. El 'factor Boris' fue la pieza clave a la hora de marcar las diferencias. La campaña que llevaba el nacionalista Nigel Frange, encontró en el tándem Johnson-Gove la pareja perfecta para enfrentar al primer ministro. Michael Gove, ministro de Justicia, fue realmente el cerebro de VoteLeave, pero la emoción y el carisma lo puso Boris. El triunfo del brexit fue también el triunfo en el pulso de Boris Johnson con David Cameron, y el pulso por la supremacía en el Partido Conservador.
El colofón ha sido una tragedia digna de Shakespeare. A la hora de nona, al cierre de las candidaturas para suceder a Cameron, Boris Johnson cayó bajo el peso de la traición de Michael Gove. Mientras se paseaba ufano con la aureola de los elegidos, recibió el anuncio de Gove cinco minutos antes que este hiciera pública su candidatura. Johnson, dijo entonces que “habiendo consultado con mis compañeros y vista la situación en el Parlamento, he concluido que yo no puedo ser la persona adecuada». La bomba política había estallado, la guerra conservadora por el poder había dado un vuelco súbito. Ahora será un duelo entre Michael Gove, el cerebro de la campaña del brexit, y la ministra del Interior, Theresa May. Las casas de las apuestas ya están operando frenéticamente.