El estrecho corredor y el destino de la libertad de América Latina
Opinión

El estrecho corredor y el destino de la libertad de América Latina

Las violentas protestas reflejan la tensión de un Estado que quiere más poder y una sociedad que se defiende, en las calles de Ecuador y Chile, o votando en Colombia

Por:
noviembre 03, 2019
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En el 2012, Daron Acemoglu y James Robinson publicaron el libro ¿Por qué fracasan los países? Sucedió entonces algo inusual para un libro de economía política, se convirtió en un best-seller mundial. Un título atractivo, la combinación entre historias bien narradas y argumentos formales, y la demostración que la economía y la política están necesariamente relacionadas fueron, sin duda, las bases para el éxito del libro. También su ambición, no es usual que los académicos contemporáneos se arriesguen a pensar en tan grandes preguntas. La respuesta de los autores a la pregunta inicial, en los términos más generales, es que los países fracasan cuando sus instituciones políticas son extractivas, esas en las que una élite o un grupo reducido coopta el poder para su propio beneficio. Solamente las instituciones políticas inclusivas, que abren los espacios de poder a la mayoría de la población, logran sostener en el tiempo un crecimiento económico importante y justo, manteniendo una distribución del poder político. Acá el punto clave es que es la política la que explica el desarrollo económico y no al revés, como en teorías llamadas de “modernización”.

El libro fue ampliamente alabado y criticado, pero, sin lugar a dudas, causó un gran impacto. A mi me cambió, de alguna manera, la vida: al leer el desarrollo del caso colombiano, entendí lo que había visto durante la Ola Verde de 2010. En esa época viajé por todo el país y me obsesioné con entender cómo era posible tanta desigualdad y corrupción. Leí la sección de Colombia y encontré unas respuestas en una disciplina que no conocía, la economía política. No era casualidad lo bien desarrollado de nuestro caso, James Robinson ha trabajado durante años en Colombia y, para mí, es uno de los observadores más agudos de la complejidad de la relación entre el centro y la periferia del país.

Por esa época, los profesores Acemoglu y Robinson se volvieron famosos y viajaron por el mundo, ya no para hacer trabajo de campo sino para hablar del libro. Los auditorios llenos, no de estudiantes sino de lectores comunes y corrientes, tenían una pregunta recurrente y obvia: ¿cómo evitar que fracasen los países? Infortunadamente, la respuesta no podía ser: construyendo instituciones políticas inclusivas, porque sería solamente una definición circular. Estuve en un auditorio de esos alguna vez y, palabras más, palabras menos, Robinson respondió que realmente no sabía con precisión, que no era el asunto del libro y que no era la pregunta que se estaban haciendo. Lejos de ser un cínico, y con algo de humor negro inglés, lo que dejaba claro Robinson es que él no era un político sino un académico. El político tiene que tener algún tipo de narrativa sobre por qué fracasa su sociedad y cómo la va a sacar adelante. Salvo que lo financie Odebrecht a cambio de contratos y entonces el asunto ya no sea de política sino de gestión de “negocios”.

El éxito del libro, y entender la dimensión de la audiencia que alcanzaron, llevó a los autores a no desechar la pregunta esa de cómo cambiar al mundo. En su nuevo libro, de 496 páginas en inglés, se meten de lleno a explicar cómo es que los países salen del fracaso. O mejor, como han salido del fracaso. El libro merece un tratamiento amplio que compartiré en varias columnas, pero es suficiente por ahora sintetizar la tesis: las sociedades transitan por un camino de libertad y democracia con desarrollo económico incluyente, siempre y cuando se balanceen las fuerzas entre un Estado que tiende a querer un poder despótico y una sociedad civil que tiende a mantener la anarquía. El Leviatán, el concepto analítico clásico desarrollo por Hobbes, es la base del trabajo: el delicado balance de fuerzas entre un Leviatán desatado y un Leviatán ausente, resulta en los mejores casos en un Leviatán encadenado, suficientemente fuerte para evitar el poco desarrollo posible en la anarquía total y suficientemente supervisado para no caer en el infierno del autoritarismo.

 

 

No hay lugar a romantizar totalmente la acción de la sociedad:
si destrozan el metro de Santiago, los pobres
tendrán que moverse con mayor precariedad,  los ricos tienen varios carros

 

 

Inevitablemente, pensaba en nuestro continente mientras leía el libro. Sectores indígenas en Ecuador pusieron contra las cuerdas a Lenín Moreno, cientos de miles de personas llevan saliendo semanas a las calles de Chile, Evo Morales en una muy cerrada y dudosa elección casi pierde la reelección -algo casi imposible en América Latina-, el presidente peruano -con apoyo mayoritario de la ciudadanía- cerró el congreso en un país que todavía recuerda los inicios de la dictadura de Fujimori, en Argentina Macri pierde la reelección convirtiéndose en una extravagancia – un presidente no peronista que termina su período y entrega el poder a un peronista-, y así, basta con mirar un poco cada uno de los países de América Latina para ver, en tiempo real, esa lucha de la que hablan Acemoglu y Robinson. La tensión entre un Estado que quiere más poder y una sociedad que se defiende, protestando en las calles o votando. Ojo, no hay lugar a romantizar totalmente la acción de la sociedad: resulta que, si destrozan el metro de Santiago, son los más pobres los que tendrán que moverse con mayor precariedad, resulta que los ricos tienen varios carros.

Colombia no es la excepción a la regla. El domingo anterior, millones de personas salieron a las urnas y les dieron una derrota gigantesca a varios actores, empezando por el partido del presidente Duque que en realidad es el partido de Álvaro Uribe – no creo que alguna vez antes en la historia en una elección local le haya ido tan mal a un presidente- y, en algunas regiones como en Medellín, a las mayores maquinarias políticas que el país ha visto. El malestar latinoamericano se canalizó en el país a través de las elecciones. Es importante para una democracia frágil como la nuestra. Si el sistema político entiende que lo mejor para todos es que la democracia resuelva las tensiones sociales de manera democrática, parecería que Colombia empieza a dar pasos firmes en el estrecho corredor de la libertad que describen Acemoglu y Robinson. No es algo menor, estamos viendo cómo algunos países francamente transitan hacia el desastre del autoritarismo o de la anarquía. Se siente extraño decirlo con toda convicción: pudiera ser que Colombia, por fin, este cerca a realizar su inmenso potencial.

Mucho me temo que buena parte de los siguientes pasos dependerán de Claudia López, Daniel Quintero y William Dau, asunto de la próxima columna.

@afajardoa

 

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