El presidente Petro ha resultado quizá desconcertante para una buena parte de la sociedad colombiana. Por lo menos es lo que se percibe, a juzgar por las reacciones que han tenido las decisiones que ha venido tomando desde que se conociera su elección presidencial.
Pero es un sentimiento de desconcierto agradable, porque ha disipado en buena medida los temores que muchos tenían y también porque ha resultado gratamente conciliador y moderado en un país en el que muchos del extremo del espectro político y social suponían que el diseño de su gobierno y las decisiones que tomara estarían en la dirección radical que les permitiría sacar réditos políticos a la profunda división y la polarización que se sentía con crudeza en el país.
El presidente Petro, por el contrario, una vez electo ha tenido una visión audaz y ha dado un giro inesperado para muchos en su modo de concebir el juego político, la composición de su gobierno y la construcción de gobernabilidad.
El discurso de campaña electoral que algunos juzgaban como un peligro y calificaban de pugnaz si llegara a ser presidente lo volteó por un sugerente llamado a la unidad del país que cayó bien, cuando sus contradictores esperaban un discurso recalcitrante cerrando filas en torno al espectro de la izquierda que lo ha acompañado por años. A cambio abrió un espacio para el diálogo y la concertación, a tono con los sectores del centro y del propio establecimiento que en las ultimas semanas de campaña se le sumaron para consolidar su opción presidencial.
Esa invitación, además, la hizo preservando lo esencial del ideario y los propósitos que se propone como mandatario de los colombianos. Coherente con ese nuevo aire, respaldó la nueva actitud con dos gestos reveladores: su encuentro con el expresidente Uribe y la inclusión dentro de sus primeros ministros designados y nombrados, de figuras que están lejos del espectro de la izquierda o de afinidades con el socialismo.
Allí no terminaron las decisiones del ahora presidente Petro: mostró además que el empalme con el gobierno saliente no sería a puerta cerrada, sino que lo sometió al examen público de tal suerte que ello marcara un estilo nuevo de concebir el gobierno y la rendición de cuentas. Y por si quedarán dudas, sin cuestionar las carencias o alertas rojas de la gestión Duque, instruyó que sencillamente se mostraran para que la opinión pública apreciara qué país le estaban entregando. Ya se sabe, por supuesto, que para muchos que se siguen creyendo como los únicos sabedores de la cosa pública, o de ese coto cerrado que es la tecnocracia del Estado, aquello no pasa de ser un gesto que confirma la catadura populista que le asignan a Petro. No obstante, en un país con tantas sombras y corrupción en la gestión de la administración pública y los asuntos privados, ese ejercicio no deja de tener un aire de oxígeno para la maltrecha imagen de nuestros gobernantes.
La posesión e inicios del nuevo gobierno no ha estado menos marcada del giro positivo y del nuevo estilo de Petro presidente. Descontado el gesto publicitado sobre el episodio de la espada de Bolívar y de las voces que lo aplaudieron o que lo cuestionaron, la posesión no fue simplemente un acto formal y protocolario como se estilaba, sino que fue en verdad un día de fiesta, regocijo e ilusión para buena parte de la población colombiana.
Ese sentimiento se vio respaldado por un discurso de posesión que, más allá de la visión que se conoce del presidente Petro sobre su concepción del Estado y la economía, fue una oportunidad para reiterar a los desconcertados de uno y otro extremo del espectro político, que la misión es construir un Estado y una economía diferentes, pero por la vía de las reformas y los acuerdos para sentar las bases de una Colombia de paz, igualdad y prosperidad. El gesto que encierran algunas de sus palabras y frases no sólo son un guiño al sentimiento popular, sino también un mensaje claro a quienes se resisten a que los cambios puedan ser hechos ciertos. Eso explica su impugnación y alusión a aquello de que “es que siempre ha sido así”, o al “eso no puede ser” para justificar el gatopardismo que les agrada a muchos que se dicen amigos del cambio: que todo cambie, para que todo siga igual.
Petro, por último, ha tomado en sus primeros días de gobierno decisiones que, sin dejar de ser duras para ciertos sectores de la sociedad, las ha tomado con el mejor tono y carácter para ser consecuente con lo que defendió de candidato presidencial: ha enviado una delegación para reiniciar los diálogos con el ELN, ha dispuesto retomar las relaciones con Venezuela, ha cambiado la cúpula militar y de la policía y, por supuesto, ha posesionado a casi todo su equipo de gobierno más cercano. Desde luego, no sin tropiezos y cuestionamientos, pero es lo propio de la democracia y del respeto que ha mostrado por las posiciones de sus contradictores y oponentes.
De modo que lejos del radicalismo que algunos esperaban, ha sido un aire suave y refrescante el que el presidente Petro le ha insuflado a la política colombiana en sus últimas semanas. Ha generado grandes esperanzas e ilusiones y eso puede ser también su lado débil y su fracaso. Ya lo han advertido muchos; también otros ven en sus gestos y decisiones aquella versión poco halagadora e improvisada del arranque del alcalde Petro y otros más, de las entrañas del viejo izquierdismo, perciben que algunas decisiones suyas se salen del guion radical y sectario que ellos suponen al que debe ceñirse.
En nuestra opinión, sin embargo, lo que se puede apreciar es una versión remozada del Petro líder que conocimos durante varios años atrás. Es evidente que el país y la sociedad colombiana están frente a un Petro que sin renunciar a sus sueños de cambios para una Colombia justa, también muestra que dichos cambios pasan del mero espectro de la izquierda, que su alcance y profundidad, sin ser cosméticos, también pasan por ganar a buena parte de los sectores de la sociedad que pugnan por un país moderno que saque del juego político el uso de la violencia como método de acción y que incorpore, definitivamente, a los sectores excluidos de la sociedad a los beneficios de la riqueza que hoy le llegan por migajas, o simplemente no les llegan.
Las semanas anteriores volví a leer un libro que quise revisitar por la belleza y humanidad que vi en su contenido durante la primera lectura: La sonrisa de Mandela. Creo que, guardando las proporciones, hay en las medidas de inicios del gobierno de Petro, coincidencias afortunadas que me recuerdan la magnanimidad con la que se debe ejercer el poder, una virtud hoy poco apreciada y quizá vista, por algunos, como un signo de ingenuidad y debilidad.
Más probable en Colombia, donde ha campeado por tanto tiempo la cultura de la violencia, la hostilidad y la discriminación. Pero es reconfortante saber que aquello que se observó en la experiencia Sudafricana con la que se conquistó la democracia y la eliminación del infame apartheid contra la población negra, bajo la grande figura de Mandela, también pueda impregnar el suave aire fresco con el que ha comenzado el gobierno de Petro. Nadie está esperando un camino de rosas para el nuevo gobierno, pero ilusiona saber que hay un estilo nuevo de gobernar, distante de la pugnacidad, conciliador y firme a la hora de marcar el camino de los cambios que se esperan de él.