El paro nacional y las diversas manifestaciones de protesta que vive Colombia son resultado de un proceso similar al de un reloj de arena cuando se da la vuelta, lentamente empiezan a bajar los granitos hasta que se llena. Llama la atención cómo los tecnócratas del país intentan dar explicaciones muy sofisticadas, lo cual es completamente válido, pero muchas veces desconectado.
La realidad social para interpretar el descontento no necesita de complejas fórmulas matemáticas, basta con una observación empírica del día a día. La sociedad fue llenando grano a grano su reloj de arena hasta que se colmó. No soy amigo de las soluciones asistencialistas, pero sí soy un convencido de que la gente se cansa de un contexto que los vuelve vulnerables y perdedores a la mayoría, frente a unos pocos que aprovechan el privilegio o la falta de control para su propio beneficio.
El estudiante que se compromete con una deuda larguísima en el Icetex para que después le cierren las puertas por falta de oportunidades, el trabajador que sueña con una vivienda propia y solo encuentra puertas cerradas en los bancos, el empresario pequeño asfixiado por los trámites, los impuestos y las grandes empresas que les pagan cuando se les da la gana.
Las familias que no encuentran citas rápido en las EPS o que son acosados sin tregua por la entidad que les prestó un dinero para cualquier necesidad, la mujer que es acosada en el bus o en la calle sin la más mínima garantía de seguridad, el trabajador o trabajadora al que le suben los servicios o el cobro del predial sin una explicación razonable, el dueño de una casa en estrato 3 que paga, proporcionalmente, más impuesto que el club Los Lagartos.
El contratista que tiene que entregar buena parte de su salario para pagar su propia seguridad social, pero que no cuenta, ni siquiera, con un par de días remunerados de descanso al año o que no recibe cesantías para el momento en que quieran cancelarle el contrato. El profesional que no puede ejercer porque no le convalidan el título o el niño que no puede estudiar porque no sabe lo que es tener una conexión a internet en su casa.
Cientos de ejemplos de ese día a día van llenando el reloj y convirtiéndolo en una bomba que acabó de estallar en Colombia. En Chile, por ejemplo, el grano decisivo fue el aumento en el pasaje del metro, en nuestro país fue una docena de huevos y la risa miserable de un “tecnócrata” desconectado que se burlaba de lo que para muchos es la comida diaria.
¿Y la solución es el Estado? En buena parte sí, pero no completamente. El sector privado ha pasado de agache, como no hablar, por ejemplo, de las migajas que ofrecieron los bancos en la crisis por el COVID-19 o de los megaempresarios que acumularon grandes fortunas durante décadas, pero no se demoraron más de 15 días en empezar a recortar personal cuando atacó la pandemia. Es necesario un nuevo pacto social, no asistencialista, pero con oportunidades reales para los jóvenes y la población en general.
Por estas razones empíricas, que no han sabido explicar los más experimentados economistas, es que este paro no tiene una cabeza visible ni una organización vertical. Cada quien carga en la espalda su bulto lleno de granos de arena y sale a manifestar su descontento en las calles.
Lamentablemente, hace falta grandeza del gobierno, de los líderes políticos, de las empresas e incluso de los sindicatos que se sienten dueños del paro. Esta crisis social no se va a solucionar con que se vaya Duque anticipadamente del poder, ni eligiendo a líderes mesiánicos que prometen más de lo que pueden cumplir. Lo que realmente se necesita es un diálogo amplio, pero realista, que trace una hoja de ruta clara para buscar soluciones de largo aliento, que sean verificables y ejecutables.
El gobierno se sentó con decenas de personas en 2019 para comprometerse con una cantidad de cosas que no ha cumplido, si eso vuelve a ocurrir, el próximo estallido será mucho más fuerte y no habrá caminos sencillos para mitigarlo.