El Estado y los autógrafos caucanos

El Estado y los autógrafos caucanos

En campaña siempre se crea la ilusión de cambio, utilizando esmaltes políticos para encubrir las desigualdades, que eventualmente resurgen, como ocurre ahora en el Cauca

Por: Mateo Malahora
marzo 14, 2019
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El Estado y los autógrafos caucanos

Todos los reacomodos que han intentado los partidos tradicionales para solucionar los graves problemas de la sociedad colombiana han resultados fallidos.

Las propuestas electorales formuladas para acceder al poder han teniendo más en cuenta los intereses de la cúpula gobernante que la marginalidad de los más necesitados. Las reformas tributarias así lo evidencian.

Basta observar en las últimas décadas los lemas de las candidaturas presidenciales para registrar la estrategia desesperanzadora de sus postulados: con Gaviria, "bienvenidos al futuro"; con Samper, "sí se puede"; con Pastrana, "el cambio es hora para la paz"; con Uribe, "mano firme, corazón grande"; con Santos, "unidos por la paz" y con el presidente Duque, "el futuro es de todos". Estrategia que utilizó López Michelsen con "ahora le toca al pueblo", haciendo alusión al libro Al pueblo nunca le toca, de quien fuera juez y magistrado de la nación, Álvaro Solón Becerra, dueño de una admirable, sarcástica y puntillosa pluma.

Los lemas han sido más una táctica seductora para ganar las elecciones y llegar al poder que para provocar cambios sustanciales en la sociedad, tanto que cumplido el ejercicio de cada mandato presidencial solo queda el testimonio de un lóbrego pragmatismo gubernamental y restos de caravanas para comenzar nuevas cabalgatas.

Nunca los principios ordenadores de la política, como ciencia destinada a resolver los choques de la sociedad, fueron utilizados a plenitud.

Simplemente se creó la ilusión del cambio, utilizando esmaltes políticos para encubrir las desigualdades sociales.

Cada candidato construyó discursos para tiempos de crisis, sin embargo, los proyectos de rescatar los valores constitutivos de la política no coincidieron con la solución de las demandas de los pobres.

Su preocupación, “como estadistas”, pasó sin pena ni gloria, más sin pena que gloria y estuvo encaminada a educar, adiestrar y docilizar a la sociedad para el buen ejercicio del poder, en síntesis, cada gobierno tuvo a su disposición una “fabrica” de instrumentos para que la comunidad nacional se sintiera armada al conjunto de las instituciones del Estado.

Nada más que herramientas y dispositivos para distraer la atención en torno a la corrupción pública y privada.

El derecho a tener derechos devino en una representación teatral, en medicina casera para curar enfermedades crónicas, mientras ni el pasado, ni el presente, ni el futuro irradian luz hacia el futuro para crear un nuevo orden.

Fantasías y solamente fantasías. Invenciones tibias, flojas y apáticas para reformar política, económica y moralmente a la nación.

Y, por supuesto, existe la democracia, pero para hacer cola en las urnas, camuflar la injusticia social y apreciar la descomposición ética de las instituciones.

Así, queda claro que el ideal de los gobernantes ha sido el que todos cantemos el himno de los vencedores y aceptemos con placidez la música de los invictos, interpretada por nuevos directores de las orquestas, al estilo de Wagner, Beethoven y Toscanini.

Valga considerar la armónica bancarización de la clase media y la pobreza, sometidas a vínculos económicos financieros masivos que, en última instancia, son políticos y crean la ilusión de la democratización del capital, que no admite el dominio regulador del Estado.

No es necesario caminar con Foucault para que nos cuente cómo se vigila y se castiga para entender las nuevas formas de controlar, alertar y sancionar a los ciudadanos sin acudir a la fuerza: “Ahora, para ejercer la autoridad, ya no se utiliza la brutalidad ni la barbarie, se acude al asistencialismo, que con su tupida red de instituciones conserva las causas que producen la desigualdad social”.

Mientras tanto, los más severos conflictos sociales del país afloran en el Cauca, otrora foco de la guerra. El presidente y los ministros, habilitados para resolverlos, están listos a viajar, "con urgencia turística", para zanjar las diferencias con los movimientos sociales que, con tenacidad y a ‘caucherazo humano’, se enfrentan a la Fuerza Pública, asistidos por el espíritu protector de “La María”, antes de que Jesús, con admirable resistencia, termine crucificado nuevamente, para lo cual cuenta con el 63º permiso de los últimos años, según se colige de una columna del excontralor departamental del Cauca, Álvaro Jesús Urbano Rojas, avalado por ciento setenta y tres autógrafos (firmas de acuerdos institucionales), con miras a que transite piadosa y tranquilamente por las calles de “La Ciudad Blanca”, “La Jerusalén de América”, donde algunos los feligreses rememoran un juicio que fue politizado por el Imperio Romano.

Salam aleikum.

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