Hace unos cincuenta años la delincuencia en Colombia decidió hacerse con los servicios de la clase política colombiana y posteriormente con el control de todas las instituciones. Los narcotraficantes de la llamada bonanza marimbera empezaron la faena con la compra de campañas locales, que les permitieran mantener un control del comercio o de las rutas de la droga que salía para el gran país del norte. Posteriormente, con la diversificación del mercado, ampliaron el margen comprando campañas regionales y nacionales, tal como lo manifiesta la composición interpretada por Morgan Blanco titulada La Mona.
La primera campaña nacional permeada por esas mafias habría sido la presidencial de 1974, cuando el “pollo liberal” presuntamente fue financiado con grandes capitales por los marimberos del norte del país para la llegada a la Casa de Nariño. Desde ese momento, se ha asumido que muchas de las campañas a nivel nacional han estado financiadas por capos de la droga a cambio inicialmente de protección del negocio y luego del control de todas las fuerzas del Estado. Fue Pablo Escobar quien dio el primer paso visible en ese sentido, al involucrarse directamente en cargos públicos, pero la clase política de la época (que aún no había sido manipulada) le frenó sus aspiraciones.
Con el control político llega el control de todas las instituciones y también el control de los medios masivos de comunicación, y aquellos que quisieron mostrar dignidad al no someterse a los caprichos de la nueva realidad que se imponía eran relegados al ostracismo o, en el peor de los casos, asesinados. Bajo el imperio de sangre y fuego que empezaba a imponer la delincuencia organizada, murieron ministros, alcaldes, candidatos de todas las corporaciones, concejales, militares y policías de todo rango, periodistas y ciudadanos que se encontraban en el lugar y hora equivocada en esa vorágine demencial.
El Estado no quiso enfrentar a esa delincuencia organizada, porque la corrupción generada con las ganancias del negocio, era demasiado tentadora comparado con los ingresos del trabajo honesto; fue así que empezaron a caer a la tentación del dinero fácil, políticos de toda clase, empresarios, periodistas y principalmente muchos policías y militares, que en últimas son los que pueden garantizar seguridad con las armas del Estado, en algunos lugares específicos de alto valor estratégico; porque ya en las selvas, los laboratorios tenían garantizada la seguridad con la delincuencia organizada de los paramilitares y guerrilleros, que paradójicamente fungían como enemigos en el campo de batalla pero defendían los mismos intereses.
Pero de todas las instituciones o estamentos que el narcotráfico permeó fue el periodismo que mejores resultados les dio. Con periodistas al servicio de la mafia lograron naturalizar o normalizar la barbarie que se visualizaba en el horizonte. Naturalizaron de tal manera la delincuencia, que los niños llegaron a tal punto que preferían ser un Pablo Escobar que un superhéroe de tira cómica. El dinero fácil se convirtió en la meta de todos, decía un conocido: “los primeros trescientos millones se consiguen como sea que la honradez llega después”. Fue así que en los barrios populares empezaron a aparecer las nuevas dinámicas delincuenciales, los nuevos ricos, personas humildes un día y al siguiente con un carro de cien millones en la puerta.
Con la mirada cómplice o de impotencia de absolutamente todos, la delincuencia secuestró al Estado, la política del terror no la pudo frenar nadie. Y todo aquel que se atrevía a denunciar o enfrentárseles era silenciado o asesinado como se dijo anteriormente. Las políticas de Estado fueron reemplazadas por políticas de gobernantes, que, de acuerdo a los intereses de los financiadores, actuaba en favor de algún grupo en particular. La delincuencia se tomó el país con estrategias de gobierno, al parecer muy bien planeadas, que dejaron a la población a merced de los santos, porque las instituciones que deben protegerlos hacen todo lo contrario.
Por otro lado, algunos gobernantes permitieron el amedrentamiento social y las bandas criminales enfrentadas, tomaron control de las poblaciones abandonadas a su suerte, para que posteriormente llegaran otros vendiendo la idea de la seguridad democrática que fue peor o igual a lo que ya existía, pero que los medios de comunicación vendían la sensación de estar ganando la guerra contra el crimen organizado y la retoma de control de las instituciones. Se vendió la idea de que esa seguridad fue lo mejor que le pudo pasar a la sociedad, así haya sido con la sangre de miles de inocentes.
Hoy nos encontramos ante una realidad diferente, fue tanto el miedo que infundieron que crearon la sociedad de los que no tienen temor y al mismo tiempo, no tienen nada que perder… porque todo de alguna manera, está perdido. Esa nueva generación ha decidido recuperar al Estado del secuestro en que la delincuencia lo tiene sumido, pero, como era de esperarse, a través de los medios masivos de comunicación se ha minimizado la labor de esos jóvenes tildándolos de vándalos, pero ya se sabe que los verdaderos vándalos son los que enmascaran o defienden la delincuencia organizada que se esconde detrás de los escritorios.