Entre el mar de tradiciones, ritos y costumbres, productos de todas las religiones que existen, la Navidad occidental, tal como la festejamos en Colombia, debe basarse en el afecto con las personas queridas. Bueno, esa es la idea que nos venden “literalmente”. Un momento para abstraernos del agite de cada año, prepararnos para darle fin al ciclo anual junto con personas especiales a través de una cena o una reunión que fortalece los lazos. La Navidad tiene mucho poder y más tarde que temprano nos logra embriagar de emociones, de bondad y perdón.
Sin embargo, algo que parece ser sencillo y tener tan buenas intenciones lo hemos convertido en un festejo obligado de consumo. Claro, esta es una queja muy común de la cual nos acordamos, cuando ya estamos colgados de paquetes en un centro comercial. Y es normal, para una festividad que se articula abiertamente como un eje de comercio y desarrollo gracias a las ventas. Es un momento donde nos acordamos de nuevas necesidades que podemos satisfacer gracias a que, como por embrujo, pareciera que a todos nos llega algo de dinero que nos apresuramos a inyectar como una droga al torrente económico, como la cosa más normal del mundo.
Una de estas necesidades –posiblemente de las más populares– es el consumo tecnológico. Hay distintos tipos de necesidad para el consumo, todos indiferentes a la hora de pasar la tarjeta y que van desde la vanidad hasta la salud. Por ejemplo en mi caso, hace meses vengo ahorrando para comprarme una tablet, la cual más que para mí es para mi espalda que me pide a gritos que deje de cargar tres kilos de computador a todas partes. O el sobrino de una amiga con posible estrabismo en un ojo y a quien el doctor le recomendó no ver televisión sino hacer uso de aplicaciones que estimulen el movimiento visual. En todo caso y sea la razón que sea, mucha gente está remplazando sus teléfonos por otros más modernos y sucumbiendo ante la necesidad o el empeño publicitario de estar conectados a Internet, tener un teléfono inteligente o una tablet.
La dependencia tecnológica también se manifiesta en las reuniones familiares. En plenas novenas, donde los jóvenes asisten parcialmente porque parte de ellos está con la cabeza abajo “whatsupiando” con los amigos; mientras los grandes rebuscan temas de conversación hablando sobre sus adquisiciones tecnológicas (GPS, cámaras, tabletas, teléfonos, televisores) o piden ayuda a los jóvenes para que se los enseñen a usar, no sin antes, armar toda una conversación sobre las características de sus equipos o los usos que les dan. En otras palabras, la tecnología se ha vuelto una dependencia que afecta nuestras costumbres y ritos sociales. Lo cual es tan bueno como malo, pero al final no se diferencia de la dependencia que ya teníamos por el teléfono fijo o la electricidad.
Pero el problema tecnológico no es la necesidad sino la forma de su producción. Por un lado la obsolescencia programada de muchos equipos electrónicos es una realidad que básicamente hace que todo este diseñado para no durar, dañarse y ser remplazado. Pero que lo olvidamos en la medida en que enloquecemos por pasar de un Iphone 4 a un Iphone5. Por otro lado, la contaminación que produce la fabricación de cualquier equipo junto al desperdicio de partes y componentes contaminantes (Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos -RAEE) junto a la falta de planes serios de reciclaje tecnológico se nos pasa por tanto frenesí navideño. Por último, faltaría considerar los enormes conflictos que existen de la explotación de minerales que son usados para la fabricación de dispositivos como el Coltan entre otros minerales que terminan desechados y terminan a su vez contaminando.
Esta Navidad seguro ya fue muy tarde para pensar en productos alternativos como el ensueño de un teléfono renovable como el PhoneBlocks, o equipos que sean fabricados bajo esquemas de comercio justo y no como en China, donde pagan una miseria por grandes jornadas de trabajo para la fabricación de algún producto de Apple. La tecnología es importante, pero hay que humanizarla en vez de tecnificarnos tanto a cualquier costo. Al final, la contaminación, la desigualdad social, el consumismo desmedido, y otras prácticas nocivas, son lo que terminamos apoyando cuando consumimos sin ningún análisis tecnología en Navidad. Así que al final si quiere sentirse navideño, para la próxima, regale algo con afecto, no importa el valor sino la intención y si aún tiene muchas ganas de gastar dinero, espérese a enero cuando bajen los precios. Será una mejor forma de pasar la Navidad y celebrar no el valor de las cosas sino el verdadero sentido de la vida, los amigos y la familia, así ahora todo esto sea tecnológico. ¡Felices fiestas!