En Colombia cuando uno está pequeño y quiere crecer, su mejor deseo -quizá- es que al estar más grande se parezca a un paisa.
Una gran parte del país le estamos agradecidos por su ejemplo de desarrollo y progreso apabullante y asombroso.
Por culpa de una larga y compleja versión arraigada en la tenue nacionalidad construida a punta de derramar sangre, abrir selvas, secar ciénagas y ríos y quemar montañas; el colombiano oscila entre una versión laboriosa y pujante -a lo paisa- y otra menos complicada, más ligera y estigmatizadora de la pereza y el ocio.
Entre esas aguas turbulentas y lentas, ha transcurrido la historia de un personaje que resulta imprescindible cuando se trata de recrear la colonización, la laboriosidad y el empuje de una región, que primero se creyó el cuento y luego, convenció al resto.
El paisa.
Paisano o montañero terminó convirtiéndose en una imagen que remite a la exaltación, mientras que corroncho y montuno, a la degradación. Violencia verbal que fue impuesta por cuenta de los éxitos y fracasos de una nación remendada con fique.
Pero ahí vamos. Convidados unos y a ritmo paisa otros. Los prósperos, emprendedores de carriel terciado y con “el hacha de mis mayores que me dejaron por herencia” como canta Epifanio Mejía. A ellos se los tragó la montaña –junto con el perro andariego- y después regresaron a tragarse a la misma montaña ingenua que los albergó entre los siglos XVI y XIX, con el interregno del visitador Juan Antonio Mon y Velarde que vino a poner un supuesto orden institucional en el siglo XVIII.
Busque en la geografía del menudeo de las plazas de pueblos de Colombia
y encontrará la tienda “El Paisa”
diagonal a la alcaldía y fisgoneando a la iglesia principal
Ahora los paisas están disgregados por todo el planeta (“volamos como huracanes”) porque sus fronteras naturales entre montañas por el norte y el sur, el río de la Magdalena al oriente y la selva y el mar al occidente, no fueron suficientes para contener tanta bravura labrada a lomo de mula.
Busque en la geografía del menudeo de las plazas de pueblos de Colombia y encontrará la tienda “El Paisa” diagonal a la alcaldía y fisgoneando a la iglesia principal
Busque en la geografía del menudeo de las plazas de pueblos de Colombia y encontrará la tienda “El Paisa” diagonal a la alcaldía y fisgoneando a la iglesia principal. Busque en las calles intransitables de nuestras ciudades caóticas y se tropezará con un baratillo “Medellín” que le vende todo lo que los chinos de oriente puedan fabricar como basura barata; busque en las plazas de mercado y averigüe quien tiene el monopolio de los víveres y abarrotes. Busque en la historia de los ministros de Estado de este país y habrá más de un paisa de titular en las carteras ministeriales del gobierno de turno.
Por cuenta de eso que llamamos la verraquera paisa, colonizaron a los territorios de Caldas, Risaralda, Quindío y parte del Tolima; construyeron un metro para Medellín, financiado por todos; un emporio industrial para conquistar al país; las “mejores” empresas públicas de Latinoamérica; los mejores gobiernos territoriales; los mejores ciclistas; los mejores empresarios; los mejores…
Una pujanza que a estas horas del tiempo de la historia demuestra ciertas fisuras como las mismas montañas sobre las cuales “mi dulce madre me cuenta que el sol alumbró mi cuna sobre una pelada sierra”.
Los más de cinco siglos explotando a la naturaleza que los acogió con ingenuidad de madre, sembrando poblados en medio de las nubes, en minería, en industrias, talando la selva virgen, sembrando de banano los territorios de los antiguos urabaes, contaminando el aire con urbes plagadas de chimeneas y con ríos envilecidos con la cloaca del progreso y conteniendo cauces inmemoriales de aguas milenarias para matar peces en sedimentos y lodos; ahora parece que pasa cuenta de cobro.
Un espejismo salteado con maíz y frijoles.
Coda: el poeta nadaista Eduardo Escobar, paisa renegado, confiesa que los antioqueños “oscilamos entre Eros y Tanatos, entre el instinto de florecer y durar, y el anhelo de la muerte como retorno al reino insensible de los minerales. Temblamos entre el amor sacrílego por la madre y la necesidad de liberarnos de los sueños de leche de la infancia y de los recuerdos del despertar a una existencia aflictiva.”