Anapoima, apacible y veraniego municipio de Cundinamarca, a 87 kilómetros de distancia de Bogotá, estuvo cercado el primer puente festivo de noviembre, el de los Santos Difuntos, por un asalto de 24 bandas musicales provenientes de distintos puntos del país, para deleite de lugareños y turistas.
En el diccionario de la lengua española hay variedad de acepciones de las palabras banda y asalto. De la primera, se conoce como la cinta ancha que sirve de rango honorífico. La de ceremonia de gala que se ajusta a la cintura, o la térmica para adelgazar. En Honduras se denomina a la tripa que rellena y comprime el tabaco. Dícese de bandolero al mandamás de una banda de criminales, que en Colombia abundan por doquier. Y, para regocijo de la Colombia alegre y festivalera acostumbrada a celebrar hasta un trasteo, proliferan las bandas de músicos, de las más autóctonas de ferias y fiestas de pueblo, hasta las bandas sinfónicas de instituciones mayores como las de la Policía, el Ejército o la Fuerza Aérea Colombiana.
De igual forma ocurre con la palabra asalto. En épocas añejas se le conocía, entre compinches, como la toma inesperada de una vivienda para armar una pachanga sorpresa. En el boxeo, un asalto es cada uno de los tiempos que define un combate. En Puerto Rico, justo para temporada de fin de año, se asocia el asalto con la invasión del vecindario en calles cerradas para montar el foforro de navidad y año nuevo, hasta que el cuerpo y el bolsillo aguanten. Pero sálvese quien pueda cuando en medio de la euforia, el festejo se apague por un asalto a mano armada.
Pues lo que se vivió el primer puente novembrino, durante tres días, en la acogedora Anapoima, fue un vibrante asalto de tubas, trompetas, cornos, saxofones, clarinetes, bombardinos, pianos, contrabajos y percusión de delegaciones de 24 regiones del territorio patrio, convocadas por la Alcaldía de Anapoima para la celebración del XXVII Concurso Nacional de Bandas Musicales, tradición cimentada y de copiosa asistencia en este paraíso de la provincia del Tequendama, enmarcado por soberbios cañones naturales, y surcado por los ríos Bogotá y Calandaima, que se cruzan para desembocar en el Río Grande de la Magdalena. Puro verde oxígeno el de esta bella comarca en su magnífica biodiversidad, y las multicolores aves que circundan su cielo primoroso.
Bandas por doquier
A cualquier hora, y en lugares insospechados: a la sombra de un papayo, de un palo de mango, o de un frondoso cuji invadido de arrendajos, toches, jilgueros, carpinteros, cardenales, torcazas, azulejos o mariamulatas, de una rica variedad de plumíferos, fueron óptimos para tomar aire, afinar instrumentos y proponer el ensayo. Debajo de un palo de mango nos topamos de noche, y a unos minutos de su toque en la concha acústica, a los jóvenes talentos de La Banda Sinfónica de Samacá (Boyacá), que con la batuta del maestro Julián Ropero, se alzó en julio del presente año con el primer premio del Certamen Internacional de Bandas Musicales de Valencia, España.
En el camellón, bajo el ramaje aterciopelado de un cuji de más de 100 años, la Banda Sinfónica Juvenil de Moniquirá (Boyacá) explayaba partituras de 'La Cucharita', obra cumbre del maestro de la carranga Jorge Velosa, ante la mirada expectante de visitantes, familias en su mayoría, provenientes de Bogotá y de otros lugares, prestos a disfrutar de un exquisito banquete musical, en el que mayoría de sus protagonistas tenían un promedio de edad de 15 años.
A unos cuantos metros, integrantes de la Banda Sinfónica de Tello, Huila, marcaba compases fiesteros de sanjuaneros y rajaleñas, y por ese mismo margen, el asalto avanzaba con aires típicos de las bandas musicales del sur de Nariño; pasillos y torbellinos sincopados por las tubas (esos bajos de viento), de la Banda de Paipa, otra de las grandes fortalezas del patrimonio bandístico de Boyacá, cuyo festival colma el interés cultural desde 1975. Y, la de Anapoima, banda anfitriona que se lució en el ensamble que, para la ocasión, fue invitada por la Orquesta de Lucho Bermúdez, en el tributo al recordado maestro de Carmen de Bolívar.
Al ritmo de Lucho Bermúdez
Tal y como suena: un espectacular asalto de 24 bandas musicales que concurrieron a esta cita de la confraternidad artística y cultural; al diálogo de sus ritmos y expresiones sincréticos; que dieron lo mejor de sí, más allá de la competencia por el primer premio, el fervor de mostrar el acervo y la tradición musical de sus terruños, legado atesorado y sostenido de generación en generación.
Cuadros admirables, como ver el entusiasmo de jóvenes músicos acudiendo a los ensayos y a los toques con el bombo cargado a las espadas, o el juego de campanas a cuatro manos, y las tubas que se erizaban frente al campanario de la iglesia mayor, edificio tutelar del Parque Simón Bolívar, de Anapoima, pobladas sus graderías de un público que acudió en rama a las presentaciones, de las más nutridas y aplaudidas, la de la Big Band de Lucho Bermúdez, la de la Banda Sinfónica de la Fuerza Aérea Colombiana, que entre clásicos y música popular remató su intervención con un electrizante bonus track de rock sinfónico, alegoría a bandas icónicas como Queen, Aerosmith, Iron Maiden y Guns N' Roses. Y, pare de contar, en la madrugada del lunes, la explosión salsera de Maelo Ruiz, en una plaza a reventar.
Punto y aparte el homenaje que este año el XXVII Concurso Nacional de Bandas Musicales de Anapoima, a través de su alcaldía y de la secretarías de cultura y turismo le ofrendaron a Lucho Bermúdez, maestro de maestros de la música tropical, polifacético en su paleta de músicas de Colombia y América con su caudalosa vertiente jazzística, por la que a lo largo de su rutilante carrera, expertos lo tildaron como el Benny Goodman de Carmen de Bolívar, su tierra natal, el mismo que con su orquesta amenizaba las largas travesías de los vapores que cursaban el Río Grande de la Magdalena, y en tierra firme, las concurridas fiestas de los selectos clubes y salones de las capitales.
Más de mil partituras en su honroso oficio, y un legado que sigue vivo en el correr de los tiempos, gracias al talento y la perseverancia de Patricia Bermúdez, su hija menor -"mi última composición"-, como solía decir el maestro que, para el reconocimiento a su padre en la Casa de la Cultura de Anapoima, abrió al público una maravillosa exposición antológica de sus primeros discos, recortes de prensa; fotografías, facsímiles de sus composiciones escritas a máquina; carteles de bailes memorables en distintas ciudades (como los del Hotel Granada y el Salón Rojo del Hotel Tequendama, de Bogotá; y el Club Cartagena), entre otras pertenencias y recordatorios.
El homenaje se vivió en cuerpo y alma, en tarima, con la Big Band fundacional del laureado músico y compositor, al ritmo de cobres, cuerdas, teclados, percusión y voces, cuando interpretaron piezas clásicas de su repertorio. Ahí figuraba impertérrito Elías Paz, de 84 años, su cantante, estrella; lo mismo que Adolfo Castro, de 87, el consagrado brujo de la trompeta, de San Marcos, Sucre; y esa planta generacional de destacados vocalistas e instrumentistas como Anny; el saxofón de Víctor Paternina, 'toma y dame' sinfónico con el clarinete magistral de Patricia Bermúdez, bajo la batuta del maestro Tomás Benítez, genio sin par del bombardino.
Bajo ese techo armónico sonaron, una a una, las joyas de Lucho Bermúdez y su orquesta de ayer y de hoy: 'Colombia, Tierra Querida' (himno redentor de las celebraciones), 'Danza Negra', 'Plinio Guzmán' (el médico amigo de Lucho Bermúdez), 'Fiesta de Negritos', 'Diana María', 'Los Primos Sánchez', 'Prende la Vela', 'Tina', 'Salsipuedes', 'San Fernando', 'Tolú', 'Carmen de Bolívar', entre otras inolvidables melodías del ambicioso repertorio del genio que puso a bailar a Colombia para siempre.
Patricia Bermúdez dejó por sentado su dilecto y vigoroso compromiso con la herencia musical de su padre, no solo como espectáculo en tarima, sino como academia itinerante en sus recorridos por la geografía colombiana, al rescate y promoción de semilleros musicales, de una interminable suma de talentos juveniles inéditos que florecen en remotas comarcas, y que aguardan con humildad y paciencia la oportunidad anhelada. La música como acto de formación y redención.
Si la oportuna fórmula pedagógica de Bermúdez se aplicara y multiplicara en el mapa de la población recóndita y vulnerable de Colombia, se despertaría desde temprana edad la conciencia y el amor por la música como educación y proyección a futuro; bien seguro que se evitaría en la niñez y la juventud el camino torcido del vicio y la delincuencia, azote de la inseguridad nacional. El propósito es contundente: por más bandas musicales que borren de una vez por todas el nefasto estigma de las bandas criminales.
Anapoima, desde su administración, con su preciado concurso, va marcando el compás.