En agosto de 1987 la Fragata Caldas, de la Armada de la República de Colombia, cruzaba el denominado paralelo de Castilletes y se insertaba en el Golfo De Venezuela, con este ingreso no autorizado a un área marítima no delimitada se daría lugar a un conflicto entre los países involucrados que en el albor de la diferencia limítrofe casi que conduce a la guerra a ambas naciones.
Con posteridad a este enfrentamiento, nuestro país encontró que las capacidades disuasivas de la Fuerza Aérea Colombiana eran incipientes para resguardar el territorio y los activos estratégicos de la nación, esto debido en que para la fecha se contaba en el inventario de aeronaves militares con Mirage M5 de origen francés, con limitadas opciones de combate y restringidas operaciones, pues se encontraban limitados por condiciones meteorológicas y carencia de misiles y radares que permitieran proyectar el poder de fuego más allá de las condiciones visuales de los pilotos.
En este contexto, Colombia decide retomar un proceso que había estado pendiente en culminar de forma exitosa desde inicios de la década de 1980, la adquisición de nuevo material de guerra para la Fuerza Aérea Colombiana, mismo que había sido restringido por los embargos de equipos de combate que disponía Estados Unidos de América.
Ahora bien, para 1989 estos procesos son superados de manera exitosa y el primer equipo Kfir, expresión hebrea que refiere al cachorro de un león, fabricado por la empresa estatal israelí IAI inicia su operación en el país.
Como buena parte de los escuadrones de combate colombianos, el israelí Kfir, amistosamente reconocido como Dardo, inicia su operación desde la base militar de Palanquero, ubicada en Puerto Salgar, Cundinamarca, aeródromo conocido como CACOM 1 y apodado como la casa de los pilotos de combate colombiano.
Si bien los Dardos no fueron los primeros aviones a reacción y tampoco las primeras aeronaves en contar con la capacidad de superar la velocidad al sonido, sus capacidades, para la época representaron una importante capacidad disuasiva para las fuerzas militares de la nación, en concreto su proyección de fuego, contar con misiles guiados por infrarrojo hasta con sistemas que aseguraban la correcta entrega de armamento en condiciones geográficas dificultosas convierten al Cachorro de León en una suerte de referente en el marco de las operaciones militares conjuntas que dan los principales frutos contra los grupos al margen de la ley en el país.
Así mismo, aunque su vida útil se ha venido extendiendo con diferentes paquetes y actualizaciones adelantadas por los técnicos y equipos de ingeniería del fabricante israelí, sus capacidades y los procesos enmarcados en la seguridad y altos niveles de interoperabilidad de los miembros de la fuerza han permitido que los dardos lleven el tricolor colombiano a los ejercicios internacionales de mayor exigencia y capacidad del mundo, consiguiendo distinciones y reconocimiento de los mejores ejércitos del planeta.
Sin embargo, como toda historia idílica, la racha de los Kfir empieza a cerrarse, elementos como la edad, costos y dificultad en adquirir piezas de recambio, así como las tensiones geopolíticas han truncado su operatividad en las filas colombianas, requiriendo que más por decisiones externas que por la propia vocación y entrega de estas aeronaves, al igual de sus técnicos, pilotos y comandantes las horas de vuelo de estos preciosos Dardos venga en caída y se ponga en cuestionamiento la capacidad de disuasión y defensa del territorio colombiano, por parte de la Fuerza Aérea Colombiana.
Lo problemático del asunto no estriba en el retiro de las aeronaves, bien se sabe que debido a su edad y servicio prestado, desde hace años se debió analizar y poner en marcha el retiro programado de estos equipos, lo estridente del asunto es que a pesar de las múltiples advertencias que se han generado desde el arma aérea no se han surtido los procesos de adquisición de nuevos aviones de combate y se amenaza la operatividad del Escuadrón 111 que tantos y variados servicios le ha prestado a los Colombianos.