Muchos años después, frente a la máquina de escribir, el escritor Gabriel García Márquez habría de recordar aquella tarde remota en que terminó de escribir la novela Cien años de Soledad, con su pueblo imaginario situado al oeste de Riohacha llamado Macondo fundado por José Arcadio Buendía. La novela era entonces un género costumbrista y nuestras más representativas novelas eran La Vorágine de José Eustasio Rivera y María de Jorge Isaac. La historia del coronel Aureliano Buendía y sus treinta y dos guerras perdidas en las muchas guerras civiles que asolaron al país desde finales del siglo XIX, fundaron lo que más tarde se conocería como el realismo mágico con su precursor de lo real maravilloso en Alejo Carpentier, con sus inolvidables personajes como Mauricio Babilonia y sus mariposas amarillas, Melquíades y sus inventos traídos de todo el mundo, Remedios, la bella, que se eleva al cielo con sus sábanas blancas, etc. He leído el Quijote americano, dijo Carlos Fuentes en una carta a Julio Cortázar. La crónica de los Buendía es narrada desde la fundación de Macondo con todas sus relaciones incestuosas en donde sus hijos nacen con cola de cerdo y con la llegada del ferrocarril se presagiaría la matanza de las bananeras. Los más de tres mil muertos de ese episodio hacen más real la versión literaria que la versión oficial del gobierno o la historia. Entre la realidad y la ficción está construida su obra. No hay una sola línea de la obra que no tenga una base o un sustento en la realidad dijo alguna vez García Márquez. Nuestro más universal de los escritores de la literatura colombiana, así no le hubieran otorgado el premio Nobel, se sentía orgulloso de ser no más que el hijo del telegrafista de Aracataca. Su universalidad le viene porque fue capaz de describir su aldea, como lo señalo Tolstoi y toda su obra fue una trasposición poética de la realidad como lo afirmó siempre. En América Latina no hubo escritor más popular que hasta las reinas de belleza lo consideraban su escritor favorito. El escritor que escribía para que sus amigos lo quisieran más, entendía el compromiso político diciendo que el deber revolucionario de un escritor era escribir bien. Se le criticó su fascinación por el poder, pero en realidad era el poder el que estaba fascinado con él. La literatura, dijo, es el mejor juguete que se ha inventado para burlarse de la gente. García Márquez tuvo la suficiente irresponsabilidad para ser escritor, como el mismo lo dijo, que aguantó hambre en Paris mientras escribía, El coronel no tiene quien le escriba y se desentendió de los deberes domésticos para encerrarse a escribir Cien años de soledad en México. Su obra literaria nos deja un enorme legado de sabiduría en torno a la definición o visión del amor, el poder, la vejez, la soledad, la muerte etc que existirá por siempre en el cielo de la literatura universal, así lo hayan condenado a vivir en un lugar que no existe.
El escritor que escribía para que sus amigos lo quisieran mas
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