Lo de grabar las clases de Cultura Colombiana que dictaba Álvaro Gómez Hurtado en la Universidad Sergio Árboleda fue idea de su esposa, Margarita Escobar. Un día, antes de que Álvaro Gómez saliera de la casa para la universidad, le entregó una grabadora Sony M-740 y una caja de cassettes a José del Cristo Huertas Hastamorir, quien fue su escolta durante 7 años y terminó trabajando como asistente y monitor del dirigente conservador. Se convirtió en un experto manejando el aparato.
Antes de ser el escolta de Gómez en 1987, ingresó a los 24 años al Departamento Administrativo de Seguridad de Colombia (DAS), después de haber intentado ser policía. Accedió finalmente a la institución gracias a una recomendación del exagente Carlos Arturo Moreno —quien un par de años más tarde se convertiría en el jefe de seguridad de Gómez Hurtado— y estuvo un año en la escuela de detectives Aquimindia, en Cota. Su primera y única misión como escolta fue proteger al dirigente conservador que para ese momento ya había intentado ser presidente en 1974 contra Alfonso López Michelsen y en 1986 contra Virgilio Barco.
Álvaro Gómez Hurtado era un humanista conservador. Tenía una pelea cazada con la elite del país, a la que acusaba constantemente de robarse el país. Le interesaba que la gente se formara como lo hizo con José del Cristo Huertas, a quien apoyó cuando éste le comentó que quería estudiar derecho. Le dijo entonces con su voz carrasposa y las erres arrastradas: “Si yo fuera conductor y tuviera todo ese tiempo libre, sería el mejor lector del mundo”.
Mientras que Ramiro Buitrago, otro de sus escoltas, le había dicho que con tanta trasnochadera se quedaría dormido leyendo, José del Cristo comenzó a pedirle libros recomendados. Con el apoyo de los Gómez se matriculó en la Universidad Católica, institución de la cual Álvaro era cofundador quien no vaciló para averiguar los trámites con los que, efectivamente el joven de Chinavita, un pequeño pueblo de Boyacá, entraría becado a estudiar Derecho después del trabajo.
El estudio de José del Cristo se convirtió en una prioridad para Álvaro Gómez y Margarita Escobar. Para asegurarse de que tuviera el tiempo que le exigía la universidad, le asignaron ser el conductor de Margarita, quien por esos años gastaba sus días jugando bridge con Fanny Gutiérrez, esposa del banquero Luis Carlos Sarmiento Angulo, y entregando canastos de comida en los ancianatos a las afueras de Bogotá. Cuando no salían de la casa José del Cristo esparcía los cuadernos, los códigos y las fotocopias por toda la mesa de centro y se dedicaba exclusivamente a su carrera.
Álvaro Gómez había dado la orden que José del Cristo no trabajara los fines de semana en los que tenía que estudiar para algún examen importante, un privilegio que años después le pesaría en la conciencia.
A Álvaro Gómez Hurtado lo secuestraron un domingo a mediodía. Las últimas palabras que cruzó fueron con su amigo el exministro Alfonso Palacio Rueda y su esposa Magola, con quienes salía de misa en la capilla La Inmaculada, en pleno barrio Chicó de Bogotá.
—Tenemos que vernos nuevamente, Alfonso, hay que seguir hablando sobre la situación del país, porque está muy, muy delicada. Yo quisiera ayudar a Barco porque ¡está perdido! —le dijo Álvaro a Palacio.
Le dio un último apretón de manos y se fue caminando por la calle 87 hacia su apartamento. A pocos metros lo seguía uno de sus escoltas, Juan de Dios Hidalgo, ‘El negro’ Juan de Dios, como le decían los compañeros de cariño. Llevaba diez años en el DAS y cargaba con una vasta experiencia: ya había sido escolta de Belisario Betancur cuando fue presidente y de Enrique Parejo González cuando estuvo al frente del Ministerio de Justicia.
Pero ese día no le tocaba cuidar a Gómez Hurtado. Juan de Dios le estaba haciendo un favor a José del Cristo, quien le pidió que lo reemplazara para poder estudiar. No habían caminado doscientos metros cuando sonó la primera ráfaga de disparos. La gente que iba pasando se echó al suelo, mientras varios hombres intentaban meter a Gómez en un Renault 18 negro que esperaba con la puerta abierta. Juan de Dios logró hacer varios disparos, pero le respondieron con una ametralladora. Con dieciséis tiros en el cuerpo, Juan de Dios hizo su último esfuerzo por impedir el secuestro, pero murió en el cemento mientras el Renault se alejaba haciendo chillar los neumáticos.
José del Cristo recibió la noticia en su casa: el 29 de mayo de 1988, un comando del M-19 secuestraba a Álvaro Gómez Hurtado, quien estuvo 53 días bajo el poder de la guerrilla que buscaba presionar al presidente Barco para convocar una Asamblea Constituyente. Carlos Pizarro fue uno de los que planeó la operación y escogió a Gómez Hurtado porque “los demás se cuidan más y van menos a misa”, como le confirmaron los hombres que lo custodiaban durante el cautiverio. El dirigente conservador siempre fue un hombre reacio a andar rodeado de escoltas armados y siempre se negó a blindar su Mercedes Benz azul porque dañaba la línea del auto.
José del Cristo Huertas Hastamorir se graduó como abogado en junio de 1994 de la Universidad Católica. El principal invitado de José del Cristo no podía ser otro que Álvaro Gómez Hurtado, con quien siempre quedaría agradecido por ayudarlo para poder estudiar. Sin embargo, su vida académica no terminaba con el cartón, y al poco tiempo comenzó a estudiar Economía, también en la Católica. La idea de una segunda carrera también fue idea del dirigente conservador, quien le dijo un día que “un abogado que no es economista no sirve para nada”.
Después de obtener el título, la esposa de José del Cristo, Socorro de los Ángeles, a quien enamoró por sus intervenciones en la universidad, le sugirió dejar su trabajo como escolta, ahora era un abogado con tarjeta y todo, podía tener una mejor vida. Álvaro Gómez y Margarita Escobar estuvieron de acuerdo, e inmediatamente Gómez llamó al DAS para buscarle un puesto a su antiguo escolta. José del Cristo estaba seguro que le darían el trabajo, pues unos años antes Gabriel García Márquez había hecho lo mismo con el esposo de una de sus sobrinas, quien era otro escolta amigo suyo. Sin embargo, el gobierno liberal de turno, encabezado por César Gaviria, no quiso hacerle el favor al dirigente conservador.
Ante la negativa, José del Cristo montó su propia oficina. Al principio la compartió con dos amigos de la universidad y luego con Álvaro José Gómez, el hijo menor de su antiguo jefe. Se trasladó a la calle 93 con 13, uno de los sectores más exclusivos de la ciudad donde todos los abogados quieren tener una oficina.
Pero Álvaro Gómez no quería que José del Cristo se alejara para siempre. Al poco tiempo lo llamó para que fuera uno de sus asesores y asistente en la Universidad Sergio Arboleda. Todos los martes y jueves José del Cristo llegaba en el Mercedes Benz azul junto a Álvaro Gómez: después de tantos años él seguía grabando las clases, por lo que se ganó el apodo del “escolta más culto”.
El 2 de noviembre de 1995 mataron a Álvaro Gómez Hurtado cuando salía de la Sergio Arboleda. En el carro lo esperaban Luis Ojeda, el conductor de los Gómez, y Edgar, un escolta asignado por la Policía que siempre se movía en moto oficial, pero ese día había tenido que trabajar de civil porque la moto se había varado. Iban hacia La Calera, en donde Gómez Hurtado tenía un almuerzo con el notario Orlando García. Era la primera vez que se vestía tan formal para una clase en la universidad: camisa a cuadros, blazer y pantalón café y unos mocasines apache.
Tal vez porque ese día Álvaro Gómez y José del Cristo cambiaron de asiento dentro del carro, tal vez porque José del Cristo se abalanzó sobre Gómez Hurtado a pesar de que ya no era su escolta, tal vez porque creyeron que tenían que inmovilizarlo para poder matar a Gómez Hurtado, José del Cristo recibió más de diez tiros en la espalda mientras que Álvaro Gómez recibió dos en los brazos con los que intentó cubrirse, uno en la pierna y el que acabó con su vida, directo en el corazón. Después del atentado, muchos creyeron que Gómez seguía vivo porque todavía se escuchaban sus latidos, pero solo era el marcapasos que seguía funcionando a pesar de que la vida ya había abandonado el cuerpo de Gómez Hurtado.
Luis, el conductor, arrancó desesperado hasta la Clínica El Country con la esperanza de salvarlos a los dos. Pero mientras manejaba el Mercedes azul con los vidrios vueltos polvo, pensaba en las últimas palabras que le había dicho José del Cristo: “¡Arranque, Luis, arranque!”. José del Cristo sabía que los iban a matar, pero Luis no lo escuchó, y solo alcanzó a responder, mientras los sicarios descargaron las balas contra Gómez y Huertas Hastamorir, “¿qué dice, Josesito?”
En la chaqueta de José del Cristo encontraron la grabadora Sony M-740 que muchos años antes Margarita Escobar le había regalado para grabar las clases.
Tras el atentado, fue Álvaro José, compañero de oficina de José del Cristo, quien recuperó todas las grabaciones de las clases. Los cassettes estaban guardados en un cajón del escritorio, y buscó a alguien que cumpliera el sueño de su papá y su amigo de hacer un libro con las cátedras sobre cultura.
Álvaro José Gómez encontró en su compañero de universidad Álvaro Leal al mejor aliado para llevar a cabo el proyecto. Leal recibió todas las grabaciones y se encerró a transcribirlas, fueron en total 90 horas de grabación, las dos primeras del 2 de noviembre de 1995. Era tanta la admiración de Leal por Gómez Hurtado que al poco tiempo de su muerte creó la fundación que hoy lleva el nombre del dirigente conservador. Al final, la Sergio Arboleda publicó la cátedra de Álvaro Gómez Hurtado en tres tomos: Cultura y Civilización, Choque de Culturas y El Tiempo Perdido.
José del Cristo Huertas Hastamorir le entregó su vida al hombre que quiso ser presidente en tres ocasiones, soportar los señalamientos de la oligarquía que tanto criticó y la responsabilidad infundada de ser la cabeza de un golpe de Estado contra Ernesto Samper. Y fue gracias a José del Cristo que las enseñanzas de Gómez Hurtado quedaron inmortalizadas en medio de un país que soportó el embate de la violencia en los años 90 y se llevó a los dirigentes más importantes de la vieja política colombiana.
Bibliografía
Duarte Bateman, Laura María. Registro de una sombra. Tesis Pontificia Universidad Javeriana, 2018. Colombia. Impreso.